Pioneras del aborto legal

(Por María Florencia Alcaraz*).- No se pierden ninguna audiencia del debate por el aborto. Festejan los argumentos a favor como si fuera un mundial feminista. Malena Pichot, Señorita Bimbo y decenas de adolescentes les piden fotos y abrazos. Las chicas -como les decía Dora Codelesky- tienen entre 60 y 80 años y son las militantes históricas de la interrupción voluntaria del embarazo. Esta nota reconstruye la historia de las heroínas que llevan el pañuelo verde desde hace 30 años.

En la esquina de Rivadavia y Callao un grupo de mujeres reparte volantes cortados a mano. Tienen una mesa plegable y un megáfono. Se abalanzan sobre las personas que pasan por la vereda de la confitería El Molino y le piden su apoyo. Algunas firman, otras cuentan historias en susurros. Muchos les gritan “¡asesinas!”. Ellas insisten: esa es su parada dos lunes al mes de 18 a 19.30. Es 1991 y esas mujeres se animan a hablar de aborto en la calle, frente al Congreso, cuando todavía recibir anticonceptivos gratis ni siquiera es un derecho.

Veintisiete años más tarde, la misma esquina está cortada. Una multitud verde ocupa la vereda: pibas, chicas, señoras de todas las edades. Del Molino sólo queda la cáscara: es un edificio abandonado cubierto por andamios. Algunas de las mujeres que repartían volantes están sentadas alrededor de una mesa en la sala de audiencias del anexo del Congreso. Enfrente hay otro grupo de mujeres que está en contra del aborto. Ninguna se anima a gritarles asesinas. Están en silencio y rezan frente a una cruz, un Cristo y un feto de plástico.

Marta Alanis, fundadora de Católicas por el Derecho a Decidir, entra en la sala y no llega a sentarse. En la pantalla gigante el filósofo Darío Sztajnszrajber dice “El aborto es una cuestión política, no metafísica”. Y la solemnidad parlamentaria se desarma en un aplauso, una celebración parecida al festejo de un gol de media cancha. Todos los martes y jueves desde el 10 de abril estas mujeres pioneras de la lucha por el aborto siguen de cerca el debate que por primera vez desde el regreso de la democracia tiene estado parlamentario.

La lucha por el aborto legal, seguro y gratuito en Argentina no nació de un repollo verde ni de uno violeta. Fue producto de la constancia de mujeres desobedientes al mandato de maternidad obligatoria, rompedoras de las cadenas de la reproducción biológica como esclavitud. La historia de esa desobediencia quedó plasmada en el libro fundamental de la ensayista y activista queer Mabel Bellucci.

Dora Coledesky es un personaje fundamental de esta historia. A sus compañeras de militancia les decía “las chicas” aunque todas ya tenían entre 60 y 80 años. Una tarde de marzo de 2009 Dora se sentó en la computadora en su casa de Ituzaingó y escribió todos los mails que pudo. Repartió materiales teóricos, libros y otros archivos entre amigxs y compañerxs. Empezaba a despedirse. Ya estaba enferma y hacía pocos meses había fallecido su marido.

-Tenés que parar un poco. Hacelo por las chicas —le pidió su nieta, Rosana Fanjul. De adolescente, la abuela la había llevado a la mesa de El Molino donde ella las escuchaba a hablar de derechos sexuales y reproductivos. “Me voy a morir como yo quiero. El camino ya está trazado”, contestó Dora. Y dos días después la llamó por teléfono: “Me estoy muriendo”, dijo. Tenía 81 años.

Abogada, trotskista, sindicalista, Coledesky volvió feminista del exilio y en 1987 fue una de las impulsoras de la primera organización que se propuso la legalización y despenalización: la Comisión por el Derecho al Aborto (Codeab). Faltaban casi tres décadas para que se convirtieran en leyes aquellas normas que garantizaron derechos sexuales y reproductivos o las que regularon la ligadura de las trompas de Falopio para las mujeres y la vasectomía para los varones.

-Dora era una combinación hermosa de una abuela de cuentos y una feminista de pensamiento profundo con un compromiso inagotable —dice Nahuel Torcisi, activista y compañera de Coledesky en la Comisión. Nahuel tenía 20 años cuando se acercó a militar por el derecho al aborto. “Hacíamos una revista a mano. Nadie sabía diseñar y el imprentero nos ayudaba a diagramar. Tradujimos notas y otras las pediamos a las feministas más diversas”, recuerda. Desde 1989 hasta 2007, la Codeab editó dieciséis números de Nuevos Aportes sobre el aborto.

Desde la Comisión también sacaron en 1989 la primera solicitada a favor del aborto en un diario, incidieron en la publicación de artículos en las revistas de política de la época, viajaron a otros países para articular con feministas del mundo y participaron en las conferencias internacionales. La militancia era cotidiana aunque no siempre visible.

Olga Cristiano tiene 74 años. Conoció a Coledesky a fines de los ‘80 en una casa de Scalabrini Ortiz y Velasco que le prestaban para hacer las reuniones de la Comisión. Olga militaba en Mujeres de Izquierda y se acercó hasta ahí.

“La ley se tendría que llamar Dora Coledesky”, dice Olga en su casa de Colegiales, donde un accidente de cadera la tiene en silla de ruedas. De viejas se hicieron más amigas. Las dos habían quedado viudas. Antes de morir, Dora le pidió que la acompañara al Hospital Italiano a hacerse un chequeo. Allí insistió con la idea de vivir juntas, un proyecto que no se concretó. “Si estuviera viva ella sería la mujer más feliz del mundo”.

Quizás parte de esa felicidad sería saber que su nieta milita en la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito. Rosana Fanjul fue hasta el Congreso con su hija Ximena, de 19 años, emocionada por ser “nieta de aquella bruja que no pudieron quemar”, como escribió en Facebook. “Gracias abuela por este legado y gracias compas por la fortaleza que transmiten a todxs”, tipeó. En sus compañeras encuentra algo de Dora: en el rodete tirante de Martha Rosenberg, en el pelo blanco de Nelly “Pila” Minyersky.

La última vez que Rosana había visto a “las chicas” fue en el Hospital donde internaron a su abuela antes de morir. Después del primer Ni Una Menos, en 2015, decidió que tenía que buscarlas y reencontrarse con esa lucha. La marcha había significado un quiebre después de una relación violenta.

El 8 de marzo de 2016, Día Internacional de la Mujer, desde su casa en Ituzaingó fue hasta la Plaza de Mayo. En la bandera verde de la Campaña vio a Martha Rosenberg y no pudo frenar las lágrimas con las manos. No hablaron mucho. Solo se abrazaron. Celeste Mac Dougall, activista de la Campaña, la vió llorando y también la abrazó.

*Revista Anfibia