Río Negro: una provincia desperdiciada ● Jorge Castañeda

Siempre se ha dicho que Río Negro es una provincia continente. Y no es una aseveración teñida por el fanatismo ni la soberbia. Es una realidad. Una integridad territorial ubicada estratégicamente de mar a cordillera donde al decir del gran escritor Eduardo Mallea “se produce toda fuente”.

Cuenta con todos los paisajes: el cordillerano y lacustre con postales únicas en el mundo, el de los valles con sus viñedos, manzanares y alamedas, el de la costa atlántica con una ruta frente al mar y balnearios de privilegio, donde se destacan reservorios de especies distintivas de la fauna del continente, y por último la estepa patagónica con la maravillosa meseta de Somuncurá –un horizonte en movimiento, al decir del licenciado Fredy Massera- con especies únicas en el mundo como la mojarrita desnuda de Chipauquil y la ranita manchada, entre otras.

En su interesante ensayo “La identidad de la Patagonia” el Dr. Nelson Echarren escribe que “Río Negro, produce frutas a nivel de primer productor nacional en varios rubros, vinos de exportación, pescados, mariscos, lanas, carne, minerales, maderas y posee una importante actividad turística con epicentros conocidos mundialmente (Bariloche – El Bolsón) en franca expansión”.

Más adelante agrega que “El Alto Valle de Río Negro, formidable productor y exportador de calidad mundial, integrado con Neuquén, donde comienza el río interior más grande del país compite en cantidad y calidad con las zonas cuyanas y similares. La costa atlántica de Río Negro reconoce privilegiados lugares en franca expansión tales como Las grutas, con movimiento de miles de turistas, sin olvidar el puerto de San Antonio que es uno de los mejores (sino el mejor) puerto natural de aguas profundas del país”.

A esa ese breve compendio de nuestras potencialidades deberíamos agregar que los rionegrinos contamos con recursos hídricos de excepción para poner en regadío tierras ociosas, aptas para sembradíos y en especial de pasturas para atender las demandas en tiempos de sequía, hidrocarburos y energía, nuevos recursos estratégicos de la fauna autóctona como el guanaco, cuyo pelo es de gran valor monetario y máxime teniendo en cuenta el arte reconocida de nuestros artesanas las que le generan un valor agregado en piezas de gran calidad, y entre otras muchas alternativas productivas, las frutas finas, las especies aromáticas y las explotaciones de minería limpia y sin riesgo para el medio ambiente como las calizas, diatomita, piedra laja y otras. Y lo que más importante que todo aprovechar el corredor bioceánico de la Ruta nacional Nº 23 que nos permitirá comunicarnos con el mundo.

El meollo de la cuestión es bien señalado en el texto del Dr. Echarren al decir que “Río Negro podría desarrollarse en plenitud sin necesidad de terceros ya que contiene todos los elementos para ello”.

Yo agregaría a esa reflexión que para poder lograr poner en valor a todo a este maravilloso compendio de recursos naturales y humanos con que contamos los rionegrinos, hace falta que nuestros dirigentes tengan la convicción y la voluntad de implementar en su gestión verdaderas políticas de estado sustentables en el tiempo, sin perder oportunidades en hechos personales de menor cuantía y rencillas caseras por espacios de poder.

Poner en un orden superlativo a Río Negro debe ser uno de los grandes desafíos que este nuevo siglo globalizado nos impone, pero para eso en vez de personalizaciones rampantes y sin grandeza debemos abocarnos a procurarnos las herramientas que nos permitan alcanzar esa  transformación que la historia nos exige, para nosotros, pero sobremanera para las futuras generaciones.

El pueblo –decía Leopoldo Marechal-  “siempre recoge las botellitas con urgencia de naufragio tiradas al mar”.

Porque tal vez lo más valioso que contamos los rionegrinos es el pueblo, el callado y laborioso habitante de esta provincia patagónica que no conoce de obstáculos, de fracasos ni de postergaciones y que tiene de su tierra “una idea de limpia grandeza”

Nada mejor para cerrar esta breve nota que recordar la frase en los tiempos heroicos del Cid Campeador y decirle a los rionegrinos: “¡Que buenos vasallos serían si tuviesen un buen señor!”

 

 

Jorge Castañeda

Escritor – Valcheta