Siempre de pie

(Por Tati Almeyda).- La primera vez fui a la plaza, se ve que llegué temprano porque recuerdo estar sorprendida de que estuviera vacía. Pasaban los minutos y seguía sin haber nadie. Y de repente ahí estaban. No sé de dónde salieron. De pronto una ronda enorme, masiva, empezó a dar vueltas alrededor de la pirámide. Aquella tarde me acompañaba el que por entonces era mi yerno. Entonces empezamos a caminar, como todos, siguiendo la ronda, y vemos que agarran del brazo a un chico que marchaba con nosotras, para llevárselo. Recuerdo que mi reacción fue algo totalmente inconsciente. Empecé a los codazos, a empujar, con mucha gente más que se metió para que no se lo llevaran, y lo logramos. Es algo chiquito, pero muestra lo enorme que fueron esas catorce primeras madres, esas valientes mujeres que empezaron todo el jueves 30 de abril de 1977 en la Plaza.

Para mí, fue la primera vez que veía en vivo y en directo el abuso y la represión, fue el primer contacto que yo tuve con el horror que se estaba viviendo, mas allá del dolor de la pérdida de Alejandro. El momento más terrible, y así lo recordamos siempre, fue la desaparición de nuestros hijos. Hubo muchos momentos peligrosos. El peor, sin dudas, fue el secuestro y la desaparición de Azucena Villaflor, Esther Cariaga y Mary Ponce. Fue deliberado: “Así se dejan de joder”, pensaron. Fue un parate de dolor, de horror, un parate humano. No fue la primera vez que quisieron amedrentarnos. Pero se olvidaron que somos madres.

Cuando secuestran a las tres, yo todavía no me había acercado a Madres. Cada madre tiene una historia de vida: la mía es que yo no podía ser más gorila. Me salían pelos por todos lados. Era profundamente antiperonista. Lo mío venía de familia: del lado de mi padre, una tradición militar, estuve rodeada siempre de coroneles, comodoros; y del lado de mi madre, eran todos radicales, antianti.

Eso me lo enseñó la madre María Adela Gard de Antokoletz, la primera que me recibió cuando llegué a Madres, a quien no me resigno a olvidar. “A quién te falta a vos”, me preguntó cuando llegué. Para mi sorpresa, era lo único que le importaba: no me preguntó nada que tenga que ver con mis ideas políticas ni nada parecido. Me largué a llorar, hice un catarsis total. “Qué estúpida que fui, Adela”, le decía yo. “No digas eso, cada madre trae su historia”, me calmaba ella. “Además Tati, mirá como te has convertido, con tu historia familiar y todo”.

A Alejandro lo secuestran en el año 75. Él estaba cursando primer año de medicina, tenía 20 años, y trabajaba. Cuando todavía un trasnochado dice “por algo los secuestraron”, nosotras decimos claro que sí, que fue por algo: porque eran militantes, militantes comprometidos con su país, con su pueblo.

Él desaparece durante el gobierno de Isabel Perón, cuando el accionar de López Rega y la triple A ya había dejaba a su paso 2000 mil secuestros y asesinatos. Tres de los seiscientos centros clandestinos que funcionaron a partir del 24 de marzo de 1976 ya existían desde entonces. Así que todo eso siempre hizo difícil mi relación con el peronismo. Recuerdo que Alejandro me decía “esta gorilita de mierda, sin embargo como la quiero”, y me abrazaba. Yo me reía. No entendía nada: lo único que sabía es que no era peronista. Nos costó mucho salir de la burbuja. Desde algún lugar Alejandro se estará riendo de ver a esta gorila de mierda haciendo las cosas que hago. Así lo siento yo.

El verdadero antes y después de la historia, para mí, se da con la llegada de Néstor y Cristina. Eso lo tengo bien claro. Ahí tomé conciencia, empecé a analizar realmente el peronismo. El compromiso de mi hijo Alejandro lo encontré en Néstor, quien me demostró con su ejemplo y teniendo la edad que tendrían nuestros hijos, que realmente había que creer en las personas. Creer en Menem, en De La Rúa, ¡por dios! Un de-

sasosiego total. Néstor, en cambio, es nuestro otro hijo, así lo sentimos. Nunca voy a terminar de agradecerle que fue el único presidente que tomó los derechos humanos como política de Estado, no de un gobierno. Él anuló las leyes de impunidad y pudimos seguir juzgando en la Argentina. A través de su ejemplo, me afiancé en mi compromiso con mi hijo Alejandro.

Hace mucho que ya me afeité los pelos; pero tampoco soy peronista del todo. Eso sí, rescato, ¡y de que manera! la figura de Evita.

Cuando volvió la democracia y fuimos a votar, voté por Alfonsín. Lo recuerdo como un momento hermoso. Hacía años que no ponía la bandera en el balcón de mi casa en Palermo. Ese día saqué la bandera argentina. Y cuando fui a votar, en la escuela nos mirábamos entre todos cómplicemente, nos tocábamos. Fue inolvidable.

La primera vez que pensé que empezábamos a respirar otro aire fue cuando se le da perpetua a la Junta, cuando el fiscal Julio Strassera dice estas palabras no me pertenecen, le pertenecen al pueblo argentino. Me recorrió el mismo escalofrío que siento ahora al recordarlo 30 años después. Fue una bocanada de aire. Pero resulta que después lamentablemente vinieron las leyes de impunidad.

Los indultos, después, fueron un cachetazo. En los 90 fue muy duro, también quisieron tirar abajo la ESMA e insistían con la reconciliación. Pero no nos amedrentamos y seguimos adelante. En el año 95 irrumpe HIJOS, con su bienvenida actitud insolente. Fue una alegría enorme y los acompañamos siempre en todos los escraches. Algunas veces la policía se paraba adelante pero nosotros seguíamos. Ahora no son tan pibes como aquella época, pero siguen siendo divinos. ¡Los gases que nos tiraron en el 2001! Ese jueves estuvimos en la plaza con Laura Conte, Hugo Cañón y Jorge Morresi. Nos tiraron gases y nos pegaron. Pero logramos que el presidente se fuera en helicóptero.

Cuando se anularon las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, estábamos en la plaza frente al Congreso. Fue impresionante vernos a todos llorando, a los abrazos. Y los juicios han sido otra bisagra: verlos en Comodoro Py ahí sentados… Tipos grandes mayores poniendo cara de abuelitos mayores amorosos, cuando fueron y son asesinos terribles, fue muy fuerte. Por ejemplo, Luciano Benjamín Menéndez, que dijo lo volvería a hacer. No se han arrepentido. Pero aunque lo hicieran jamás los vamos a perdonar, ni nos vamos a reconciliar. Porque los únicos que lo podrían hacer son nuestros hijos. Y nuestros hijos no están.

Todavía falta mucho para ver al último genocida tras las rejas. Quizás para cuando llegue ese día ya no estemos. Pero estamos tranquilas: porque hoy vemos a esta juventud comprometida, militante, con una dignidiad y un ejemplo que nos reivindica, son nuestra felicidad. Nos están demostrando que ellos han tomado las banderas. De a poquito les vamos la pasando la posta. Y digo de a poquito porque todavía, a pesar de las sillas de ruedas, los bastones, la edad que tenemos, las locas seguimos de pie.