El duro. ADN

Miguel Pichetto se transformó el guardián del voto duro de Cambiemos. En los últimos días se encargó de transmitir un discurso destinado a fidelizar el público original del macrismo, un electorado de centro derecha, que le permitirá al espacio no caerse del 30% y colocarse como la oposición al gobierno de los Fernández.

La jugada denota derrota. El oficialismo pasó de idear el segundo gobierno de Mauricio Macri, al armado de una primera minoría. Allí se inscribe la campaña del #SíSePuede que tiene como protagonista al Presidente recorriendo -sin éxito- las plazas semivacías de algunas ciudades del país.

Mientras la caravana del milagro está en marcha, Pichetto despliega una verba anti-inmigratoria, endurecida contra el delito y el tráfico de estupefacientes, basada en la meritocracia y la apertura indiscriminada de la importación. «A los búnker de las Villas que venden droga, hay que dinamitarlos», planteó. Una suerte de cruzada (como la que despliega EEUU en tierras del Medio Oriente) que tiene -como toda incursión militar- daños colaterales.

No es la primera vez que se expresa así. Ya en la campaña de 2007 que lo tenía como candidato a gobernador, había propuesto cambiar el paradigma de las viviendas sociales en los antiguos formatos de FONAVI. Sus dichos también incluyeron palabras explosivas (en todos los sentidos) con el barrio Guido de Viedma.

El Senador se colocó un traje a medida. Nada de lo que dice contradice sus ideas, al contrario. Si hubo un período donde estuvo incómodo fue durante los 12 años que lideró el bloque kirchnerista, lo que pone en valor más aún su tarea. «Es un hombre de Estado», dicen en su entorno, «un tipo que entiende el poder», «un profesional de la política». No hay dudas.

Pichetto se concentra en no perder votos. Sabe del aluvión que tendrá el Frente de Todos. Pero su tarea es cosechar la mayor cantidad de bancas en el Congreso y sostener las chances de Horacio Rodríguez Larreta en la ciudad de Buenos Aires.

Pero por su andar descuida Río Negro. Viene poco a la provincia y está lejos de apuntalar las chances de Sergio Wisky de retener su escaño en Diputados. Sabe que es una lucha perdida. También se desentendió del destino de Alberto Weretilneck. Ya hizo lo suyo bajando el tramo de senadores de Cambiemos. Y entiende el despegue del gobernador.

Sólo se concentra en la fruticultura, un ámbito que no le es ajeno. Pero el sector es díscolo, al menos en las bases. Las políticas públicas del gobierno nacional complicaron a los pequeños y medianos productores. De todos modos, destacó el crédito para la lucha contra la carpocapsa. La idea es no perder mercados internacionales de la fruta, en especial el brasilero.

Al final de la cosecha, en la provincia, le quedará Campo Grande y algunos dirigentes esparcidos en pocos municipios que, tarde o temprano, van recalando en Juntos.

El último acto de Pichetto será evitar que lo expulsen del PJ rionegrino.

En principio, Alberto Fernández es renuente a los destierros. Tanto, que busca armar un bloque afín en el Congreso con ex macristas y representantes de partidos provinciales como JSRN y el MPN. La etapa que viene en el país requiere de acuerdos y grandes mayorías. Por eso la reunificación del movimiento obrero de un sector de la CTA con la CGT.

Pichetto comienza a despedirse del Senado y la política activa. Soñó con retirarse siendo vicepresidente, una apuesta que salió mal.