Recesión global: ¿segunda temporada?
(Paula Bach) “¿Por qué sería conveniente prepararse para la próxima recesión?, se pregunta retóricamente Martin Wolf. “¿Qué está frenando a la economía mundial?”, indaga Joseph Stiglitz. Janet Yellen advirtió que “la turbulencia mundial podría golpear el crecimiento”, sugiriendo la intención de la Fed de postergar un nuevo incremento de tasas de interés.
Hechos, dichos y anuncios se retroalimentan. Ocho de las últimas nueve sesiones bursátiles europeas cerraron en rojo conduciendo a las plazas del viejo continente a su nivel más bajo en los últimos dos años y medio (El País, 11-2-16). Las dudas sobre la capacidad de pago del Deutsche Bank primero y de Société Général de Francia luego, se sumaron a una banca italiana atrapada en un mar de activos tóxicos, actuando como propulsores claves de las últimas caídas. La bolsa china no operó durante esta semana por los festejos del Año Nuevo Lunar. Tokio cerró la semana con su peor racha desde 2008. A principios de año el Banco de Japón –como síntoma de escasa inflación y debilidad económica- anunció la implementación de una tasa de interés negativa para los bancos que quieran ahorrar en la entidad (o sea, quien quiera dejar allí su dinero, tendrá que pagar). Luego de que Yellen exteriorizara sus temores, el Banco de Suecia volvió a bajar las tasas de interés dejándolas en un nivel más negativo aún (-0,5%), con el fin de debilitar su moneda y combatir las tendencias deflacionarias. Suiza, Suecia, Dinamarca y el Banco Central Europeo, hace rato que sostienen tasas de interés negativas. La propia Yanet Yellen sugirió ahora que no las descarta precipitando, como era de esperar, una nueva caída de Wall Street.
Michael Roberts está en lo cierto: las tasas negativas son resultado de la incapacidad de los tipos de interés cero de cumplir los objetivos de crecimiento e inflación durante los años posteriores a la caída de Lehman. Pero además, las tasas negativas afectan las ganancias de los bancos y contribuyen a explicar el foco bancario de la actual convulsión. Mientras tanto y como también pone de relieve Roberts, Brad DeLong auguraba hace no mucho que “Los economistas del futuro probablemente denominen a esta época como La más larga Depresión”. El profesor de Berkeley recuerda que antes de la crisis de 2008 solía enseñar a sus estudiantes que durante una perturbación en el ciclo económico, se estaría a un 40% del retorno a la normalidad en un año. Y que la tendencia de largo plazo apenas se vería afectada por las alteraciones del ciclo de corto plazo. Siempre habría burbujas, pánicos, inflaciones y recesiones que presionarían a la producción y al empleo fuera de su tendencia de largo plazo, pero serían transitorias. Sin embargo recuerda también que en el contexto de las secuelas de 2008, Stiglitz fue uno de los que advirtió que él y los economistas que pensaban como él, estaban equivocados. Y que sin políticas extraordinarias, sostenidas y agresivas, nunca volveríamos a lo que antes de 2008 “pensábamos” como normal. Ahora reconoce DeLong que él estaba equivocado, mientras Stiglitz era quién tenía la razón. ¿Qué hay detrás de tanto escepticismo?
Nueve de las últimas cinco recesiones (o ficciones y realidades)
Las políticas monetarias flexibles y el incremento extraordinario de las deudas –incluyendo el apalancamiento bancario y la continuada vulnerabilidad de la banca europea-, constituyen fenómenos que acompañaron como la sombra al cuerpo el débil desempeño de la economía mundial durante los últimos años. Dicho con mayor precisión y como se manifestó en múltiples oportunidades, estos mecanismos junto con la vigorosa recuperación de China a partir de 2010, fueron responsables de que la economía mundial –aún a costa de un magro crecimiento- evitara una depresión como aquella de la década del ’30 superando en términos técnicos la recesión de 2008/9. Es cierto que un mundo inundado de dinero barato no estuvo exento de episodios de riesgo financiero –tener en cuenta la crisis europea de 2010/13 y posteriormente Grecia. Pero vale la pena recordar la ironía de Paul Samuelson cuando hace 50 años lanzó que “el mercado de valores había anticipado nueve de las últimas 5 recesiones”.
