Coscia: «El 16 de junio de 1955 fue una verdadera escuela de genocidio»
(Por Mónica López Ocón).– ¿Cuándo empieza a escribirse silenciosamente dentro de un escritor y un día sale a la luz sin que él mismo pueda explicarse del todo cómo? Es difícil o tal vez imposible decirlo. Pero lo cierto es que El bombardeo, la última novela de Jorge Coscia, que cuenta los sucesos del 16 de junio de 1955 fue incubada en su infancia a través de lo que le contaba su tío, testigo presencial de uno de los hechos más dolorosos de la historia argentina.
Aquel relato familiar fue creciendo y alimentándose con otras fuentes, desde recortes periodísticos a libros de historia, pero nunca dejó de tener la impronta de una historia vivida desde la emoción. Coscia explica a Tiempo Argentino que le demandó mucho tiempo escribirla, que le quitó horas al sueño mientras se desempeñaba como secretario de Cultura de la Nación y que cada noche regresaba a su mesa cubierta de fichas y libros para poder avanzar en el proyecto que, para ser fiel a la realidad y lograr la verosimilitud de la ficción, le demandó saber desde qué cigarrillos fumaba y qué bebía Perón ese fatídico 16 de junio, hasta cómo era el interior de los aviones o cómo se desplazaban los granaderos. Pero esa investigación ardua que se convirtió en una novela de 500 páginas sólo vino a engrosar la historia que se incubaba en él desde la infancia como una prueba incontrovertible de que las tragedias colectivas que se narran de manera abstracta en los libros adquieren su verdadera dimensión cuando se hacen carne a nivel individual.
-El Bombardeo tiene una gran investigación histórica. ¿Fue específica para el libro o la venía haciendo desde hacía tiempo?
-Las dos cosas. Hubo una investigación histórica específica muy intensiva. Leí casi todo lo disponible. Ya venía investigando desde Perón desde mis trabajos previos. Mi interés por el tema se remonta a los 16 o 17 años, pero una cosa es hablar de peronismo en general y otra cosa hablar sobre un hecho en particular y con las características del bombardeo del 16 de junio. Eso me obligó a investigar en profundidad. Todo lo que está en El bombardeo no está, como conjunto, en ningún otro libro. Hay varios libros históricos muy buenos, pero en ellos no está todo lo que necesitaba.
-La intimidad de los hechos.
-Sí, hay datos significativos, por ejemplo el hecho de que haya dos norteamericanos muertos en el bombardeo. Uno, canadiense, era el director de montaje de la planta Kaiser en Córdoba. Perón había hecho un acuerdo con la Kaiser que se estaba desmantelando en Estados Unidos. A la Argentina le faltaba la tecnología de armado en línea para poder producir 30 mil autos por año. Perón, con mucha inteligencia, negocia con una fábrica retirada como la Kaiser, con muy buenos autos, que había perdido la batalla contra Ford, Chrysler y General Motors. Ese es el nacimiento de la industria automotriz en serie en la Argentina. Los efectos de esto vendrían luego de la caída de Perón y de un modo diferente de como él lo había planificado. De esto hablo en la novela porque no me interesaba contar una historia maniquea del bien y del mal, aunque el mal se expresó como pocas veces en una sola tarde. Me interesaba lo que había ocurrido antes y lo que ocurrió más tarde. El día del bombardeo una de las primeras entrevistas que tiene Perón es con el embajador norteamericano y este no es un hecho casual. Me pregunté de qué hablaron. Un tema importante de la agenda era el petróleo, pero también el del armado de la planta Kaiser y estaban discutiendo las condiciones. A tal punto es así que en el curso de la investigación descubro que al día siguiente del bombardeo el embajador se reúne con el hombre que operaba la industria automotriz para Perón, Jorge Antonio. ¡Qué casualidad: el día del bombardeo muere el hombre que está armando la planta! Y aquí es donde aparece la ficción. Si yo manejo información cierta, estoy en condiciones de tirar las coordenadas y de llenarlas con las suposiciones que una ficción debe tener, ya sea de Gore Vidal, de Víctor Hugo o de cualquier novela que histórica.
-En El bombardeo hace una revisión de todos los generales que murieron en batalla y da cuenta del lugar que ocuparon algunos personajes que participaron de una forma u otra del bombardeo en gobiernos bastante recientes.
-Sí hacia el final hablo de los productos del huevo de la serpiente. El 16 de junio del ’55 fue una escuela de genocidio. La novela tiene la posibilidad de poder romper con las estructuras lineales. Esa jornada tuvo lugar para matar a un general, al general Perón, en ese momento presidente de la República. Además, muere un general, Tomás Vergara Ruzo. Me pregunté cuándo había muerto un general en la historia argentina antes. Por eso imagino un historiador a quien llamo Fermín Ramos que hace un informe de cómo murieron los generales en la historia argentina. El 16 de junio no hubo un grupo de hombres malos que quisieron derrocar y matar a un general, sino que este hecho se enlaza con otros de generales de nuestra historia que han muerto de forma violenta. Pero si bien estas muertes son un antecedente, una cosa es un general que muerte en combate y otra muy distinta son 400 civiles que mueren en un bombardeo cuando muchos de ellos van a tomar su crédito en el Banco Industrial, como es el caso del hermano mayor de Luis Landriscina. Esta es una de las situaciones que no está en ningún libro y que a mí me la contó el propio Landriscina. Su hermano iba a tomar un crédito para su carpintería. Ese hecho es todo un símbolo, por supuesto, un símbolo terrible. Un tipo que viene del Chaco a Buenos Aires porque quiere montar su taller en un país en que eso es posible.
