Nuevo contrato social

(ADN). – En septiembre se realizan las elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) y luego tendrán lugar los comicios nacionales de medio término para renovar una parte de la Cámara de Diputados de la Nación.

Pedro Pesatti, vicepresidente de JSRN, dijo que ve a estas elecciones muy lejanas  por la “alta debilidad de la política” y consideró que la política tendría que “someterse al contexto” de la pandemia, como todas las actividades del país y la provincia.

¿Qué dice este contexto? No se trata sólo de la situación sanitaria que deben resguardarse como tema prioritario, sino pensar hacia adelante donde los oficialismos deben gobernar dos años más hasta las elecciones del 2023.

En el mejor de los escenarios, para fin de año gran parte de la población podría estar vacunada y los países del hemisferio norte entrando nuevamente al frío para experimentar una nueva etapa del desarrollo del virus.

Entonces, ¿Cuál será la convocatoria de la política para transcurrir los próximos 24 meses? Será necesario un gran esfuerzo de imaginación para brindar una oferta en contexto de pandemia –quizás menguada, pero con el virus aun circulando- que convoque y que imagine el después.

No podría volverse –una opinión arriesgada- a los viejos slogan, propuestas y frases que se desempolvan ante cada llegada de las urnas. La política y los políticos tendrán que ser novedosos, inteligentes y tener visión de futuro.

¿Es posible? Hasta ahora sólo están en la antesala esperando sentarse en la mesa del próximo debate. ¿Seguiremos escuchando sobre el proyecto provincial; la importancia de la economía doblegando a la política; el proyecto nacional y popular, o habrá ideas nuevas acorde a los tiempos que nos tocarán vivir?

Todo está cuestionado. Las propuestas electorales del 2019 también fueron víctimas del Covid y los enunciados de los discursos de asunción obsoletos.

Se requiere un profundo acto de sinceridad de los oficialismos a cargos de los poderes ejecutivos y por qué no de los parlamentarios. Hay que enfrentar a los ciudadanos y decirles que todo aquello ya es pasado y proponer un nuevo contrato social para que no existan confusiones, para que no se bata más el parche sobre falsas dicotomías y proponer un compromiso gobierno-gobernados sobre las secuelas y las experiencias del coronavirus. Insistir en volver a un escenario 2019, es al menos ilusorio.

Hay desocupación, creció la pobreza, preocupa el aumento de tarifas, sigue la inflación, dispar comportamiento cambiario y hay que seguir invirtiendo en salud y educación y reactivar la economía.

Sin embargo, este contexto de pandemia sirvió a la derecha y al neoliberalismo para instalar un discurso del miedo sobre el rol del Estado, con desinformación, aporofobias y teorías de conspiración sobre el virus, con la colaboración de los medios hegemónicos que falazmente advierten sobre el populismo y el autoritarismo, “que nos quieren encerrar y controlar”.

Las elecciones recientes en Madrid son un ejemplo, entre otros muchos. Este discurso está instalado en la sociedad. Pablo Stefanoni, en su libro “La rebeldía se volvió de derecha”, explica que “las derechas tradicionales tienen el dilema de cuánto girar a la derecha para evitar que le surjan fuerzas a su derecha…como acá en Argentina, Patricia Bullrich, que con un discurso más a la derecha frena un poco eso. Es decir, alguien que se siente de derecha, en lugar de votar a una fuerza chica como la de Milei, prefiere votar a Bullrich, y de paso, en el medio de la polarización, su voto va contra el peronismo”.

Hay un discurso de “la incorrección política” donde se vuelve confiable aquel político que dice cosas que no son «políticamente correctas».  Se torna “sincero” el mensaje de la derecha neoliberal cuando habla de “sovietización” o de “chinavirus”, impulsada por las redes, trolls, fake news y el anonimato. Además el progresismo “compró” ese discurso disfrazados de republicano.

El neoliberalismo busca convertirse en la racionalidad dominante donde existe solo una dimensión: la económica, que convierte al ser humano en “homo oeconomicus”. Wendy Brown, filósofa y politóloga norteamericana, en su libro “El pueblo sin atributos” se pregunta ¿Cómo se logra convertir el carácter político de la democracia en algo económico? ¿Qué sucede cuando la ley, el debate, la soberanía, la salud, los recursos naturales, la educación, la participación y el poder democrático se someten a la organización económica?

Brown señala que la democracia es reemplazada por la Gobernanza y separada del poder político y económico, vaciándola de contenido. 

El consenso popular tambalea ante expectativas no satisfechas, más aún con organizaciones sindicales y sociales que contienen la conflictividad.

Se viene el debate y la necesidad de convocar a pensar un nuevo orden económico y social, pospandemia.