Partido y movimiento (ADN)

Explicar los 28 años de gobierno radical en Río Negro, implica necesariamente entender cómo se estructuró ese poder asentado en un partido pero con un concepto movimientista amplio, que incorporó a otros sectores económicos, sociales, productivos y sindicales que comprendieron que había garantía de oportunidades, inclusión y ser escuchados. Una experiencia que se traslada hoy en el tiempo con otros protagonistas.

El radicalismo no sólo incorporó al sello partidario a otros partidos en un movimiento rionegrino, como al PPR, MID, Democracia Cristiana, el PI, entre otros vecinales, sino que ofreció ingresar a ese amplio campo al mayor espectro socio-económico provincial para darle entidad a eso que llaman “ser rionegrino”.

Ahí estuvo el éxito y no entre las cuatro paredes del partido, un espacio egocéntrico. El radicalismo rionegrino se salió del molde partidocrático histórico y nacional y se “peronizó” en aquel concepto de Juan Domingo Perón de la Comunidad Organizada, al que ingresaron incluso los credos religiosos.

En definitiva fueron gobiernos que brindaron seguridad y pudieron superar el miedo de la sociedad a las “peleas internas” que siempre generan sobresaltos. Las líneas internas discutieron hacia adentro y la gobernabilidad se acordaba, con porciones de poder que se respetaban como un código de la Ndrangueta.

Enfrente, el justicialismo no era confiable, aunque en la provincia ganara las elecciones nacionales. La oferta fue siempre insegura, las internas, la verba agresiva y la desconfianza, aún, en el caso de Miguel Pichetto, que se ofreció como garantía del establishmen. Paradoja de la historia, el peronismo que nació y siempre fue movimientista no convocó. La política rionegrina se leyó en términos dicotómicos.

Por el contrario, la sociedad confió en aquel proceso que duró 28 años, porque en Laprida y Belgrano, en Viedma, era atendida. Siempre había un teléfono disponible, un amigo o un “operador” para acudir en ayuda.

“Lo que pasó no fue por casualidad”, estaba fundado en un concepto extrapartidario que aún hoy muchos radicales no comprenden. Y así se sumaron extrapartidarios. Sólo de esta manera puede explicarse el triunfo de Pablo Verani sobre Remo Costanzo, por un centenar de votos, cuando el gobierno pagaba los sueldos y a los proveedores con bonos. Confianza en la continuidad.

¿Qué pasó? En la última gestión de Miguel Saiz este valor fue perdiendo cotización, llegaron las peleas, las “orgas” internas se radicalizaron, incluso llegaron las denuncias por corrupción. Se fue perdiendo aquella confianza. Muchos recordarán la desazón de Pablo Verani cuando trató de impedir las elecciones internas a Gobernador, donde Saiz impuso a Barbeito como candidato, en aquellos comicios de marzo del 2011. La fractura era inevitable.

Los aliados de ese movimiento rionegrino que se articulaba desde el radicalismo comenzaron a sentir el quisquilleo del miedo y Soria advirtió esta situación y transformó aquel presagio en realidad.

Instaló en Río Negro lo que hoy se llama Lawfere, con publicación periodística garantizada de las denuncias de irregularidades en la administración del Estado, que se instalaban en la Procuración que comandaba Liliana Piccinini, muchas de ellas patrocinadas por su hermana Ana, desde la Defensoría del Pueblo y aquel poder de tantos años se fue cayendo como castillo de arena. La UCR perdió las elecciones. Los socios de otrora no acompañaron. Perdieron confianza y el electorado quiso probar otro destino.

Carlos Soria, a pesar de su discurso vehemente y rayano en lo agresivo, trató de devolver la confianza a la sociedad y tranquilidad a todos los sectores y al poder económico. Su primera audiencia oficial como gobernador fue al gerente de la Sociedad Hidden Lake, de Joe Lewis, propietario de Lago Escondido.