Summers advierte que allende el sarcasmo, las señales deben ser tomadas en serio cuando son de larga duración y provienen de muchos mercados a la vez. La actual, parecería ser una de las cinco “buenas”. ¿Por qué los problemas de la deuda –incluyendo tanto las recientes caídas bursátiles chinas, como las de Wall Street, Japón y las derivadas del apalancamiento de los bancos europeos- se ponen de manifiesto ahora con tanta exaltación? ¿Qué explica el actual consenso de gran parte del ala de los economistas neokeynesianos con respecto a la insuficiencia o ineficiencia –incluso casi exagerada- de las políticas monetarias y la exigencia de políticas fiscales destinadas a reactivar la economía real? ¿Por qué razón la perspectiva de una nueva recesión mundial se dibuja en un horizonte más cercano o más lejano de los economistas de las tendencias ideológicas más diversas?
Es evidente que un escenario nuevo se está delineando y una explicación sensata exige volver la vista hacia la correlación entre el mundo de las finanzas y el mundo de la economía real. Para decirlo gráficamente y en pocas palabras, China utilizó más cemento en los últimos tres años que Estados Unidos durante todo el siglo XX. Y como también se expresó desde esta columna -aún independientemente del destino inmediato del gigante asiático- lo que parece seguro es que su economía ya no está creciendo lo suficiente como para continuar atrayendo el capital de los países centrales que no tiene lugar para ser invertido en “casa”. Tampoco parece posible la continuidad de China como el gran motor de la demanda mundial cuestión que a su vez golpea a Alemania que la emplea como destino alternativo de los productos invendibles en la Eurozona. El crecimiento de China a “tasas chinas” actuó como el “costado real” de masas de dinero barato enviadas al mundo por los países centrales. Y la comunión de ambos aspectos –el real y el financiero- garantizaron el ascenso vertiginoso de los precios de las materias primas y con él, el crecimiento de los llamados mercados “emergentes” y otros exportadores de materias primas que a su vez alojaron grandes masas de capital sin destino en los países centrales. Este proceso se está revirtiendo y en su curso parece estar poniendo de relieve el costado “ineficaz” de las políticas monetarias de los países centrales. Algo de esto parece verificarse en el incremento de la Reserva Federal norteamericana de las tasas de interés en “mal momento” y en los riesgos que ostenta en primer lugar el Deutsche Bank, o Société Général o los bancos italianos. Otros destinos “reales” del capital resultan aún insuficientes, como México, o poco probables –al menos por ahora- como India.
Algo más que una nueva fase
Más allá de los tiempos –impredecibles- y las formas, la conjunción de estos factores parecería estar augurando algo más que un nuevo episodio de la crisis. Si bien hasta cierto punto el proceso que comenzó en 2008 puede periodizarse en fases, dicha periodización debería evitar una operación sumatoria en la que cada episodio resulte la expresión fenoménica de un contenido idéntico. Sobre todo si se tiene en cuenta la definición del apartado anterior relativo a la sinergia entre lo “ficticio” y lo “real”, deben definirse -al menos en retrospectiva- dos grandes momentos. El primero aquel que se corresponde técnicamente con la Gran Recesión internacional de 2008/9. El segundo está enmarcado por el concurso entre las medidas monetarias y el despegue chino. Es el momento en el que se espanta el fantasma de la Gran Depresión y la recesión se contiene. Por supuesto y como ya se mencionó, este momento se caracterizó por una debilidad endémica y no estuvo libre de diversos episodios incluyendo la conmoción de la banca europea o la inconclusa crisis griega. Pero si estamos en lo correcto y lo que se está agotando es aquella sinergia, es muy poco probable que nuevas medidas monetarias sin la concurrencia de algún nuevo sector de la economía real, permitan retornar a las condiciones del momento precedente. Lo que aparentemente se está modificando es el sustrato –por llamarlo de algún modo- sobre el que se desarrollaron los acontecimientos desde 2010 a esta parte. Motivo por el cual, más allá de los tiempos y las formas que adquiera –insistimos-, parecería ser que estamos presenciando el inicio de un nuevo momento de la crisis económica mundial.