Recuperar la alegría de enseñar

En momentos de crisis, de cambios, uno se replantea cosas, posiciones, ideas. ¿Por qué estoy donde estoy, por qué pienso como pienso, por qué defiendo lo que defiendo? Pido disculpas de antemano por lo auto-referencial o personalista de lo que escribo, quizás no es la mejor manera de hacer un análisis de una realidad política, sindical o social; pero las veces que mejor me he expresado fueron cuando lo hice desde el corazón y con la verdad completamente desnuda.

Como los compañeros y compañeras de mi localidad y muchos/as de mi provincia saben, milito, participo, en una agrupación sindical que denominamos hace mucho tiempo Confluencia, de la que estoy orgulloso por la coherencia y por la amistad que nos une, pero también porque no es sólo lo que nos une. A nivel provincial y nacional soy parte de la Agrupación Celeste fundada hace muchos años en la provincia por un grupo de compañeros y compañeras cuyo referente más recordado es, sin duda, Daniel Gómez. Pero, ¿por qué estoy en este espacio?; debo admitir que siempre me costó “ponerme la camiseta”, soy de comprometerme fuerte con los posicionamientos que asumo, por eso pienso dos veces en asumirlos.

En debates y charlas con mis compañeros/as recordé cual fue la idea neurálgica Celeste que me terminó de convencer que tenía que tomar partido, que tenía que trabajar por un proyecto, que tenía que “arremangarme” y pelear por un ideal de escuela: recuperar la alegría de enseñar. De pronto estaba con compañeros que no hablaban sólo de oponerse a un modelo o a un gobierno, de cobrar más, no se hablaba de trabajar menos… se hablaba de felicidad y ese, definitivamente, era mi espacio. Muchas luchas de las que participamos se desprenden de este precepto: salario, condiciones de trabajo, buenos y lindos edificios escolares, ser escuchados… y las luchas que no responden a esto no valen la pena.

Yendo a la crisis que se vive a nivel institucional en nuestra provincia (y el área de educación no está exenta por supuesto), quizás, y es mi humilde opinión, el error de algunos/as compañeros/as que militaban en el mismo sector sindical que yo y que apostaron a un espacio de gobierno, fue olvidar esta consigna, o priorizar otros intereses sectoriales o partidarios. Realmente no lo sé a ciencia cierta, es tan solo una forma de verlo, un análisis, pero de lo que si estoy seguro es que no creo en la maldad de la gente, nunca voy a abonar a ese discurso, ni con propios, ni con ajenos.

Creo fervientemente que no hay manera de concretar políticas públicas que vayan en la dirección de garantizar el derecho social a la educación para todos y todas y la tan anhelada justicia social por la que luchamos, sin docentes felices que las lleven adelante con convencimiento, compromiso y tesón. Pero la felicidad, el amor por los pibes, el compromiso con la escuela compañeros/as, no se impone, no se dicta… se generan las condiciones y se contagia.

Por otro lado, lo que me resulta atractivo de esta consigna, de esta bandera, de esta utopía, es la respuesta que resulta a una contracara, la contraoferta en vistas de una triste militancia nacida del odio que hoy prepondera en nuestro sindicato. Nada bueno puede gestarse del odio, de la mentira, de la intolerancia; no hay posibilidad de construir sobre un discurso vacío de democracia que en la realidad se transforma en “democratismo”: ninguna conducción o líder que se jacte de tal puede usar el recurso de la mayoría para subyugar a minorías. Llamo a la reflexión a nuestros dirigentes sindicales, a nuestros/as compañeros/as, para que militen desde la diversidad, la que es inherente a una democracia real. No llamen al odio, luchar no es odiar. Desterremos la intolerancia, la violencia, la mentira, la falta de respeto… no nos saquemos el guardapolvo al llegar al sindicato. No escribo estas palabras desde una falsa moral, créanme, es un posicionamiento político: el acto de enseñar es un acto militante, pero la militancia es un acto de enseñar.

Carlos “Coco” Cervini

Maestro, con el guardapolvo puesto