Manuel Belgrano ¿doctor o general? ● Enrique Minetti

En ocasión de cumplirse -el año pasado- el bicentenario de la creación de la bandera, se ha discutido acerca de cuál es el título con el cual debe designarse a su creador. Al cumplirse el 27 de febrero otro aniversario de la jura de la insignia patria, resulta oportuno reflexionar acerca de la cuestión.        En mi opinión, Manuel Belgrano no es reconocido por la historiografía oficial en la medida en que lo merece. Su pensamiento, su obra y su compromiso con su tiempo, con la revolución e independencia americana es poco y mal difundido. Se nos ha enseñado respecto de él a través de un macabro reduccionismo desinformante, que consiste en recordarlo simplemente como el creador de la bandera. Y Belgrano fue mucho más que eso.

El “Doctor” Manuel Belgrano fue el primer economista argentino y uno de los intelectuales más lúcidos de la Revolución de Mayo. Luchó por modificar completamente el sistema educativo colonial en aras de lograr una sociedad más justa. Propuso la absoluta igualdad de oportunidades entre el hombre y la mujer. Redactó en 1798 el primer proyecto de enseñanza estatal, gratuita y obligatoria. Promovió el estudio de la historia, sostenía que «Nada importa saber o no la vida de cierta clase de hombres, que todos sus trabajos y afanes los han contraído a sí mismos y ni un solo instante han concedido a los demás».

En los informes que producía en el Consulado se advierten sus ideas innovadoras con respecto a la industria, la agricultura, el comercio y el mercado interno. Las prefería a la ganadería porque pensaba que ésta generaba riqueza fácil, daba trabajo a poca gente, no desarrollaba la inventiva, desalentaba el crecimiento de la población y concentraba la riqueza en pocas manos. Siendo el más católico de nuestros próceres Indicaba que debía seguirse el ejemplo de los curas alemanes que hacían de verdaderos guías de agricultores, porque ésas eran funciones esenciales de los curas y de su ministerio “pues el mejor medio de socorrer la mendicidad y miseria es prevenirla y atenderla en su origen”.Cuando analiza la causa de la pobreza de los labradores concluye que “Todos esos males son concausas de la principal, cual es la falta de propiedades de los terrenos que ocupan los labradores; éste es el gran mal de donde provienen todas sus infelicidades y miserias, y de que sea la clase más desdichada de estas Provincias, debiendo ser la primera y más principal que formase la riqueza real del Estado, riqueza constante y valedera, que el hombre no puede destruir”.

Proponía proteger las artesanías e industrias locales como una manera de evitar que “la importación de mercancías que impiden el consumo de las del país o que perjudican al progreso de sus manufacturas, lleva tras sí necesariamente la ruina de una nación”. Entendía que ésta era la única manera de evitar “los grandes monopolios que se ejecutan en esta capital, por aquellos hombres que, desprendidos de todo amor hacia sus semejantes, sólo aspiran a su interés particular, o nada les importa el que la clase más útil al Estado, o como dicen los economistas, la clase productiva de la sociedad, viva en la miseria y desnudez que es consiguiente a estos procedimientos tan repugnantes a la naturaleza, y que la misma religión y las leyes detestan”.

Tenía muy en claro el concepto industrialista. Las materias primas no debían salir del país -sostenía- a manufacturarse, sino que aquí debía dársele nueva forma, atraer las del extranjero para ejecutar lo mismo. Y después, venderlas. Pero no pudo llevar a la práctica sus ideas por la férrea oposición de los demás integrantes del Consulado.

“Todos eran comerciantes españoles, nada sabían más que su comercio monopolista, a saber: comprar por cuatro para vender con toda seguridad a ocho. Mi ánimo se abatió, y conocí que nada se haría a favor de las provincias por unos hombres que por sus intereses particulares posponían el del común”, escribió.

Fue pionero en el Virreynato al proponer una verdadera reforma agraria basada en la expropiación de las tierras baldías para entregarlas a los desposeídos “se podría obligar a la venta de los terrenos que no se cultivan, al menos en una mitad, si en un término dado no se hacían las plantaciones por los propietarios; y mucho más se les debería obligar a los que tienen sus tierras enteramente desocupadas, y están colinderas con nuestras poblaciones de campaña, cuyos habitadores están rodeados de grandes propietarios y no tienen ni en común ni en particular ninguna de las gracias que les concede la ley: motivo porque no adelantan” .

Colaboró en la fundación del primer periódico editado en nuestro país: el “Telégrafo Mercantil, Rural, Político, Económico e Historiográfico del Río de la Plata». El Virrey Del Pino lo clausuró en 1802 por su contenido político. En 1810 edita el «Correo de Comercio» desde donde pregona la industrialización para lograr «la felicidad de la mayor parte de los ciudadanos». Defendía la libertad de prensa como base de la ilustración pública.

A comienzos de 1810 se reune secretamente en la jabonería de Hipólito Vieytes con Juan José Castelli (su primo), Mariano Moreno, Cornelio Saavedra, Domingo French y Antonio Berutti, al conocerse la noticia de la caída de la Junta de Sevilla, último reducto de la resistencia española frente a Napoleón.

