Representación política y palabra empeñada • Leandro Oyola

Se acerca la hora de debatir las P.A.S.O. en Río Negro y de elecciones presidenciales, a gobernador y a intendentes el año que viene, por lo que resulta oportuno volver a preguntarse sobre una cuestión medular de nuestra democracia: La Representación Política.

La noción de Representación Política ha implicado el abandono de la democracia directa, impracticable en las sociedades contemporáneas. En la misma sintonía está nuestro sistema político, más allá de las formas intermedias propuestas por los constituyentes de 1994, a través de la iniciativa ciudadana para presentar proyectos de ley y la consulta popular vinculante y no vinculante.-

Si bien la representación ha tenido una evolución conceptual desde la antigüedad hasta hoy, en lo que a nuestra cultura política concierne la cuestión tuvo su desenlace con la Revolución Francesa. En 1.789, los representantes hicieron una declaración tomando la palabra no sólo del pueblo francés, sino con carácter universal la de de todos los hombres del mundo: “La Declaración Universal de los Derechos del Hombre y el Ciudadano”, dando por supuesto que si de representación política se trataba no sólo era posible representar a un pueblo, sino a la humanidad toda.-

Sin embargo, no puede soslayarse el “Discurso a los Electores de Bristol” de Edmund Burke del 3 de noviembre de 1.774, como primera expresión del moderno mandato libre en el que expresó que el parlamento no es un congreso de embajadores sino una asamblea deliberante con un interés, que es el de la totalidad.-

Casi un siglo después, nuestros consituyentes reunidos en representación del pueblo postularon que nunca éste dictaría leyes, ni deliberaría, ni se gobernaría, sin valerse de representantes elegidos al efecto por procedimientos constitucionales, bajo pena en caso de incumplimiento de cometer sedición.

Incluso, en el propio Acuerdo de San Nicolás que organizó la reunión del congreso general constituyente, su artículo 6 previó que los diputados no tendrían mandato imperativo.-

Así, la prescripción de la representatividad es el camino utilizado para ejercer la soberanía popular siempre residente en el pueblo, dada la irrealizabilidad de una democracia pura, directa, más propia de una polis griega de pocos habitantes y extensión territorial escasa.

Si bien, hay nuevas expresiones hacia lo que se denomina “democracia 2.0”, que utilizan la web para conocer las demandas de los ciudadanos, como es la propuesta del Partido de la Red (www.partidodelared.org), no alcanza dicha propuesta a calificar de democracia directa, sino más bien de una representación con mandato imperativo, dado que los legisladores de ese partido sólo presentarán si son electos los proyectos que quiere la gente a través de las peticiones receptadas por internet.-

Sin perjuicio de las distintas formas que adquiera, el problema fundamental de la soberanía residente en el pueblo es el de la representación política. El representante, que evoca una ausencia, debería vehiculizar fielmente la voluntad y tutela de intereses de sus representados. De ocurrir ello, se configuraría un vínculo de identidad entre representante y representado, esperable para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y gestionar de manera eficiente los asuntos de administración pública.-

En la teoría de la Representación Política y su evolución desde la edad media hasta la modernidad, se ha hecho una clara distinción con el mandato del derecho privado, concluyéndose que la versión que se aplica en nuestro sistema, dada la complejidad de las cuestiones públicas, no puede sujetar al representante a un mandato imperativo de los electores. De este modo, no hay mandato en sí que el pueblo pueda imprimir en el representante con carácter de obligatoriedad, sino un mandato denominado libre.-

Aceptado que ello es así, tampoco puede soslayarse que el candidato partidario ha tenido que realizar, para que los ciudadanos lo voten a él más que a otros, la explicitación de un programa convincente de ideas y proyectos que hacen a su visión mejoradora del país, de una provincia o de un municipio. Es decir, ha efectuado promesas para mejorar la calidad de vida de la mayoría de los ciudadanos.-

El problema surgirá una vez que el representante es investido, dado que como sabemos no hay mandato imperativo, no hay norma positiva que en caso de incumplimiento de promesas, sancione de algún modo al representante que no cumple con la palabra empeñada, más allá del recupero de bancas previstos en determinados sistemas como el Ríonegrino.-

Es por ello seguramente, que un pensador como Kelsen en su obra “Escritos sobre Democracia y Socialismo” se refirió a la cuestión como “patente ficción de la representación que experimenta la teoría de la representación en el parlamentarismo”.

Más allá de la posibilidad del elector de no renovar su confianza con un nuevo voto en caso de incumplimiento de promesas y programas de campaña, no hay ninguna responsabilidad legal para el representante y en definitiva dependerá de la solidez moral del político representante para cumplir promesas sin una norma exterior que lo obligue.

