Mujeres invisibles

(Por María Luisa Latorre).- Naces mujer y el patriarcado o te sitúa como objeto o te invisibiliza. ¿Dónde queda el sujeto, es decir, la mujer?. “Cuando una mujer tiene 20 años es como África: la mitad sin explorar. Cuando tiene 30 es como la India: caliente, divina. Cuando tiene 40 es como America: Técnicamente perfecta. Cuando tiene 50 es como Europa: Una ruina. Y cuando tiene 60 es como Siberia, o sea, todo el mundo sabe donde está, pero nadie quiere ir allí.” En esta broma misógina pensaba el otro día mientras veía un grupo de hombres en la calle silbar a una chica que hacia “running” (como lo llama la revista Telva).

El mismo grupo, al encontrarse conmigo un poco más tarde en la misma acera, no se quiso apartar y tuve que ser yo la que bajara el escalón para poder seguir caminando. Hace años yo era esa chica y era como África. Era una mujer atractiva al uso heteropatriarcal: Morena, tirando a alta, y delgada. Y ahora, a los 47 estoy entre América y Europa, “técnicamente” perfecta (un aburrimiento, me imagino) y una ruina físicamente. Una persona, en fin, a la que ningún varón heterosexual consideraría sexy ni interesante. Una mujer en el umbral de ser la abuelita del anuncio de la lotería de navidad de este año, o sea, casi Siberia.

Por suerte para mí, soy también feminista y es el feminismo el que me ha ayudado a entender lo que me esta ocurriendo. Mi invisibilidad deriva de este hecho: en el patriarcado, el valor principal de las mujeres es el de nuestro atractivo sexual para el típico varón heterosexual. Una vez que este atractivo desaparece, cosa que ocurre con la edad (el proceso empieza cuando nos acercamos a la treintena, que el hetero-patriarcado tiene un punto semi-pedófilo) nuestro valor como miembras de la sociedad se va al garete. Nos convertimos en invisibles. Mientras ellos son galanes maduros como George Clooney, nosotras somos unas viejas.

En el plano laboral, en una edad en la que a los hombres se les asciende a directores, a nosotras con méritos iguales o superiores nos condenan a trabajos peor pagados y mas precarios (si es que nos dan trabajo). Si tenemos un empleo, vemos que en la oficina no nos escuchan en las reuniones, e ignoran nuestras ideas. Nuestras opiniones no cuentan, y es que somos invisibles. Lo mismo ocurre en la mayoría de los espacios públicos. Es como si no existiéramos o si existimos, nos resienten. No en vano la imagen de la típica bruja es una anciana.

Mi invisibilidad deriva de este hecho: en el patriarcado, el valor principal de las mujeres es el de nuestro atractivo sexual para el típico varón heterosexual.

Muchas mujeres, al llegar a una cierta edad se horrorizan al comprobar la invisibilidad a las que se las relega, y multiplican sus esfuerzos para mantener el físico y la juventud, a la desesperada. Pero la verdad es que el tiempo hace sus estragos, y por mucho que una se empeñe en ponerse crema reafirmante en el culo todos los días, como nos enseña Telva, las leyes de la gravedad son las que son. El feminismo hace que yo no vea a esas mujeres como unas díscolas estúpidas. Entiendo sus razones y aunque no las comparto, me parecen lógicas: Luchan por mantener el único poder que nos otorga el sistema patriarcal. Sin este poder, te conviertes en invisible.

Yo no deseo serlo, pero tampoco quiero ser un objeto sexual, ya que éste nos degrada y oprime. Más bien, me gustaría que se me reconociera como persona, que se me viera y respetara, como los hombres hacen entre ellos. El colocar mi apariencia física en el contexto feminista me ha ayudado a deshacerme de mi identidad basada en mi físico, o sea, en pasar de la opinión ajena sobre mi aspecto, sobre todo la masculina, que es la dominante. Y esto es difícil de conseguir, porque el patriarcado me ha machacado desde mi juventud, como a todas nosotras, con mensajes que fomentan la dictadura de la belleza heteropatriarcal que hay que seguir.

Estos mensajes, que destruyen la autoestima de las mujeres en el proceso, hacen que muchas de nosotras aprendamos desde tempranas edades a basar nuestro valor como personas, a mezclar nuestra identidad con nuestra belleza y la habilidad de atraer a los hombres. Vamos, que si eres joven y guapa y muchos tíos quieren follarte, eres la hostia, nos dicen. Para el patriarcado el negocio es redondo, ya que no solamente tienen a las mujeres controladas y acomplejadas, sino que encima las industrias de la cosmética y la moda se forran. Ciertamente tardas una vida entera en des-aprender estos mensajes tan dañinos y el feminismo es la clave para conseguirlo.

El colocar mi apariencia física en el contexto feminista me ha ayudado a deshacerme de mi identidad basada en mi físico

El feminismo también me ha ayudado a dejar de ver otras mujeres como el enemigo y a tener una visión mucho mas comprensiva hacia el físico de otras. Mientras que cuando era joven hubiera criticado a otra chica por su aspecto, si ahora veo una mujer (da igual la edad) con algunos kilos de más pienso “bien por ella” o no me fijo tanto. El ver a otras mujeres como la competencia y rebajar a otras por su aspecto son comportamientos muy fomentados por el sistema patriarcal para dividirnos entre nosotras.

El feminismo me ayuda a mirarme en el espejo y al estar en paz con lo que veo. Mi piel no es la que era; donde antes había una cintura, en su sitio hay ahora michelines y la carne de debajo de los brazos cuelga. Pero yo, que a estas alturas ya entiendo mi vida como un proceso con tiempo limitado, prefiero concentrarme en mi salud y en seguir creciendo, aprendiendo, viajando, pasando el tiempo con gente que me importa y a quien importo.

Prefiero disfrutar con actividades que me produzcan placer, en lugar de seguir costosos regímenes de belleza, ejercicios, tratamientos y dietas que de todas formas nunca conseguirían que fuera “caliente y divina” como La India de la broma misógina. También uso como referentes a mujeres que, me parece a mí, tienen unas vidas llenas y que siguen siendo visibles a pesar de todo, como la catedrática, escritora y especialista en la Antigüedad y premio Princesa de Asturias (2016) Mary Beard, la actriz Ángela Molina o Jenny Beavan, la ganadora del Oscar este año por el vestuario de la película Mad Max, a quien el público asistente al acto no quiso reconocer por no seguir la corriente e ir vestida como le daba la gana.

Mujeres que han descubierto que lo importante es mirar, no ser mirada; en otras palabras, que prefieren ser sujeto, no objeto. El feminismo lucha por deshacer la belleza como el atributo principal de construcción de la identidad femenina en esta sociedad hetero-patriarcal. El entender el proceso en el que se construye el valor de la mujer me ha ayudado a quitarme los complejos de encima, a que la opinión masculina me importe un pimiento, a ocupar mi presente en actividades más interesantes que los rituales de belleza que nos imponen y a no criticar a otras mujeres tanto si se arreglan como si no.

Me cabrea enormemente que se me invisibilice, y me parece injusto, pero el comprender el contexto me ayuda a gestionar esta discriminación que sufro, que sufrimos, siendo mujeres que se atreven a envejecer en el sistema patriarcal.