La gestión del ex gobernador fue efímera y su muerte puso al frente del Ejecutivo rionegrino a Alberto Weretilneck, quien provenía del MPP e integró la fórmula a la gobernación en un acuerdo con Soria.

Lejos de tener una estructura partidaria fuerte como respaldo, se encontró con la responsabilidad de darle continuidad al gobierno, que llevaba el sello del PJ –aunque se trataba de un frente electoral- pero sin referencia cualitativa ni cuantitativa partidaria para imponer su impronta personal.

Fue entonces cuando el actual senador recurrió a la historia y rescató la idea movimientista de sus amigos radicales. Sobre todo pensó en un proyecto que le devuelva la confianza a los rionegrinos y a las comunidades de intereses. Se adueñó de aquella idea y garantizó seguridad.

Armó una estructura de poder basada en el gobierno y sustentada con aliados del peronismo, el radicalismo y socios regionales. Rescató la idea del provincialismo que no es ajena a los rionegrinos ni a los patagónicos. Fundó Juntos Somos Río Negro, con partidos de escasa representación, como Unidos por Río Negro; Renovación y Desarrollo Social (Redes); Partido de la Victoria Popular y Movimiento Patagónico Popular, pero a sabiendas que contaba con el apoyo de peronistas y radicales y muchos sectores de quienes se ganó su confianza desde la gestión en el gobierno.

Fue un déjá vu. Recorrer la provincia, visitar cada pueblo, entrar a cada casa, saludar personalmente a todo aquel que le acercara, convocar a gremios, instituciones, iglesias, clubes. Sin partido fortaleció un movimiento político provincial.

La historia se repitió. Un peronismo dividido, con actitudes dirigenciales que alejan a la gente, sobreestima y proyectos políticos encogidos, perdió nuevamente las elecciones.

Hoy el escenario es similar. JSRN tendrá que mantener su caudal, transmitir confiabilidad y dar seguridad para amalgamar adhesiones. No es tarea fácil entender este concepto amplio de gobernar con un electorado muy volátil y ante las demandas potenciadas por las consecuencias de la pandemia.

Las estructuras tradicionales de los partidos políticos pierden terreno. El país se encamina a fortalecer dos polos políticos de disputa del poder: una alianza de centro izquierda, con eje en el peronismo, y otra de centro derecha, con el macrismo como convocante. En el medio los partidos y frentes provinciales que rehúyen de los encasillamientos ideológicos y que juegan según la ocasión y los intereses regionales. Otros espacios no se vislumbran o son prisioneros y subsidiarios de este mapa político.

El senador Martín Doñate también visualiza el futuro con parámetros parecidos. Está en condiciones de conducir el proceso electoral del FdT para el 2023, pero tiene dos tareas que requieren esfuerzo y paciencia tibetana.

Por un lado ordenar y encuadrar el peronismo, que como decía el Che Guevara del trotskismo, siempre es divisible por tres, y por otro lado brindar seguridad y confianza. Un futuro aciago no convoca, por el contrario espanta.

Doñate está en esta tarea. Recorre la provincia con un mensaje de unidad sin sectarismo. Repite en todo momento que su tarea es en beneficio de todos los rionegrinos sin banderías políticas. Abre puertas en el gobierno nacional y construye en ambos lados.

Pero, ¿Qué significa asegurar el status quo que demandan sectores sociales y económicos? En qué se traduce esa seguridad. Se trata nada más y nada menos que tener un Estado presente, que proteja, que resuelva, que participe, que sea mediador, atento a la demanda de subsidios, aportes estatales, constructor y proteccionista. Lejos de cualquier política liberal y del polo de centro derecha que hegemoniza Juntos por el Cambio.

Comprender que el Estado fue el hacedor de esta provincia y será el vector del crecimiento por muchos años más.

JSRN y el FdT encaran su responsabilidad política con el desafío de interpretar ese sentido de pertenencia y defensa de los intereses sectoriales, que no saben funcionar lejos del Estado, aunque lo critiquen, sobre todo cuando tienen que pagar impuestos.

De esa convocatoria dependerán ambos futuros.