El Rey desnudo. ADN

«Buscar una verdad que sabemos imposible es fascinante para dislocar nuestros lugares seguros, pero la tarea de pelearse contra el poder que se sostiene en el monopolio de las verdades hace de la cuestión del saber una necesaria cuestión política».
(Darío Sztajnszrajber)

No hay nada más desconcertante para un mago que su truco sea develado, porque pierde aquello que fascina al mundo, lo hace distinto superior y poderoso. Es como aquel rey al unos sastres convencieron que podían confeccionarle -a cambio de riqueza y lujuria- un traje invisible que «solo los idiotas no podían ver».

Solo bastó una voz disruptiva en aquel reino para advertir que el rey estaba desnudo, algo que sabía todo el mundo pero nadie se había atrevido a cuestionar. Desde ese momento perdió todo su poder que evidentemente no emanaba de Dios ni estaba sostenido por su cetro y la corona ni siquiera corría por sus venas sangre azul. Quedó desnudo, y era igual que todos.

Así está Weretilneck. El «brujo» está perdiendo el encanto y la mística y Juntos empieza a resquebrajarse porque se asentó exclusivamente en su figura.

Uno de los principios de la magia del gobernador estaba basado en el contacto personal con los ciudadanos («en el mano a mano es imbatible», decían propios y extraños) pero desde el asesinato del oficial de policía Lucas Muñoz en Bariloche y su salida rauda de la ciudad, comenzó a ponerse en crisis esa imagen de cercanía y empatía con la gente. «Ahora se le animan» murmuraban por lo bajo algunos funcionarios que veían cómo aumentaban los reclamos al mandatario en su cara: hospitales, escuelas, ciudades, actos públicos…

Otro de los trucos era la distribución de recursos. «Se acabó cañita, se acabó fandango» decían a principios del siglo pasado los músicos que alegraban la fiesta por una botella de caña. Música hasta la última gota. La campaña de 2015 se hizo a base de los fondos petroleros y en un país sin crisis. Hoy, el Plan Castello no representa dinero en efectivo y no puede destinarse a aportes a clubes y fundaciones, y la economía argentina es un polvorín.

Weretilneck vestía también con el ropaje del apoyo popular, más allá de su gabinete y el partido, como escindido de esos dos motores del oficialismo. Hoy las encuestas demuestran su desnudez: 18,9% de imagen positiva (2,4 muy buena; 16,5 buena) y 26,4% negativa (12,5 mala; 13,9 muy mala) y un altísimo porcentaje de indiferencia: el 54,7% no sabe-no contesta, raro para un hombre que lleva más de seis años en el gobierno y ganó hace menos de tres con casi el 54% de los votos.

Pero en los saberes que adquirió el pueblo sobre su soberano, también hay datos sobre protección y transparencia. Los ciudadanos suelen sentirse seguros -más allá de las características del gobernante de turno- si el poder los protege frente a un peligro exterior. El gobernador fundó su partido en esa certeza: «vamos a defender el patrimonio y los derechos de los rionegrinos». De ese principio, no quedó nada -frente al ajuste de Nación- salvo la repetición del slogan como un mantra, reproducido por las redes sociales.

Pero el gobierno está perdiendo el monopolio de la verdad. Ya no puede sostener sofísticamente (en esta era de post verdad) sus principios fundantes. Para colmo, comienzan a circular -tibiamente aún- esbozos de prácticas poco transparentes que, en los próximos días, podrían tener formato de denuncia penal y presentaciones en la Fiscalía de Investigación Administrativa.