Dr. Hugo Mántaras. En homenaje ● Enrique Minetti

En el mes de enero del año próximo se cumplirán diez años del fallecimiento del Dr. Hugo F. Mántaras y juzgué pertinente rendirle un modesto homenaje, porqué hace pocos días habría cumplido 69 años.

No pude evitar incluir citas autorreferenciales porque destacan vívidamente la calidad humana de quien quiero distinguir.
– Así que estás en Viedma, a mí siempre me gustó la Patagonia. Me dijo,en ocasión que lo viera en la Caja de Jubilaciones de Abogados de Santa Fe, donde trabajaba. Al tiempo tomó la decisión y junto a su esposa e hijos, a bordo de un Citroen 3 CV abarrotado de utensilios hizo su arribo. Se hospedó por meses en un modesto residencial en Viedma. Empezó a trabajar en la Dirección General de Catastro provincial. Sus compañeros narran incontables anécdotas de su rica personalidad. Amaba la Línea Sur y para allí rumbeaba en cuanta ocasión le era posible. Lo recuerdo bajando entusiasmado del tren en uno de sus viajes cargado de piedras y otras yerbas de aquéllos lares.

Fue siempre un hombre de buen paladar y de buen catar, circunstancia que lo llevara a la consulta médica, aún a su disgusto. En una ocasión, su amigo el Dr. Jhony Paradiso luego de leer y controlar el resultado de los análisis que le había ordenado, le dijo –Hugo, con estos resultados, vos estás muerto. A renglón seguido le espetó: – O cumplís estrictamente el tratamiento que te voy a dar o te vas a morir. Vos optás. Tiempo después, se encuentran en un restaurante donde el paciente estaba saboreando plácida y suculentamente su comida que no era precisamente el régimen dado por el médico. Al verlo venir, rápido de reflejos y con sus ojos vivaces lo mira y antes de que el galeno tuviera tiempo a decirle nada, le soltó a modo de única explicación: ¡Opté!.

Viviendo quien escribe en Sierra Grande y desatada una feroz represión en virtud de una huelga sostenida por los mineros (de quien había sido asesor letrado) fui arrestado en mi Estudio donde atendía a las esposas y familiares de los cientos de detenidos, puesto a disposición del PEN y alojado en la cárcel de máxima seguridad de Rawson (luego trasladado al Chaco). Era el único abogado que se hallaba presente por esos días en Sierra Grande, ya que los otros dos que allí vivían: el Dr. Víctor Hugo Sodero Nievas y el Dr. Miguel Angel Picheto abandonaron la localidad al conocer la noticia de lo que se avecinaba.

En esa oportunidad el Dr. Mántaras junto a mi querido amigo de toda la vida, el Dr. Juán Pablo Videla, viajaron a Sierra Grande, se alojaron en mi casa y realizaron las pocas averiguaciones que les fue posible, entre ellas que me encontraba detenido en el penal de Rawson hacia donde se dirigieron apersonándose osada y valientemente -atento los tiempos que corrían- en la cárcel. Luego de ingentes gestiones y esperas lograron hablar con las autoridades e intentaron visitarme, cosa que les fue negada. El bálsamo espiritual de saberme acompañado en esa penosa circunstancia es una deuda que no alcanzaré a saldar mientras viva. Deuda que también mantendré con el Dr. José L. Tévez, el Dr. Angel Cayetano Arias, el Dr. Jorge Frías, el Gobernador Mario Franco, con algunos amigos y con mi familia.

Recuperada la libertad, días antes del golpe cívico militar del 24 de marzo de 1976 y no pudiendo volver a residir ni trabajar en Sierra Grande (donde tenía mi única clientela) porque había sido “prohibido” y no pudiendo obtener ningún trabajo, el Dr. Mántaras me convoca a trabajar en su Estudio. Actitud magnánima que valoré, entonces, sobremanera y por la cual siempre le estaré agradecido.

Por esos días, un correveidile de los que nunca faltan, funcionario de la Justicia Federal viedmense, le hizo llegar comentarios de que no le era conveniente mantener la sociedad en su Estudio conmigo toda vez que peligraba su estabilidad laboral en la administración pública. La respuesta del Dr. Mántaras no se hizo esperar. No la reproduzco en estas líneas toda vez que pueden ser leídas en el horario de protección al menor. Conclusión: seguí trabajando en su estudio a pesar de mi porfiada intención de dejar de hacerlo en orden a su seguridad y protección. – Vos de acá no te vas, me dijo enfáticamente.

– Mántaras, con acento en la primera a. Respondía enojado cuando pronunciaban su apellido Mantarás, como muchos lo hacían habitualmente.

Fue sumamente austero en sus hábitos de vida. Quienes tuvimos el privilegio de conocerlo y tratarlo lo recordamos andando en sus desvencijados autos viejos y viviendo en casas alquiladas en barrios populares, siempre con la más absoluta dignidad, hasta que pudo construir su casa y vivir en El Cóndor, donde lo halló prematuramente la siempre traicionera muerte un enero de 2005.

Fue uno de los fundadores del PI (Partido Intransigente) en Río Negro y candidato a Diputado Nacional por ese partido. En los paredones de Viedma podía leerse como justa síntesis: “Honesto y respetado Mántaras Diputado”. Ocupó la presidencia del Colegio de Abogados de Viedma. Fue designado Procurador General de la Provincia de Río Negro, cargo desde el cual contribuyó, entre un sinnúmero de otros logros, a mantener viva la causa del Banco de la Provincia de Río Negro, que supimos tener. En su despacho lucía un retrato de la Tierra, uno de Albert Einstein y otro del Dr. Ernesto Guevara de la Serna.

Amante de la música, era un exquisito conocedor de composiciones clásicas como populares, participando activamente en la actividad coral.

Ejerció con naturalidad la modestia, la humildad, la generosidad y la solidaridad, valores que caracterizan a los hombres grandes de espíritu.

Fue amigo de sus amigos, amistad con la cual tengo el honor de haber sido distinguido.

Cuando iba de gira presentaba a su chofer, el querido Alberto “Pato” Urrutia, como un compañero de trabajo. Genio y figura hasta la sepultura.

Dr. Hugo Fernando Mántaras. El Señor Mántaras. Huguito, mi amigo.
Así quiero recordarlo.

ENRIQUE MINETTI