Escribió el primer proyecto constitucional del Río de la Plata: el «Reglamento para el régimen Político y Administrativo y Reforma de los 30 Pueblos de las Misiones», agregado luego por Alberdi en 1853 en las Bases. Este extraordinario documento, de avanzada para su tiempo y aún un hoy era precedido por Belgrano diciendo: «A consecuencia de la Proclama que expedí para hacer saber a los Naturales de los Pueblos de las Misiones, que venía a restituirlos a sus derechos de libertad, propiedad y seguridad de que por tantas generaciones han estado privados, sirviendo únicamente para las rapiñas de los que han gobernado, como está de manifiesto hasta la evidencia, no hallándose una sola familia que pueda decir: «Estos son los bienes que he heredado de mis mayores». Mis palabras no son las del engaño, ni alucinamiento, con que hasta ahora se ha tenido a los desgraciados Naturales bajo el yugo de fierro, tratándolos peor que a las bestias de carga, hasta llevarlos al sepulcro entre los horrores de la miseria y la infelicidad, que yo mismo estoy palpando con ver su desnudez, sus lívidos aspectos, y los ningunos recursos que les han dejado para subsistir».

El «General» Belgrano es enviado por el Triunvirato a Rosario en 1812 para que controle los ataques españoles contra las costas del Paraná. Allí crea una escarapela nacional de colores blanco y azul celeste, en reemplazo de la roja que usaban. El Triunvirato la aprueba. El fin era para que sus tropas «acaben de confirmar a nuestros enemigos de la firme resolución en que estamos de sostener la Independencia de América». En tanto, Rivadavia se esmeraba en no disgustar a los ingleses, aliados de España. Pero Belgrano estaba convencido de la libertad y crea una nueva batería a la que llamó, no casualmente, INDEPENDENCIA. Formó a la tropa frente a una bandera cosida por una vecina de Rosario: Doña María Catalina Echeverría con los mismos colores de la escarapela (se cree que tenía dos franjas verticales, blanca y azul celeste, como la que usará San Martín.

Rivadavia le ordenó groseramente guardar esa bandera y seguir usando la española, apercibiendo a Belgrano por su osadía. Éste se enteró recién meses después y siguió usándola hasta que es intimado por el Triunvirato lo que produjo la indignación de Manuel Belgrano. El centralismo porteño y los intereses de la Aduana tiraban del saco a todo proyecto de verdadera libertad e independencia de la América del Sur. Hoy lo siguen haciendo esquilmando a las Provincias y atentando contra un verdadero desarrollo armónico e igualitario del país.

Manuel Belgrano y sus tropas pasaban meses y años sin cobrar sus sueldos. De los 1500 soldados sobrevivientes del Ejército del Norte, 500 estaban heridos o enfermos, había 600 fusiles y 25 balas para cada uno. No podía ser peor la situación. Le escribe a Rivadavia: «Ejército y dinero son nuestras principales exigencias para salvar la Patria, ésta es la verdad, todo lo demás es andarse por las ramas».

El “General” rearma su ejército, gracias a la colaboración de la población, sin apoyo del Triunvirato. Belgrano -el General- sostenía y aplicaba este concepto: «La subordinación del soldado a su jefe se afianza cuando empieza por la cabeza y no por los pies, es decir cuando los jefes son los primeros en dar el ejemplo; para establecerla basta que el General sea subordinado del Gobierno, pues así lo serán los jefes sucesivos en orden de mando. Feliz el ejército en donde el soldado no vea cosa que desdiga la honradez y las obligaciones en todos los que mandan».

Cuántas penurias se hubiera evitado la Argentina si muchos Generales y Jefes del Siglo XX no hubieran traicionado el ideario del «General” Belgrano.

Manuel Belgrano muere el 20 de junio de 1820 en el más absoluto olvido y la pobreza mas abyecta. El Estado le debía 13.000 pesos de sueldos. Sabido es que debió pagarle a su médico con su reloj. Su muerte se produjo sin que nadie lo notara e ignorada por las autoridades nacionales. Se le hizo un pobre funeral en una Iglesia junto al río.

Manuel Belgrano era hijo de una familia acomodada. Entregó todo lo que tenía: sus bienes, una exitosa carrera profesional, honores, puestos, cargos, títulos, familia, salud, hasta su vida, para sacrificarse por su único ideal: la Libertad e Independencia de su país y de la Patria Grande: América del Sur. Fue un vecino de Buenos Aires, un ciudadano abnegado, Abogado, intelectual, economista, periodista, educador. Un hombre íntegro al que, cuando la Patria lo necesitó y lo llamó a tomar las armas por la Libertad de su amada América del Sur, convirtiéndolo en militar, no dudó en hacerlo.

Concluyendo, entonces, y en mi opinión, Manuel Belgrano supera las estrechas categorías en las que se lo pretende circunscribir. Es más, mucho más que: «Doctor» y mucho más que «General»; Manuel Belgrano es: un PATRIOTA. Así prefiero nombrarlo.

 

Enrique C. Minetti