-Supongo que Tití y Celina son personajes de ficción.
-Mi primera fuente de investigación no fueron los libros, sino mi propia vida. El personaje de Tití Cossa está basado en mi tío y Celina, si bien es un personaje ficticio, tiene que ver con una relación amorosa que tuvo mi tío y que se definió en los mismos términos que cuento en la novela.
-En el momento del bombardeo usted muestra un Perón que no está lúcido. ¿Eso tiene un correlato con la realidad?
-Sí. La versión antiperonista sostiene que Perón sabía todo y que dejó hacer y que, por lo tanto, es el culpable de los 400 muertos. Yo creo que fue exactamente a la inversa. Además, hay testimonios de muchos testigos presenciales que Pavón Pereyra recoge en los años ’70 que coinciden en que Perón estaba sorprendido. Sabe que hay algo, pero la sensación que tiene y que trato de transmitir en la novela es que no se van a atrever a tanto. No está pasando por un buen momento de su vida, está jaqueado emocionalmente. Viene de ganar una elección que es la de vicepresidente de Alberto Teisaire por el 65 y pico de los votos, la economía argentina está mejorando e incluso las negociaciones con Estados Unidos hablan de que la propia política norteamericana está cambiando sobre la base de los ejes de la Guerra Fría. Pero en la Argentina los enemigos de Perón están más alterados que nunca porque comprenden que no le pueden ganar las elecciones. Eso es lo que dispara el 16 de junio y todos los golpes de Estado y todos los intentos desestabilizadores. Perón pierde a Evita en 1952. Su cuñado, secretario y hombre de confianza, muere en una situación confusa. En 1954 mueren su hermano y su madre. Y también se muere su aliado, Getúlio Vargas, una muerte que para mí es casi más determinante que la de Eva. Vargas se suicida de un tiro en el corazón y deja una carta que al leerla uno se da cuenta de que bien la podría haber escrito Perón. Ya no tiene a su lado los hombres más sólidos que dieron lugar al 45 y un entorno en el que pesa demasiado un Apold y que tiene un Borlenghi que es un jacobino y todos sabemos cómo les fue a los jacobinos en la Revolución Francesa. Además, está molesto con la Iglesia, se pregunta por qué, si habían tenido una excelente relación, le crean un partido Demócrata Cristiano. A su vez, la Iglesia desconfía de él. Entonces, no se pone al frente, sino que va a dar al sótano. Esto lo cuenta su historiador Enrique Pavón Pereyra y además, provee información sobre qué cigarrillos fuma y que toma mate cocido. Por eso, aunque no sé qué dijo Perón, sé dónde y cómo está y en la novela lo hago hablar en función de eso.
-Usted dijo que el bombardeo del 16 de junio del ’55 fue una escuela de genocidio. Allí estaba y usted lo dice en la novela, Massera, que debía ser muy joven en esa época. ¿Qué papel jugó?
-Sí, era teniente y secretario del ministro de Marina Aníbal Olivieri, que escribió un libro sobre esas horas que está en mi novela. Junto a Massera también estaban Mayorga y Montes. Los tres ocuparon distintos lugares en las dictaduras posteriores. Al principio Olivieri no apoya la asonada, pero una vez que esta se lanza, se pone al frente. Aquí se ve el carácter corporativo, porque su deber era con la Constitución, no con el arma a la que pertenecía. Este corporativismo militar atraviesa gran parte de la historia argentina. El secretario que está todo el día junto a Olivieri, que se encarga de la defensa del Ministerio de Marina es Massera y el propio Olivieri cuenta que Massera y Mayorga, revólver en la mano, lo ayudan a entrar al ministerio en el medio del tiroteo. Cuando uno profundiza la carrera de Massera ve que es alguien no tan interesado en las artes militares como en las artes del poder. De ahí que un teniente estuviera como secretario de un ministro en vez de estar arriba de un barco. Olivieri era peronista y se dice que fue promovido con el visto bueno de Eva Perón. Pero primero se enfrentó a Perón y luego a la Libertadora, que siempre lo miró con desconfianza por su pasado peronista. Por eso escribió un libro que se llama Dos veces rebelde pero que, según Lucero, debería llamarse Dos veces traidor.
-Su novela es muy cinematográfica. Cuando describe la escena de la mujer alcanzada por una bomba que tiene una pierna mutilada, es como si se la estuviera viendo. ¿Se basó en la foto que existe de ella?
-La foto la vi cuando apareció Google, pero ya la había “visto” antes a través del relato que me hizo mi tío, que la vio en ese momento y le preguntó “¿Qué puedo hacer por vos, hermana?” Mi tío me decía: “estaba sentada así, tenía los ojos abiertos y no lloraba y la parte herida de su pierna estaba unida sólo por un hilo delgado.” Por la apariencia es una mujer del interior. Yo tendría unos 6 años cuando me contó por primera vez el bombardeo y me lo siguió contando a lo largo del tiempo, como solemos hacer los mayores que nos olvidamos de lo que relatamos. El hombre sin rostro que da título a un capítulo de mi novela es una historia que me contó mi tío. Él estaba en un edificio en construcción y había un hombre asomado a un balcón. De pronto el hombre cayó y al darlo vuelta mi tío comprueba que no tenía cara, se la había borrado el bombardeo. También me contó de un borracho que desfilaba sin entender qué pasaba y al que balearon. La novela es un homenaje a todos esos muertos.