La cuestión unitarios y federales ¿Está resuelta? ● Enrique Minetti

Enunciada así y en una primera mirada podríamos pensar que se trata de una discusión de vieja data carente de vigencia y actualidad en nuestros días. Veamos si esto es así.

Para entender el presente es indispensable conocer las circunstancias que sucedieron antes de ahora, las que dieron origen y constituyeron lo que hoy es la Argentina que nos toca vivir. De otro modo, todo análisis resultará descontextualizado y arrojará resultados erróneos.

A poco de acontecida la Revolución de Mayo empiezan a manifestarse los intereses centralistas porteños en contra de las provincias, instalando al puerto y los intereses de la burguesía comercial como nueva metrópoli -en lugar del poder virreynal- convirtiendo a las provincias en virtuales colonias.

Indignados ante la desvastación de sus provincias los gobernadores artiguistas Estanislao López y Francisco Ramirez con el apoyo del Protector de los Pueblos Libres José Gervasio Artigas, decidieron avanzar sobre Buenos Aires quien les impedía, entre tantas muchas otras cosas, el acceso al mar desde sus ríos navegables para comerciar con el mundo entero y hartos también de soportar las incursiones militares porteñas. El 1º de febrero de 1820 en la batalla de Cepeda triunfan sobre Rondeau destruyendo al ejército porteño. Como consecuencia del triunfo militar obligan a renunciar al Directorio, se disuelve el Congreso, el mismo que había sesionado en Tucumán y que se instaló en Buenos Aires sancionando la constitución unitaria de 1819 que no fue acatada por ninguna provincia, dando comienzo a las autonomías provinciales. Entre los años 1820 y 1830 Estanislao López será el gran patriarca del federalismo rioplatense. En 1828 los unitarios toman el poder por la fuerza en Buenos Aires y suplantan a todos los gobernadores federales. López contribuye a que Rosas llegue al poder derrotando a los unitarios porteños. Como Comandante del Ejército Federal vencerá a los unitarios y todas las provincias argentinas se declararán federales.

Más acá en el tiempo y con fuerte incidencia en el presente, el 17 de septiembre de 1861 se produce la batalla de Pavón entre las fuerzas porteñas comandadas por el Gral. Bartolomé Mitre y las tropas de la Confederación Argentina al mando del Gral. Justo José de Urquiza. Inexplicablemente habiendo triunfado militarmente Urquiza se retira del campo de batalla, se embarca en Rosario para Diamante y no regresará de Entre Ríos. Los historiadores mucho han especulado acerca del porqué del retiro de Urquiza, ya triunfante, del campo de batalla. Pese a los insistentes pedidos del Presidente Derqui para que se haga cargo del Ejército Federal que está intacto, Urquiza no regresa. Se refugia en el palacio de San José y se dedica a sus negocios agropecuarios, convirtiéndose para gran parte del federalismo en un traidor ya que no reacciona frente a los avances de los liberales mitristas sobre la provincias, tampoco apoya el levantamiento de Peñaloza contra Mitre ni tampoco cuando éste lanza la infame guerra contra el Paraguay, viejo aliado de las tropas entrerrianas, sino que al contrario reúne tropas entrerrianas para atacar al Paraguay.

Sarmiento, el abanderado de la civilización, le escribe a Mitre “No trate de economizar sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos” (Archivo Mitre, tomo IX, pág.363).

Trece provincias esperan con impaciencia el regreso de Urquiza para que desbarate las atemorizadas tropas mitristas. El Presidente Derqui, interpretando que puede ser él el obstáculo para el regreso de Urquiza, renuncia y se exilia en Montevideo. Pero Urquiza no vuelve.

Dirá el historiador José María Rosa “Entonces las divisiones mitristas a las órdenes de Sandes, Iseas Irrazabal Flores, Paunero, Arredondo (todos jefes extranjeros) entran implacables en el interior a cumplir el consejo de Sarmiento. Hombre encontrado con la divisa federal es degollado; si no lo llevan y es mandado a un cantón de fronteras a pelear con los indios. No importa que tenga hijos y mujer. Es gaucho y debe ser eliminado del mapa político. Todo el país debe “civilizarse”.

Esta injusta como trágica segregación cometida contra el hombre de la tierra, el gaucho, el criollo, en suma: contra el pobre, es la que narra brillantemente José Hernández en su célebre “Martín Fierro” y que, a mi criterio, estableció un patrón de comportamiento y una actitud hacia las clases menos favorecidas que, dolorosamente, perdura hasta nuestros días.

En Cañada de Gómez, dos meses después de Pavón, el grueso del ejército federal que sigue esperando órdenes de Urquiza, sin saber a quien obedecer, es sorprendido por el ejército porteño que, a las órdenes de Venancio Flores, pasa a degüello a la mayoría de la tropa incorporando el resto a sus filas. Dirá el citado Rosa “Esta limpieza de criollo que hace el ejército de la libertad entre 1861 y 1862 es la página más negra de nuestra historia, no por desconocida menos real. Debe ponerse al país “a un mismo color” eliminando a los federales. Como los incorporados por Flores desertan en la primera ocasión, en adelante no habrá más incorporaciones: degüellos, nada más que degüellos. No los hace Mitre, que no se ensucia las manos con esas cosas; tampoco Paunero ni Arredondo. Serán Flores, Sandes, Irrazabal, todos extranjeros. Y los ejecutores materiales tampoco son criollos; se buscan mafiosos traídos de Sicilia: “En la matanza de Cañada de Gómez -escribe José María Roxas y Patrón a Juan Manuel de Rosas-, los italianos hicieron despertar en la otra vida a muchos que, cansados de los trabajos del día, dormían profundamente. Así avanza la ola criminal, estableciendo “El reinado de la libertad”, como dice La Nación Argentina, el diario de Mitre”.

