Hasta la vista, baby

(ADN). – Esta fue la frase que popularizó Hollywood para definir el punto final de Terminator, en aquella película de ciencia ficción de 1991.

El fin marca la culminación de una etapa, de un proceso, un cierre definitivo, aunque en el futuro se presenten otros caminos.

Ayer Miguel Pichetto le puso punto final a su trayectoria en el peronismo, ese movimiento de masas protagonista de la política argentina de los últimos 70 años, que lo cobijó desde 1983 hasta estos días premiándolo con el voto popular como intendentes de Sierra Grande, diputado provincial, legislador nacional, dos veces candidato a gobernador (derrotado en ambas elecciones) y casi 17 años en el Senado. Transitó por todos los estadíos que le ofreció el PJ. Siempre fue oficialista. Esto no quita méritos propios, pero impulsados por aquellos peronistas que mantienen su lealtad en cada elección.

No fue una sorpresa total. Tantas loas a Macri insinuaban un camino y una definición donde muchos pronosticaban un sillón en la Suprema Corte. La jugada fue más a fondo. Pichetto integrará la próxima fórmula presidencial de Cambiemos, si es que mantiene su nombre. Quizás no sea la última sorpresa y el duranbarbismo nos depare un shock fuerte en el corto plazo.

La postura del senador es auténtica –más allá de los calificativos que hoy se escuchan y se leen desde el peronismo nacional y del rionegrino en particular- porque este ofrecimiento no le genera a Pichetto ninguna contradicción política ni ideológica. Está tan lejos de las banderas históricas del peronismo como cerca de las recetas neoliberales del macrismo, algo que no debe sorprender si se recuerda su discurso en el menemismo, que lo tuvo en Río Negro como principal referente y ganador de la interna contra la Renovación Peronista de Remo Costanzo, hoy, a la postre, también devenido en macrista.

Pichetto pregona un peronismo moderno, sin folklore, sin punteros, sin marcha ni bombos. Los peronistas rionegrinos recuerdan los momentos de fastidio en los actos partidarios cuando resonaban los parches y la militancia bailaba al son de “Los Muchachos Peronistas”.

«Miguel vino a Sierra Grande con La Nación debajo del brazo» contaba un dirigente justicialista que siempre dudó del convencimiento politico-ideológico de Pichetto con el PJ.

Detrás del discurso del «diálogo maduro y responsable» justificó su fragilidad de pensamiento y su sinuosidad con los oficialismos de todo tipo y color. Con el argumento del «Estado deficiente» alentó privatizaciones, ajustes y despidos y con la necesidad de «la modernidad» terminó aliado con los sectores que pregonan la necesidad de «acabar con el peronismo», el espacio político que lo ubicó hoy en este lugar.

La irrupción de Mauricio Macri –que en su momento fue el proyecto de muchos dirigentes como Duhalde y Barrionuevo, entre otros- le abrió la posibilidad de idealizar un peronismo “moderno” y fue el momento propicio para ensayar su discurso “sincero y sentido”. Así lo hizo cuando se refirió a los manteros nigerianos, o a los inmigrantes bolivianos y peruanos que «se atienden gratis en los hospitales argentinos», cuando pidió la expulsión de extranjeros. Tuvo declaraciones a las que ni el propio Macri se animó.

Cada paso tuvo una justificación. Confundió defensa de las instituciones con cogobierno y la estabilidad democrática con el voto de leyes que lesionaron derechos, como el sistema jubilatorio. El último favor era designar 14 jueces federales pedidos por Macri.

Fue parte y apoyo a Néstor Kirchner y los esbozos de críticas al kirchnerismo se iniciaron tras la muerte del ex presidente. Cuestionó al gobierno de Cristina Fernández, luego de la derrota de Scioli. Con la ex presidente compartió su campaña a gobernador de Río Negro y mantuvo a pie juntilla su criterio profesional sobre el desafuero y las prisiones preventivas. Cumplió.

Pichetto fue perdedor en Río Negro, pero un ganador en la superestructura. Siempre al lado del poder, porque cuando no se tienen votos hay que contar con “poder de fuego”. Las derrotas electorales lo deprimen. No entienden que no lo entiendan.

Si bien la política depara escenarios inimaginables, difícil será un retorno del senador al peronismo. La alvearización tantas veces explicada hoy tiene su cauce con Mauricio Macri. Hay más afinidad con los globos amarillos que con los bombos. No es casual que el propio Pichetto haya dicho ayer a la prensa que luego de su gira por EEUU, a la cima del poder económico y el FMI, se comienza a estructurar su candidatura.

Los radicales pensaron en ese lugar para algunos de su propia tropa, a pesar que pedían sumar al peronismo. No sumaron al peronismo, sumaron a un político que interpreta al presidente mejor que cualquier radical de Cambiemos, incluida Lilita Carrió. Es el candidato que no le va a pelear poder a Macri, quien desconfía de sus socios de la UCR.

Por su parte los radicales de Río Negro, que conocen muy bien a Pichetto, ahora tienen que votarlo luego de la derrota que le infligieron con Miguel Saiz.

“Los rionegrinos vamos a tener un vicepresidente” escribió un radical del Comité Viedma en un whatsapp. Euforia y esperanza para pensar que la alicaída figura de Mauricio Macri en la provincia ahora levanta puntos en las PASOS y la general.