La ruta 23 debe llevar un nombre con nuestra identidad

( Patricia Laura Ranea Pastorini). – Nuevamente se pretende, en forma dominante, hacer valer el centralismo ante la realidad de los pueblos. Y bien dicho está de ese modo, pensando en las personas que durante años vivieron esperando algo que no llegaba y todavía no llegó, definitivamente.

Se habla de ponerle el nombre Néstor Kirchner a la Ruta Nacional 23. Si por alguna razón, la ruta debiera llevar el nombre de algún presidente, son muchos los que han pasado desde 1988, cuando comenzó el primer tramo de asfalto. 

Aunque -en rigor- si pensamos que la obra lleva 34 años y probablemente un tiempo más para que finalice, está claro que cualquiera de los presidentes que pasaron desde aquel momento inicial hasta el presente, más que orgullo, debieran sentir vergüenza.

Sin embargo, quizás no se trate de dar nombres, específicamente, sino de pensar y reconocer lo que ha significado que nuestros pueblos perdieran la conectividad por la ausencia del tren y quedaran a la espera de algo que no venía. 

Cuántas ayudas sanitarias postergadas; cuantas propuestas productivas truncas; cuántas ausencias. Cuánto desinterés.

Hasta sería vergonzoso para el expresidente, que su nombre grafique la desidia de 34 años o más. Quizás, una de las rutas nacionales más chicas (en kilómetros) y la que más demoró en tiempo.

Por eso, debemos apelar al verdadero federalismo, y por federalismo no habría más que decir que se trata del reconocimiento de lo propio, de lo local, de las penas, los dolores, las angustias y las postergaciones, aunque propias. Las historias de nuestros pueblos ya tienen demasiado de “nombres o características de lo foráneo”; de nombres de personajes que ni siquiera estuvieron en nuestros lugares.

Y también debemos romper con esa estigmatización con la que se pretende instalar que la obra o “las obras se hacen con fondos del Gobierno nacional”. Eso es falaz, es un error conceptual que, por descuido o deliberadamente, se les pone a los recursos del Estado y, dicho sea de paso, recursos aportados por los ciudadanos y ciudadanas. Es decir, los fondos son nuestros y se los damos al Estado (en ese caso nacional) para que los administre, a pesar de que lleva 34 años demorado.

Por eso, ponerle un nombre ajeno a las realidades culturales y sociales, en definitiva, de la Línea Sur de nuestra Provincia de Río Negro, es por lo menos una falta de respeto.

Por eso también, apelamos a la consideración de quienes momentáneamente ostentan la responsabilidad -por ejemplo- de decidir el nombre de una ruta que, más que ello, es un emblema de la localía, teniendo en cuenta que los caminos, los recorridos de nuestros suelos, la conectividad, debe hacer referencia a nuestras realidades culturales, a nuestra identidad.