Día del Trabajo, Charles Chaplin y Tiempos Modernos

(ADN). – Se celebra en todo el mundo el Día del Trabajo o el Día del Trabajador, con un marco de pandemia que afectó fundamentalmente al trabajo y al trabajador, que sienten como se cierne un horizonte incierto con el avance de la tecnología sobre el hombre, la robótica y la inteligencia artificial.

Qué mejor entonces, que rendir homenaje a este día recordando a Charles Chaplin en la película Tiempos Modernos, donde el genial hombrecito de bastón, sombrero hongo y grandes zapatos, fue el protagonista, guionista y puso la música, al film presentado en una premiére en Nueva York el 5 de febrero de 1936.

La nota corresponde a Juan Carlos González A. del sitio Cinema Esencial, sobre un texto publicado originalmente en la Revista Kinetoscopio, de Medellín, Colombia, en 1996.

La imagen es imborrable: al hombrecillo recién recuperado de una crisis nerviosa le recomiendan tranquilidad y una vida en calma. Va por la calle con su sombrero hongo, su chaqueta estrecha y sus grandes zapatos, y a su lado un camión deja caer una bandera (roja, supongo) que advertía sobre su carga larga. El hombrecillo la recoge y apura el paso gritándole al conductor del camión mientras agita la bandera, sin notar que a su espalda se aproxima una manifestación callejera que, rauda, lo acoge como a uno más de sus miembros . He aquí al hombrecillo, gritando en medio de una multitud con una bandera al aire en sus manos. Por unos mágicos segundos está ahí, convertido en abanderado de la libertad y de la búsqueda de una vida justa. Luego llega la policía y reprime con violencia a los manifestantes. Nuestro hombrecillo, ajeno a todo, es perseguido y detenido por la ley, acusado de ser el líder del movimiento. Nuestro hombrecillo es, claro, Charles Chaplin en medio de Tiempos modernos.
 
Es curiosa la falta de atención que Chaplin da a Tiempos modernos en su autobiografía, parece que con la intención de querer minimizar el impacto que esta película causó en su momento. Feliz por volverlo a ver, el público la convirtió en un gran éxito de taquilla, pero más allá de divertidos momentos de gran comedia, esta película es un claro testimonio de los peligros de la sociedad capitalista industrial por completo deshumanizada, donde el ser humano es una pieza más de la maquinaria, que cuando no funciona es reemplazada fácilmente por otra, y donde la justicia y la ley están de lado de los poderosos. Con un argumento episódico, la cinta despega con una significativa metáfora: un rebaño de ovejas se difumina para dar paso a la imagen de un apretado y uniforme grupo de personas rumbo a su trabajo en una línea de ensamblaje industrial, donde los obreros rasos realizan un trabajo perpetuamente monótono. Como lo anticipó George Orwell en 1984, el ojo omnipresente del amo se cierne sobre los trabajadores en un sofisticado sistema de vigilancia audiovisual, moderno incluso para los estándares de hoy .
 
En ese mismo episodio, Chaplin es víctima de una máquina de alimentación automática que reduciría al mínimo el tiempo que los obreros dedican a comer, una vieja idea que el director tenía desde su productiva época con la Mutual en 1916. La acción cierra con la crisis psicótica de nuestro obrero, llevado al hospital mental, del que regresa recuperado. A partir de entonces, el vagabundo empieza a experimentar los rigores del desempleo: encarcelado por su equivoca participación en la manifestación, encuentra en la cárcel un hogar y, una vez libre, va a intentar regresar a ella por todos los medios a su alcance. Solo la aparición de una joven huérfana (Paulette Goddard) y sus ansias de libertad le hacen cambiar de idea. El panorama al que se enfrenta es desolador y el filme no nos ahorra ninguno de los males que aquejaban a la sociedad de ese momento, males estos que hoy en día han aumentado en vez de disminuir: huelgas, tumultos, fábricas cerradas, filas de desempleados, hambre, la necesidad de robar, la irrupción de la drogadicción (la cocaína de la cárcel), la perpetua actitud represora de la policía, el dolor y la muerte. Sin embargo, la actitud del director es de alguna manera optimista y la pareja del vagabundo y la joven huérfana logra sobrevivir, a pesar de las adversidades.
 
Dejando de lado el argumento, me parece interesante destacar que Tiempos modernos, pese a ser una película muda con ochenta y un intertítulos diseminados en sus ochenta y cinco minutos de duración, está también llena de efectos sonoros (ladridos, ruidos intestinales, aplausos, silbidos), música incidental y voces humanas que salen primero de medios electrónicos (parlantes, grabaciones, radios) y luego de su propias gargantas (gritos, canciones) hasta el inesperado momento en que le vagabundo, luego de veintidós años de silencio, decide hablar. Y lo hace, claro, sin traicionarse, interpretando una canción cuya letra improvisada es una incomprensible mezcla de lenguas romances que a veces parece italiano y por momentos francés. Es Chaplin intentando adaptarse a las exigencias técnicas y de lenguaje cinematográfico que ya para El gran dictador (1940) se ha realizado por completo.
 
Pero había algo más. Chaplin entendía que en ese nuevo mundo no había ya espacio para su vagabundo ingenuo y generoso. La vida era otra, más amarga, más egoísta, más difícil: los vientos de guerra estaban por soplar. Y oír su voz era como oír su testamento, ya no lo veríamos más, ésta sería su despedida. El personaje del barbero de El gran dictador se le asemeja, pero no es el mismo: tiene un trabajo estable, un hogar, un credo. Con Tiempos modernos Chaplin se despide para siempre de su alter ego, que entra en ese momento en la inmortalidad.