De la heterodoxia a la ortodoxia

(Por Julián Blejman). – “He escuchado hablar a todos. Algunos funcionan sobre dogmas, tienen soluciones prediseñadas. Ante cada problema tenemos muchas alternativas. No soy un dogmático. Van a ver en mí decisiones heterodoxas, otras tal vez ortodoxas, lo que no van a ver que haga nunca son cosas contra los que producen y trabajan”. Así se expresó Alberto Fernández hace poco más de un año, durante el debate presidencial.

Ciertamente, esta declaración podría ser también un balance de su primer año, que comenzó con medidas heterodoxas, fundamentalmente vinculadas a la suba de las jubilaciones mínimas reales, medicamentos gratuitos y congelamientos tarifarios, junto a mayores impuestos y retenciones para los sectores privilegiados, mucho de lo cual se profundizó notablemente durante la pandemia, para finalizar con anuncios de restricción al gasto público y reversión de muchas de estas medidas. No está del todo claro, por el momento, si esto es el mal menor, que necesariamente deberá ser compensado en lo inmediato, frente a un objetivo mayor, o si a contramando de su discurso electoral el oficialismo avanzará “contra los que producen y trabajan”.

Ciertamente, el estrecho margen de maniobra que le dejaron al gobierno dos catástrofes, una natural como como la pandemia y otra socioeconómica como los cuatro años de mega endeudamiento, FMI incluido, podrían hacer que cualquier paso en falso provoque un sufrimiento, aún mayor, para el 50 por ciento de argentinos que viven en la pobreza.

Es posible que en esa línea deban leerse las últimas medidas mayormente ortodoxas y de equilibrio fiscal sin mayores imposiciones corrientes al capital concentrado, bajo el supuesto de que las mismas facilitarán las negociaciones con el FMI y lo que pueda Argentina lograr de un nuevo acuerdo, evitando además la posibilidad de una cesación de pagos a este organismo, con todas las sanciones comerciales y financieras que ello acarrea. De hecho, la alternativa de ruptura con el FMI no fue tomada ni en la crisis de 2001, e incluso en la última década solo Zimbawe en 2001 y Grecia en 2015 llegaron a tal punto, aunque rápidamente re entablaron negociaciones subordinándose a las directrices del Fondo.

La doctora en Economía por la UBA Noemí Brenta es la mayor especialista en el vínculo entre nuestro país y el FMI, cuya historia quedó plasmada en su libro “Historia de las relaciones entre la Argentina y el FMI” (Eudeba). Consultada por El Destape sobre el posible nuevo acuerdo de “Facilidades Extendidas” o Extended Fund Facility (EFF)”, señaló que “cualquier acuerdo con el FMI es riesgoso para un país, por los límites y condicionalidades a las políticas públicas y económicas bajo las ideologías ortodoxas y los poderosos intereses estratégicos, económicos y geopolíticos que imperan en este organismo”. Sin embargo, señala también que “existe cierto margen para las negociaciones, que el gobierno de Fernández está calibrando con el ministro Guzmán como actor estelar, y que busca que las reformas estructurales, propias de los acuerdos de facilidades extendidas, lleven hacia un aparato productivo generador de más divisas, más empleo, más valor agregado, y fortalecimiento del mercado interno, sobre todo en los sectores de menores ingresos”. De hecho, Brenta señala que “esto último también figura en el repertorio del FMI, aunque su implementación real varía según el sesgo de los distintos gobiernos, y muchas veces es de hecho un recurso retórico para exculpar el daño social que producen los programas del FMI, que son fabricantes de pobres”.

Por eso, sería interesante ver si el giro ortodoxo del gobierno, donde el progresista Impuesto a las Riquezas tiene en rigor un carácter extraordinario y recién comenzaría a tratarse la semana próxima, no es más que una concesión al FMI y al mercado en pos de un acuerdo superador, que diste en gran medida de los tradicionales FFE basados en regresivas reformas laborales, previsionales, financieras y comerciales.  

Análisis y riesgo

El gobierno ha encarado un ajuste. La quita del IFE no solo tendrá un impacto aún difícil de mensurar para millones de argentinos, sino que además retrasará la incipiente baja de la parálisis económica, lograda por el nuevo enfoque de privilegiar la economía y los vínculos sociales sobre la cuestión sanitaria. Esto es así porque el monto del IFE era volcado en su totalidad al mercado interno, algo similar a lo que sucede con el 75 por ciento de las jubilaciones, -las mínimas-, que también son volcadas enteramente en consumo. En este caso, la fórmula propuesta es superadora a la del macrismo, que indexada en un 70 por ciento a la inflación hubiera permitido un mayor incremento nominal pero a costa de una mayor inflación y desquicio fiscal, que afectaría cualquier ganancia real obtenida, pero más restrictiva que la implementada por el kirchnerismo entre 2008 y 2015, en la que el 50 por ciento de aumento se correspondía por los salarios que más aumentaban, y no solo por los registrados, como en la actualidad. Asimismo, limita el incremento que obtendrán en relación con la seguridad social, pues las nuevas jubilaciones no podrán superar la suba de la recaudación previsional en más de un 3 por ciento. También aquí se verá afectado un mercado interno necesitado de mayor dinamismo por mover el 70 por ciento de la actividad económica del país, algo que se profundizará negativamente con la tendiente desregulación de los “Precios Cuidados”, así como en tarifas, prepagas y combustibles.

La apuesta del gobierno, es que estas bajas sean neutralizadas por el rebote económico, sobre todo a partir de la posible vacuna, así como por mayores inversiones y consumos santuarios una vez que se llegue a un acuerdo con el FMI. Y que paralelamente, el acuerdo a lograr con el FMI sea por primera vez en la historia mayormente favorable a la Argentina, en lugar de los intereses que protege el FMI, todo lo cual produciría que el rebote sea suficiente para reducir la pobreza a un ritmo relevante, con el que el gobierno podrá mantener su capital político frente a las duras batallas que sobrevendrán con la derecha local. Es la apuesta del pasaje de la heterodoxia a la ortodoxia, pero cualquiera de estos dos pasos en falso, es decir un rebote que no supere al ajuste o un mal acuerdo con el FMI, solo derivará en mayores costos económicos y sociales, así como en un muy probable regreso de la derecha. (El Destape)