No es el fútbol, estúpido, es la política

Buenos Aires (Miradas al sur).- Superclásico, pero del bochorno. El fútbol, nuevamente, pasó a segundo, tercer plano. Quedó el bochorno, la vergüenza, el disparate. Además de la desorganización, la ineficiencia y eso lleva a la desconfianza. Salió a la luz, también, la falta de solidaridad, respecto de sus propios derechos de un grupo de trabajadores que, en este caso, juegan al fútbol, para con sus colegas.

Los boquenses, dirigentes, técnicos y jugadores querían jugar el partido, a pesar del dislate y los jugadores de River quemados tras la agresión con gas pimienta. El boliviano Roger Bellio, veedor de la Conmebol y el novel árbitro se tapaban la boca para coordinar cómo salir bien parados de esta situación sin ser sorprendidos por la televisión.

Se jugaba el pase de Boca o River a la siguiente ronda de la Copa Libertadores de América con nombre de neumáticos. Sin embargo, detrás de los 22 jugadores y la pelota solitaria hay, como siempre, otra trama, la trama en este caso es política, más que económica, la otra gran variante del dislate en que flota el fútbol argentino.

Además del éxito, los dólares y “la gloria”, la trepada de Boca en el campeonato local y en la Libertadores está, tal vez estaba, asociada a la continuidad del titular del club, Daniel Angelici. Campeonar es reelegirse, reelegirse sería desembarcar en la Confederación Sudamericana de Fútbol. Política… del fútbol.

Pero hay más. El ingeniero Mauricio Macri, ex presidente de los xeneizes, aspira a ser presidente de los argentinos. Una de las patas de su campaña de visibilización y conquista de simpatías –además de bailar con Martín Bossi en el programa de Tinelli, animador que quiere ser jefe de la AFA– se apoya en Boca y sus conquistas. Un año azul y oro, con campeonato y desembarco, al menos de la promesa de regreso, de Carlitos Tévez, está entre las vigas maestras de un plan en el que los planes brillan por su ausencia.

Bajarse de la Copa es una herida profunda en ese camino. Las formas que dibujaron la noche del jueves agravan la situación. El fiscal Carlos Stornelli, ex ministro de Daniel Scioli, además de organizar la marcha tras la muerte del Alberto Nissman, fue responsable de la seguridad de Boca, no lo es ahora, pero maneja los hilos. El “día del bochorno” estaba en la cancha. Muchos buscan al jefe de seguridad de Boca, Claudio Lucione, ex comisario de la seccional 17ª, denunciado por corrupción, en septiembre de 2012, por la entonces ministra de Seguridad Nilda Garré, y de permitir una “zona liberada” en el Recoleta para permitir entraderas.

Mil docientos efectivos policiales y 300 privados hicieron poco para impedir el bochorno; ni la agresión a los jugadores de River y la falta de garantías hasta para abandonar la cancha, ni el dron teledirigido.

El operativo dispuesto por la Secretaría de Seguridad de la Nación costó más de 2 millones de pesos, con una concentración de 1.200 efectivos policiales y un despliegue de Gendarmería en las vías de acceso, que transformó a distintas zonas de la Ciudad en zonas de guerra. Sin embargo, en el Alberto J. Armando se arrojó un “agresivo químico” sobre los jugadores de River y un dron los sobrevoló mientras no podían con los ardores que le provocó la sustancia anaranjada, cuando a la producción de Fútbol para Todos se le prohibió el uso de esos artefactos tan de moda, por “razones de seguridad”.

El ex árbitro internacional Héctor Baldassi exageró la tristeza de una Buenos Aires “deprimida” por los hechos de la Ribera. Sin embargo, describía una situación real. El fútbol se hace de partidos, los partidos se ganan con goles. Al día siguiente nadie pudo salir a la calle a festejar o a insultar. Se habían robado al fútbol, ya la jornada terminó como una noche de amor sin orgasmos.

Los jugadores, aquellos que son lo “único limpio” y empujan a la redonda que “no se mancha” también faltaron a la cita, en este caso vestidos de boquenses. El periodista y escritor Martín Caparrós, bostero confeso y entusiasta definió el papel de sus escuderos en un twit exacto que “Unos idiotas con la camiseta de Boca se paran como para jugar el partido mientras sus colegas de River no pueden abrir los ojos”.
La solidaridad no se llama Orión ni Arruabarrena.