Tiempo de sincericidios

(Por Emiliano Rodríguez*).- Probablemente una señal inequívoca de que «la cosa no va bien», como se escucha decir a diario a vecinos del área metropolitana de Buenos Aires, sea la referencia de un ex funcionario kirchnerista, polémico por cierto, que ellos mismos se atreven a incluir en sus charlas ocasionales sobre coyuntura económica nacional.

«Esto con Moreno no pasaba», suelta alguno cada tanto, pero más a menudo de lo que el Gobierno probablemente se imagine, en ese espontáneo intercambio de opiniones que se dispara frente a la góndola de un supermercado debido al persistente aumentos de precios: «… Y no», surge por lo general como respuesta, en ciertos casos a regañadientes, aunque con un dejo de resignación.

Los más indignados, o bien intrigados, en los almacenes de barrio se toman unos minutos para consultar al administrador, o directamente al dueño, sobre por qué «está todo tan caro»: «Cada pedido de mercadería nos está llegando con subas de entre el 5 y el 8 por ciento», reciben los consumidores como «devolución» por parte del comerciante.

Si en las calles de los barrios vecinos que salen de compras, buscando abastecerse básicamente con productos de primera necesidad, recuerdan al controvertido ex secretario de Comercio Interior del kirchnerismo Guillermo Moreno y consideran que sería ventajoso poder contar ahora con un personaje de esas características dentro del Gobierno, para lidiar con los formadores de precios y combatir la inflación, implica que el malestar social que genera el incremento del costo de vida en la Argentina es elocuente, palpable y hasta potencialmente peligroso para el macrismo.

Es indudable que si consumidores de estratos medios y bajos de la sociedad se permiten «extrañar» a Moreno, e incluso algunos que votaron por el «cambio» en las elecciones presidenciales de 2015 se arriesgan y cometen el «sincericidio» de admitirlo, significa que el oficialismo, después de dos años y medio de gestión, claramente no ha conseguido dar en el clavo con sus políticas económicas.

Es más, por el contrario, ha tomado medidas que podrían costarle caro en 2019 en las urnas..

Un «Súper» con octanaje limitado.

En los últimos días, el titular del Palacio de Hacienda, Nicolás Dujovne, se estrenó como «ministro coordinador» del área económica del Gobierno.

Una decisión que tomó el presidente Mauricio Macri después de la reciente corrida por el dólar y… de la solapada advertencia/»recomendación» del padre de la convertibilidad devenido en vocero de un sector del establishment Domingo Cavallo.

Rápidamente, no bien se conoció la noticia sobre el nueva función que iba a desempeñar Dujovne, el jefe de Gabinete, Marcos Peña, negó que fuera convertirse en un «súper-ministro», rol que sí supo ejercer en su momento Cavallo, por ejemplo.

De cualquier modo, Dujovne demostró ser, en todo caso, un «súper» con octanaje limitado, ya que de movida reconoció que la disparada del dólar de las últimas semanas, combinada con la astronómica suba de la tasa de política monetaria dispuesto como analgésico para tratar de bajarle la fiebre al billete verde, redundará en un enfriamiento de la economía -el crecimiento será menor al 3,5% previsto originalmente- y en un aumento de la inflación, que supera en estos momentos el 25% anual.

En el primer cuatrimestre de 2018 ya ascendió al 9,6%.

Después de este sinceramiento o por qué no «sincericidio» de Dujovne también, que en cierta medida argumenta y hasta justifica aquella bravata de su colega de Energía y Minería, Juan José Aranguren, acerca de los ahorros personales que atesoraba en cuentas del exterior del país porque se había «quemado con leche», los precios en las góndolas de los mercados -sí allí donde cada vez son más los que añoran los tiempos de Moreno- volvieron a pegar un estirón.

«Falta un ministro», había lanzado Cavallo antes de que las hienas del mercado financiero, en medio de la efervescencia doméstica en torno al dólar, comenzaran a olfatear sangre y dieran rienda suelta a maniobras especulativas con potencial como para desestabilizar a un Gobierno.

Aquel «reclamo» de un hombre «fuerte» en el andamiaje económico de la gestión macrista se tradujo quizás en la designación de Dujovne como «coordinador», después de que la mesa chica de la alianza Cambiemos decidiera acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI) en busca de auxilio financiero.

Ahora, el Gobierno, que de por sí ha ido dilapidando el capital político del que disponía hacia fines de 2017 tras su éxito en los comicios de medio término, se embarcó en una cruzada de riesgo en busca de acelerar la reducción del déficit fiscal en la Argentina, lo que implica más ajuste, más ebullición y descontento social, de igual modo que roces con sectores -en principio- aliados al macrismo, como el campo.

En este sentido, la posibilidad de que el oficialismo introduzca cambios en el formato de quita de retenciones a las exportaciones de granos puso en estado de alerta a dirigentes agropecuarios y a los chacareros en general.

Roces y una pretendida renovación de imagen.

El Gobierno parece estar decidido a pagar el costo -por más alto que sea- y seguir adelante con su política económica.

Mientras, Macri, Dujovne y compañía analizan día a día las medidas necesarias para alcanzar ese objetivo de máxima vinculado al «rojo» de las cuentas públicas y si el campo ha quedado en la mira, es poco probable que sus beneficios sobrevivan.

Los mandatarios provinciales también están atentos a lo que pueda ocurrir -con ellos-, ya que desde la Casa Rosada se los presiona para que recorten gastos y cumplan con los lineamientos del Pacto Fiscal que firmaron, aunque algunos ya alzaron sus voces de protesta y, de paso, se atrevieron a mostrar al menos el meñique como eventuales candidatos presidenciales en 2019: esta semana pasada fue el turno del salteño Juan Manuel Urtubey.

Puertas adentro, el oficialismo intenta encolumnarse por detrás de un nuevo mandamiento comunicacional, surgido del laboratorio de mercadotecnia política que lideran Peña y el «gurú» ecuatoriano Jaime Durán Barba: ahora, ha llegado el momento -aparentemente- de ensalzar la figura de «un nuevo Macri», surgido después de la reciente crisis financiera doméstica.

En el macrismo, consideran que han cometido errores a la hora de informar a la población sobre la bomba de tiempo que les dejó el kirchnerismo en materia económica, social y fiscal, pese a que el pretexto de la «pesada herencia» ha sido utilizado hasta el hartazgo por referentes de la coalición de Gobierno al intentar explicar las medidas impulsadas para tratar de enderezar, presuntamente, el rumbo del país.

«Es difícil ir a pedir plata prestada diciendo que estás quebrado, ¿no?», habría deslizado el propio Macri, hablando de la estrategia discursiva oficial, durante una reunión de Gabinete en los últimos días, en momentos en los que también del lado de la oposición se han escuchado algunos «sincericidios» por demás interesantes.

«A Scioli no se la hicimos fácil (…) No lo entendimos, nos dimos cuenta tarde de que el candidato no era el proyecto, el candidato era Daniel», admitió el ex viceministro de Economía Emmanuel Álvarez Agis, en referencia a la campaña presidencial de 2015 cuando, según dijo, el propio kirchnerismo llegó a boicotear a su propio postulante. (NA)