La historia que no fue ha creado un pensamiento destructivo

(Padre Mario Bússolo*).- ¿Alguna vez reconocieron al pueblo mapuche como preexistente a los Estados, como comunidades autónomas y libres, dueñas de territorios y poseedoras de una increíble sabiduría de vida en su cosmovisión y tradición ancestral? ¿Han respetado sus derechos y costumbres propias hasta dejarlos vivir en paz? Más aún, ¿hubo políticas de inclusión y acompañamiento en su concepción de crecimiento y desarrollo, valorando y promoviendo innegables prácticas de vida comunitaria, de trabajo y diversión, de comunión con la naturaleza y de espiritualidad? ¿Y de los demás pueblos originarios?

Todavía no se cumplió con la devolución de territorios a los pueblos originarios prometidos en la Ley Nacional 26160 del año 2006 con la finalidad de reconocer la posesión y propiedad de las tierras de dichos pueblos, con la presión de los afectados y organizaciones se consiguió una prórroga.

La usurpación militar en el sur a fines de 1800, planificada desde Buenos Aires (llamada Conquista del Desierto) y la anterior invasión del Reino de España iniciada en América Central (llamada Descubrimiento de América), se asemejan en sus intenciones políticas caracterizadas por el despojo y por la apropiación de territorios, por el desplazamiento obligado de familias y comunidades, por la tortura y exterminio de seres humanos, por la desaparición forzada de personas. ¿Por qué no reconocemos aquellos hechos como verdaderos? ¿Por qué hoy seguimos negando esa historia?

Hemos aceptado la imposición de una historia mentirosa e interesada que quiere sostener un imaginario social de una Argentina blanca y europea.

Cuando José Menéndez, Mauricio Braun o Benetton desde principios de 1900 se apropiaron de inmensas extensiones de tierras en el sur (la llamada Patagonia) eran “negocios”, cuando el Pueblo Mapuche defendió dichas tierras por ser preexistentes a la Confederación o República Argentina, eran “bárbaros y violentos”.

En este nuestro tiempo, a la llegada de la estadounidense Chevron a Argentina en el 2013 para explotar Vaca Muerta en el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, o la firma del Acuerdo Federal Minero entre el Gobierno de Mauricio Macri con los consorcios financieros multinacionales, o el intento de construcción de una Central Nuclear con el Gobierno de China sin consulta previa, lo llamamos “progreso”. A los ciudadan@s y organizaciones de Neuquén que protestaron por tales acuerdos a espaladas de la ciudadanía, o a los integrantes de lofcushamen que resistieron la represión de Gendarmería en enero de 2017 en Chubut por ocupar legítimamente tierras tomadas por Benetton décadas atrás, y a organizaciones ambientalistas que expresaron su desacuerdo ante tales proyectos energéticos, se los llaman “fundamentalistas, terroristas e incitadores de acciones agresivas”.

El mundo al revés, incomprensibles definiciones de hechos que tienen una razón de ser y causas que, sin tanta investigación o preocupación por los sucesos, muestran lo que somos y pretendemos en esta Argentina en caída. La distorsión de la realidad llega a un extremo tal que todo es cuestionable y mucho es aceptado aunque sea injusto. Todo esto provoca una débil e incorrecta propuesta educativa en todos los ámbitos. La absolutización de lo que en el fondo son intereses personales, de partidos políticos o poderes mundiales empequeñecen y empobrecen la existencia y destruyen a los pueblos. Rosa lo perverso el hecho de acusar a lo bueno como malo, de llamar “obra mala” la que es evidentemente buena o justa.

Y así justificamos robos de tierras, represiones a trabajador@s y comunidades indígenas, extracción de recursos naturales no renovables con las consecuencias de contaminación y deterioro de la naturaleza. Posturas cerradas que, a corto o largo plazo, pretenden imponerse con violencia y exterminio de lo diverso con la más natural justificación de los medios aplicados para tal fin. Es así que la verdad y el bien, la belleza de lo bueno y lo que es justo y legítimo se derrumban ante la intencionada manipulación.

Seguimos negando la existencia cuando ella se muestra diferente, cuando canta y baila libre, cuando habla de otros mundos y otros sueños, cuando su manera de vivir cuestiona nuestros intereses egoístas, nuestra perversa mentalidad cerrada y destructiva. Moldeables somos a los poderosos medios de comunicación que avalan sistemas de muerte e incitan a la violencia tan solapadamente contra los más vulnerables de nuestra sociedad.

¿Es que ha desaparecido en nuestro interior la humildad y la vergüenza? ¿Es que no nos animamos a perder algo de lo que somos o tenemos por miedo a perder todo?

El mundo en su lugar: no fue cierta la historia de los próceres, militares y políticos poderosos, no fue cierto que los mapuche vinieron de Chile, no fue cierto el planteo de la “civilización y barbarie”, no fue cierta la constitución de Argentina como Estado sin conquistadores con pantallas de glorias contra enemigos creados por ilustrados europeos. Tuvieron que exterminar familias y pueblos con sus cuatreros con uniforme, tuvieron que apropiarse de tierras con mujeres y niñ@s dentro, tuvieron que venderse al Reino Unido para siempre mostrar que podían ser como ellos.

Hay una historia que no fue que ha creado un pensamiento destructivo, es decir, dañino para la sociedad, para sus vínculos y para sus búsquedas de desarrollo.

Quizás las reacciones que vemos de las organizaciones y pueblos originarios ante persistentes imposiciones desde el poder ayuden a abrir nuestras mentes, y más aún, sensibilizar los corazones para ir al encuentro de quienes sufren tales injusticias. Quizás cambiemos la lógica encajonada del yo omnipotente al acercarnos al castigado wichi o mapuche, o al anónimo descartado por el asesino plan capitalista. Quizás los escritores de las otras historias arrinconadas en nuestra tierra, con sus luchas por sobrevivir o conseguir la dignidad o libertad de su pueblo, provoquen un giro, a corto o largo plazo, en la educación, en la política y la cultura.

Si hay un desafío en esta época, es la de escribir historiasdesde otro lugar que no sea el de los gobiernos, el de los Medios de Comunicación o el de los intelectuales amparados por los poderosos. Hay que escribir HISTORIAS para que no se repita la historia.

*Cura párroco Jacobacci