Autocrítica en tiempo de turbulencias

(Por Jose Calero*).- El Gobierno ensayó una autocrítica en momentos en que la Argentina atraviesa la mayor «turbulencia» en los mercados desde que el gobierno de Mauricio Macri asumió en diciembre de 2015.

Un fuerte ataque especulativo contra el peso intenta aprovechar la debilidad provocada por el excesivo endeudamiento que tiene el país, en un escenario de alzas de tasas de interés en los Estados Unidos y apreciación del dólar, que empezó a impactar también con fuerza en Brasil.

El presidente Mauricio Macri dijo que se fijaron metas «demasiado optimistas» y reconoció «problemas de coordinación entre el gabinete económico y el Banco Central», al tratar de convencer a los mercados de que las «turbulencias» estaban superadas.

Nada de esto está confirmado, teniendo en cuenta que en junio vencerán otros 650.000 millones de pesos en Lebac.

Macri también defendió el acuerdo con el Fondo y reconoció que habrá más inflación y menos crecimiento.

El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, salió a defender la nueva lógica imperante en el Gobierno: «Las condiciones internacionales cambian, debemos cambiar», sostuvo el funcionario, al justificar la decisión de acelerar el ritmo de ajuste en las cuentas públicas, y destacó el «pragmatismo» de esta administración.

Tampoco fue ajeno a la autocrítica el presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger, quien señaló: «El mercado nos está diciendo que no confía en nuestra política monetaria».

Desde ese día, el BCRA oficializó una devaluación del peso, ya que cada mañana salió a ofrecer U$S 5.000 millones a $25 en el mercado mayorista.

Sturzenegger intentó aclarar que «corrida (cambiaria) no hubo. En todo caso, podemos decir que hubo turbulencias en el mercado de cambios».

Pero en mayo, el peso sufrió una devaluación del 18,4%, casi el doble que lo ocurrido en Brasil y México.

Eso se parece mucho a una corrida cambiaria, aunque técnicamente pueda no serlo.

El mundo sigue con lupa lo que ocurre en la Argentina, y ahora también en Brasil, donde se produjo una devaluación del 13% del real en el año.

Por las dudas, desde Washington, la jefa del FMI, Christine Lagarde, buscó aventar los fantasmas sobre la posibilidad de que el organismo exija un ajuste mayor aún al que ya se viene aplicando en la Argentina.

Lagarde dijo que el programa que ponga en marcha la Argentina con la ayuda que le dará el organismo será «integralmente concebido por el presidente Mauricio Macri y su gobierno».

La titular del Fondo viene trabajando desde que asumió para modificar la imagen de «ajustador serial» que tiene el organismo.

El caso argentino le vino como anillo al dedo para intentar consolidar esta estrategia, luego de que a fines de los ´90 el FMI le impuso un fuerte recorte de gastos al país que terminó en el desastre del 2001.

Si la Argentina logra encaminarse, podrá convertirse en uno de los pocos casos de éxito a exhibir por parte del FMI ante la comunidad internacional.

Pero por las dudas, Lagarde pareció guardarse un as bajo la manga: dijo que la Argentina tendrá la responsabilidad «integral» en el programa de estabilización a aplicarse con la ayuda de un crédito de ese organismo.

Sostuvo que el programa económico a aplicar será «integralmente concebido por el presidente Macri y su gobierno».

Las palabras de la mandamás del Fondo podrían traducirse a lenguaje político de la siguiente forma: «Nosotros daremos toda nuestra ayuda, pero si esto no alcanza, no vuelvan a echarnos la culpa porque no les exigimos qué hacer».

Lagarde buscó curarse en salud conociendo que, para la mayoría de los argentinos, el FMI es mala palabra.

Creado tras la Segunda Guerra Mundial, en el marco de los denominados acuerdos de Bretton Woods, con la intención de evitar nuevas crisis en las grandes potencias como las de 1930, el FMI es un organismo muy controversial.

El 19 de de abril de 1956, en plena dictadura de la «Revolución Libertadora», se produjo el ingreso formal de la Argentina al Fondo, ya con Juan Domingo Perón en el exilio.

Desde entonces comenzó un derrotero en el cual el FMI fue acusado, muchas veces con razón, se ser responsable de todos los males de la Argentina.

Durante el gobierno de Raúl Alfonsín las tensiones con el organismo fueron notorias, a tal punto que en una ya célebre reunión, el ministro de Economía de entonces, Bernardo Grinspun, estalló a los gritos frente al enviado del Fondo, Joaquín Ferrán.

«Si querés que me baje los pantalones, me los bajo», lo desafió. Y acto seguido, le dio la espalda y realmente se los bajó.

Ocurrió en 1984 y ya es parte de la historia de confrontaciones interminables entre el organismo y la Argentina.

Ahora el gobierno de Macri dice que la decisión de pedirle plata al Fondo se construirá sobre «relaciones maduras», con un programa propio, y destaca que la Argentina no le teme a las auditorías, porque «no tiene nada que ocultar ya que sus cuentas son transparentes».

Será otra oportunidad, tanto para la Argentina como para el FMI, de confirmar si haber caído de nuevo en la necesidad de acudir a uno de los prestamistas más cuestionados del mundo, puede beneficiar al país.

Por ahora, hay más dudas que certezas sobre la posibilidad de que esta nueva «historia argentina con el Fondo», tenga final feliz.
*Noticias Argentinas