“Seguirá la matanza en Córdoba, San Luis, Mendoza, San Juán, La Rioja mientras se oiga el ¡Viva Urquiza! en alguna pulpería o se vea la roja cinta de la infamia. Que viva Urquiza mientras mueren federales. Y Urquiza vive tranquilo en su palacio San José de entre Ríos, porque ha concertado con Mitre que se le deje su fortuna y su gobierno a condición de abandonar a los federales. Dentro de poco hará votar por Mitre en las elecciones de Presidente”.

Luego vendrá el alzamiento del Brigadier General de la Nación y Jefe del III ejército nacional acantonado en Cuyo, Ángel Vicente Peñaloza, conocido por todos como el “Chacho” el que se opone al exterminio de los federales. Es despojado de su grado militar y declarado indigno de vestir el uniforme, le queman la casa después de saquearla. Siguen los degüellos, los saqueos, raptos, violaciones. Con miles de paisanos que lo siguen les hace la guerra. Con media tijera de esquilar hacen una lanza acopiándola a una caña Tacuara. La montonera crece hasta hacerse imbatible.

Le ofrecen la paz y el Chacho firma confiado en la sinceridad de los “libertadores” con la promesa de que no habrá más persecuciones a los criollos. Los “libertadores” mienten descaradamente. Peñaloza es engañado vilmente valiéndose de su buena fe de hombre de bien y de criollo. No hubo paz, continuó la persecución, los saqueos y las muertes de los criollos.

Es el civilizador Sarmiento, ahora Gobernador de San Juan y Director de la guerra, quien estimula a Mitre a no cumplir el compromiso. Le escribe “Sandes está saltando por llegar a la Rioja y darle una buena tunda al Chacho. ¿Qué regla seguir en esta emergencia? Si va, déjelo ir. Si mata gente, cállese la boca”. Conmovedoras y edificantes palabras del padre del aula, el maestro inmortal.

Pocos años después vendrá la llamada “Conquista del desierto”, ocupación militar de un territorio habitado por los originarios dueños de la tierra que resistían la invasión del blanco desde la llegada de Solís en 1516 y que no sólo desobedeció a la Constitución Nacional que mandaba a “Conservar el trato pacífico con los indios” sino que también se apartó de la política conciliatoria e integradora de la Revolución de mayo. La necesidad de sal y tierras para las pasturas y la consecuente instalación de los saladeros por parte de la burguesía criolla hicieron que se olvidaran los ideales de hermandad expresados por los hombres de la Revolución. En 1826 Rivadavia mediante la Ley de Enfiteusis hace que poco más de 500 propietarios privados se hagan de 8.600.000 hectáreas. Para garantizarles tranquilidad Rivadavia contrató a un mercenario prusiano al que le dan el grado de coronel del ejército argentino que tenía como misión atacar por sorpresa y asesinar a hombres, mujeres y niños. Hay una ciudad en la provincia de Bs. As. que increíblemente aún lleva su nombre. En un parte militar dirigido a Rivadavia decía el “coronel” Federico Rauch: “Hoy, 18 de enero de 1828, para ahorrar balas, degollamos a 28 ranqueles”. Rivadavia le envía una espada como “expresión especial del aprecio que hace de sus distinguidos y relevantes servicios” “en memoria del honor con que ha usado la suya sosteniendo la causa pública”.

Volviendo a la “conquista” del desierto digamos que para financiarla se abrió un empréstito que implicaba la venta de 4000 leguas (10 millones de hectáreas). Se emitieron 4000 títulos públicos con un valor de 400 pesos fuertes cada uno. Cada título daba derecho a la propiedad de una legua de tierra (2500 hectáreas) en los territorios por conquistarse.

Es decir, personas adineradas de Buenos Aires compraban anticipadamente tierras que el Estado nacional vendía a pesar de no ser su propietario. Los compradores tomarían posesión una vez que fueran desocupados mediante la aniquilación y el exterminio de sus verdaderos dueños: los ancestrales pobladores originarios. Así, el Sr. Martinez de Hoz, antecesor del tristemente famoso contemporáneo nuestro, compró 1.000 leguas (2.500.000 hectáreas); Saturnino Unzué e hijos 200 leguas (500.000 hectáreas en Guaminí)); Belisario Hueyo y Cia. 100 leguas (250.000 hectáreas en Carhué); el señor Luro 200 leguas (500.000 hectáreas) sobre el Río Colorado, entre otros, como “una imposición del patriotismo” como denomina a esa brillante operación inmobiliaria el diario La Prensa del 16 de octubre de 1878, de donde fueron extraídos los datos. También un fuerte comerciante inglés escribe diciendo que adquirirá toda la tierra que no sea colocada en la República.

En resumen, el resultado de la financiación de la “ocupación” de las tierras ajenas, que fue implementada a través de la Ley 947 fue el siguiente: 391 personas se quedaron por un precio vil, con la propiedad de 8.548.817 hectáreas de las mejores tierras del mundo. La financiación había sido aprobada. Sólo quedaba que Roca utilizara la fuerza militar para cerrar el negocio.

Me pareció necesario hacer este raconto de algunos hechos histórico- políticos fundacionales porque marcan el mapa de cómo fue diseñandose la Argentina, cuál fue su matriz ideológica, qué intereses preponderaron en su formación, qué valores han sido elegidos y aplicados por los hombres que le dieron origen y cuáles fueron dejados de lado.

En una segunda parte seguiré analizando circunstancias que me parecen útiles para comprender el estado de la cuestión que da origen a esta nota y que también puede leerse como: “Centralismo porteño y su incidencia en el desarrollo argentino”.

ENRIQUE C. MINETTI

Primera parte