Como será de endeble esa cuestión que el nuevo candidato emergente de cierta oposición – Massa- dijo con motivo de las elecciones intermedias que lo proyectaron como presidenciable que se oponía a una reforma constitucional, a la reelección indefinida y que lo haría ante escribano público depositando las escrituras en la CIPPEC, de modo tal de sujetar la palabra volátil de algún modo.

Hemos ingresado así, al nudo de la cuestión. El pueblo, de quién no se puede saber con certeza cuál es el contenido de su mandato es representado por candidatos investidos que no tienen obligación legal alguna de cumplir sus promesas de campaña electoral.

Se observa entonces que el proceso democrático está vaciado de un contenido prefijado. Como en el cuento de Borges La Lotería en Babilonia, uno podría comprar un par de zapatos y encontrar adentro una víbora, del mismo modo, uno puede correr riesgos similares al ingresar el voto en la urna por un candidato, de modo tal que en este juego democrático puede que haya recibido promesas de prosperidad y bienestar y perder su trabajo o verse despojado de sus ahorros, por citar sólo dos casos conocidos.-

En todos los casos, el ganador o el perdedor es el pueblo titular de la soberanía. ¿El problema tiene solución? Creo que si hay alguna está en el terreno de la normatividad moral, no de la ley positiva, pues la obligatoriedad –cumplir con las promesas- debe emerger desde adentro del sistema moral del representante del pueblo.

¿Es posible dejar todo el sistema político de representación a merced de la mayor o menor solidez moral del representante? No se observa que quede otra posibilidad, hoy. Pero sí se pueden explicitar algunas cuestiones sobre este tema.

La representación política y su posibilidad encuentra su máxima expresión con la Ilustración, que termina de configurar en occidente y en especial en Europa un sujeto más allá de la historia y de la cultura: El Hombre, un sujeto universal que sin condicionamientos es libre.

El representante, en tanto sujeto político de la ilustración piensa por sí mismo, ya ha dejado la minoría de edad a la que hacía referencia Kant, y parece desligado de todo condicionamiento de un mandato imperativo que coarte su libertad, pues de su razón brotará hacer lo que mejor corresponda en beneficio de la nación. No obstante, este individuo, si bien piensa por sí mismo, alienta un abandono del pueblo para hacer lo mejor por éste, en razón de exigencias universales y de libertad que lo preocupan para constituirlo como tal, pero precisamente ese rasgo lo hace representante, incluso de la humanidad.

Este sujeto libre más allá de la cultura y de la Historia, se ha moderado y para cualquiera de nosotros resultaría difícil concebir hoy un sujeto que no sea relativo a su cultura y en relación con otros.

Así, unos pocos representantes de los muchos -el pueblo- ya no pueden olvidar la determinación a la que están sujetos por parte del verdadero titular de la soberanía, pero así y todo la definición de una representación sigue sujeta al terreno de la ley moral.

El representante político sólo puede ser eficaz en tanto la moral como única fuerza obligatoria para cumplir con sus promesas, opere siempre en relación con otro, y en esa particularidad esté obligado a cumplir adecuadamente las reglas de un juego en el que su rol es ser representante del pueblo con un deber inherente: cumplir la palabra empeñada, promesas de campaña o plataforma electoral. Ante la duda, no está mal recurrir a un escribano como lo declamó Massa en su momento, pero ese acto indica la precariedad del sistema, en el que el voto legitima una representación, pero ahí queda, sin mandato, ni obligatoriedad de cumplimiento.-

Podrá pensarse que la representación política en su versión moderna ha abandonado hace rato el mandato imperativo, pero no podrá negarse que todo un sistema no puede estar librado entonces a la seducción por el voto con promesas de campaña sin obligación alguna de cumplimiento.-

Como mínimo, y en función de campañas publicitarias leales, debería advertirse que todo lo dicho en plataformas, no es obligatorio cumplirlo, y que incluso se puede hacer lo contrario de lo que se proclama en el momento sublime de la seducción de la campaña, sin consecuencia alguna.

En conclusión, todo el sistema de representatividad política ideado por el sujeto de la modernidad, se basa en la libertad, aunque sujeta a la responsabilidad autónoma que nace desde adentro del sistema moral del representante. Por ello, el cumplimiento de la palabra empeñada en lo político nunca puede pasar de moda y tiene cada días más vigencia en las condiciones que el sistema actual nos propone.

Leandro Oyola
Abogado