Una guerra inutil

Un nuevo aniversario de aquel 2 de abril de 1982, cuando desde los medios de comunicación masivos informaban con euforia la “gran gesta de la recuperación de las Islas Malvinas”.

Una aventura bélica que no fue más que un acto desesperado de un gobierno militar que estaba en caída producto de la crisis económica y que buscaba relegitimarse. Un conflicto bélico que dejó 649 jóvenes argentinos y 258 británicos muertos, además de 1.188 heridos argentinos y 777 británicos, a lo que hay que sumar la cantidad de suicidios de sobrevivientes del conflicto producto de las secuelas de guerra. Del «estamos ganando» de los medios y la plaza efervorizada, a la verguenza.

Una guerra inútil, que destruyó a otra generación. Otra. Porque ya lo venían haciendo con los detenidos-desaparecidos. Los militares al mando del gobierno de facto intentaron tapar su genocidio ante el mundo, primero con el mundial 78´, organizado por la Argentina, mientras a cuadras de los grandes estadios de fútbol se torturaba y desaparecía a otros argentinos. Luego, declarándole la guerra a una de las mayores potencias bélicas mundiales y con experiencia imperialista. Además, la medida servía claramente para relegitimarse en una sociedad que ya les pasaba factura por la crisis económica que asomaba, producto del plan económico que buscó instaurar las bases de lo que luego se conocería como neoliberalismo.

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Tan diferentes, tan iguales, en dictadura o en democracia
El modelo impuesto por el autodenominado «Proceso de Reorganización Nacional» había generado un 90% de inflación anual, caída del salario real de trabajadores/as, aumento de la pobreza, el amesetamiento de gran parte de la actividad económica, una profunda recesión, generalización del IVA, empobrecimiento de las clases medias y un severo aumento del endeudamiento externo de las empresas y del Estado.

El 29 de mayo de 1981 Galtieri expresaba: «Nadie puede ni podrá decir que no hemos sido extremadamente pacientes en nuestro manejo de problemas internacionales que no surgen de ningún apetito territorial de parte nuestra. Sin embargo, después de transcurrido un siglo y medio, los problemas se están volviendo más y más insoportables». Ya se empezaba a transparentar públicamente la estrategia del gobierno militar para relegitimarse y perpetuarse en el poder.

Luego de aquella madrugada de abril, cuando tropas militares desembarcaron en Puerto Argentino, muchos escuchábamos atónitos las palabras del presidente de facto Leopoldo Fortunato Galtieri al público presente en una colmada plaza de Mayo: “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla” . Y vinieron.

En el Reino Unido la situación económica era similar a la de Argentina. El plan aplicado por gobierno de Margaret Thatcher fue similar al que había comenzado la dictadura militar argentina y que ya se estaba llevando a cabo como plan piloto sudamericano en el Chile gobernado el militar Augusto Pinochet: desregularización en la economía, principalmente en el mercado financiero, venta de bienes del estado, la flexibilización en el mercado laboral, la privatización de empresas públicas, el intento de reducción del poder de acción de los sindicatos y la completa alineación con la política exterior de EE.UU. .

Tan diferentes, tan lejanos geográficamente, pero a la vez tan iguales en su tenacidad para sumirse en una aventura bélica por similares motivos.

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«Estamos ganando»
En aquella época se escribieron algunas de las páginas más vergonzantes de la historia del periodismo argentino: muchos medios masivos trabajaron en conjunto con la Junta Militar las coberturas que había sobre las acciones militares en las islas para construir una opinión pública favorable a las medidas del gobierno, en un claro colaboracionismo, como los diarios Clarín, La Nación, Crónica, La Razón, El Atlántico, Revista 10, Tal Cual, Siete Días, pero principalmente la Revista Gente, dirigida en esa época por Samuel «Chiche» Gelblung, que se mostraba como el único medio que accedía a testimonios, información e imágenes exclusivas. En todos los casos, prevalecía el ánimo triunfalista que vendía en sus tapas la idea de que estábamos ganando. Las Madres de Plaza de Mayo también seguían marchando por aquella época denunciando y reclamando a sus hijos desaparecidos. Pero esto no era parte de la información relevante de los medios masivos de la época.

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De la euforia a la verguenza
La guerra, desarrollada entre el 2 de abril y el 14 de junio de 1982, solo dejó muertos y heridos (física y psicológicamente), y no cambió sustancialmente la situación territorial de la demanda soberana de Argentina sobre las islas.

El fuego no vino siempre del «enemigo»: muchos soldados conscriptos argentinos sufrieron torturas (entre otras prácticas, fueron estaqueados en el suelo) por parte de sus superiores, por incumplir órdenes, contestar mal u otros motivos; en batallones sufrieron frío y hambre por la falta del envío de provisiones y ropa adecuada de parte del gobierno militar; incluso hay denuncian de centros de veteranos de malvinas que denuncian algunos fusilamientos de conscriptos. Un país en ruinas, que vivó a sus soldados en la(s) plaza(s), y que luego intentó olvidar y esconder la vergonzante realidad de la derrota, cuando se produjo la rendición en manos de Mario Benjamín Menéndez.

Como sucedió con los que participaron en la invasión de EE.UU en Vietnam, muchos jóvenes que participaron de la guerra de Malvinas luego quedaron con diferentes secuelas psicológicas, se suicidaron, o recibieron escasa atención y contención por parte del estado. La derrota en el conflicto precipitó el fin del llamado «Proceso de Reorganización Nacional» que gobernaba el país y aceleró el llamado a elecciones que culminaron en diciembre de 1983 con la elección del radical Raúl Alfonsín.