«La imagen de Macri va a llegar desgastada al 2019»

Para el sociólogo Ignacio Ramírez el gobierno nacional sufrió después de las elecciones «la maldición de los ganadores»: malinterpretó el respaldo que cosechó en las legislativas de medio término como luz verde para pisar el acelerador y se comió la curva con la reforma previsional.

En una entrevista con el diario La Capital de Rosario, el director del posgrado de Opinión Pública y Comunicación Política de Flacso advierte que el gobierno desatendió el malestar que se incubaba en amplios sectores sociales por el deterioro de la situación socioeconómica y la ausencia de respuestas desde el Estado, que abusó del hit de la pesada herencia y cometió dos graves errores en el debate sobre la fórmula de actualización jubilatoria: subestimó valores arraigados en la cultura política argentina y se confió con que alcanzaba con la rosca parlamentaria para pasar la ley.

Así fue, evalúa Ramírez, que el gobierno «perdió el invicto comunicacional» y resintió su vínculo con lo que llama el segundo cordón de su electorado.

—Usted planteó que el macrismo, al igual que el kirchnerismo, después de las elecciones sufrió la «maldición de los ganadores», ¿En qué consiste esa maldición?
—Los últimos procesos electorales van disolviendo certezas politológicas que nos dan seguridad intelectual: «El peronismo gana siempre en la provincia de Buenos Aires», «Es imposible que una fórmula integrada por dos porteños pueda imponerse». Una de las pocas regularidades que veo en pie es lo que llamé la maldición de los ganadores, por la cual todo gobierno ganador queda expuesto a cometer groseros errores. El macrismo, como antes el kirchnerismo, equivocó la interpretación sobre los fundamentos de su victoria, se comportó en función de esa interpretación y confundió el escenario.

—¿Por qué cree que el macrismo ganó y por qué cree el macrismo que ganó?
—El gobierno entendió la victoria como un acompañamiento al rumbo de valores, de políticas públicas y de programas que viene desplegando; también como un respaldo al presidente, a un estilo. Me parece que el triunfo descansó fundamentalmente sobre una comunicación fuertemente negativa, sobre un marco narrativo donde se actualizaba todo el tiempo el punto de partida, el 2015, y la contradicción con la pesada herencia kirchnerista. Lo que se estaba desatendiendo es que durante el año se estaba incubando un fuerte malestar en todos los segmentos del electorado, incluso de los propios votantes oficialistas, con el entorno socioeconómico, y con cierta pereza que se le atribuía al gobierno en tangibilizar resultados. En ese contexto, el gobierno después de las elecciones toma una decisión que confirma la sospecha de que resuelve con un sesgo de clase. Muchos analistas no lo entendieron, se quedaron con los piedrazos. Recién ahora están publicando números de opinión pública y ven que hubo una hemorragia de acompañamiento. La moraleja es que todo capital político se evapora muy rápidamente.

—¿Abusó el gobierno de su propio relato?
—Esa estrategia discursiva funcionó un tiempo, pero tiene rendimientos decrecientes a medida que pasa el tiempo. Después de las elecciones el gobierno tenía que leer que ingresaba en una nueva etapa, en la que tenía que atender esa impaciencia y esa demanda. En un gobierno cuya principal diferencia supuestamente con el kirchnerismo —al que le atribuye relato, verso, ideología— es que se trata de un gobierno de gerentes e ingenieros y que se ocupa de las cosas, lo que hizo fue tomar otra vez una decisión antipática, y para justificar la reforma previsional siguió tocando la canción de la pesada herencia, que cansó. Eso que se rompió se puede reparar, pero se rompió en diciembre.

—¿Cuáles fueron los principales errores de comunicación del gobierno respecto de la reforma previsional?
—Hubo dos malas lecturas: elegir esta medida después del triunfo electoral como si la victoria borrara el subsuelo de valores que tenemos. Segundo error: con la rosca parlamentaria evitamos que esto salte en la opinión pública, alcanza con la ruta pichettista a la aprobación. Hay climas: las palabras ajuste, reforma, envueltas en el calor de diciembre tienen un capacidad evocatoria muy potente. Por otro lado, vi que cuando el gobierno empieza a desandar la medida lo hace con argumentaciones muy dispersas. En este caso no habían hecho el manual de Marcos Peña. Mostró un gobierno que había perdido el invicto comunicacional.

—¿Considera que el gobierno ya procesó las resistencias políticas, sociales y culturales que enfrenta la agenda del reformismo permanente? En su análisis hace hincapié en el acervo cultural, con eje en la presencia del Estado y el igualitarismo, que el macrismo pretendió saltearse en sus últimas iniciativas.
—En general el macrismo es muy habilidoso para leer los contextos y muy deficitario para leer las historias. A veces Cambiemos desconoce que sus votantes no nacieron en 2003 ni en 2008-2009, cuando apoyaban al campo; los trata como si sólo fueran antikirchneristas. Puede ser que una parte de la sociedad esté cansada del kirchnerismo, pero eso no implica desconocer que el kirchnerismo y el peronismo han representado una serie de políticas públicas, de valores, que están muy conectadas con rasgos distintivos de la cultura política argentina. A veces Cambiemos tensiona demasiado los límites afectivos e ideológicos de esa cultura política: cuando ponga demasiadas veces el pie fuera de ella va a perder competitividad electoral.

—¿Mediante qué ejes y estrategias observa que el gobierno puede salir a reconstruir legitimidad y recomponer ese vínculo con la opinión pública?
—No tengo duda de que el gobierno está leyendo esto como un desafío. Tiene tiempo, recursos y habilidades para reparar. Cuando se habla de postergar la reforma laboral, no es una decisión del mundo de Monzó, sino del mundo de Marcos Peña: es una decisión más vinculada a la relación con la opinión pública que a la relación con los sindicatos o la política. Fue la primera decisión pensando en recuperar ese segundo cordón de su base electoral, que acompaña o deja de acompañar de manera más frágil. Después sí hay una estrategia política muy exitosa de apostar a la división de la oposición. La idea de que el de Cambiemos es sólo un gobierno de la opinión pública es falsa, ingenua. Sin embargo, algo de lo que se está hablando todavía poco es de la imagen del presidente: su relación con la sociedad va a llegar bastante desgastada al 2019. Está pasando algo que todavía no se está articulando en forma de análisis, pero estoy convencido de que el gobierno lo está viendo en los focus.

—¿Evalúa que el gobierno va a continuar con la hoja de ruta que trazó aunque siga erosionando la imagen de Macri?
—Como todo gobierno, va haciendo un equilibrio inestable entre su propio programa: mostrar gobernabilidad y no dañar uno de sus capitales sobre los cuales se sostiene, que es la relación con la opinión pública. El problema de perder 10 puntos de imagen no es ese, es que se siga agudizando, que sea síntoma de una ruptura que se siga agrandando. El gobierno apuesta como estrategia macro a consolidar en la opinión pública un empate emocional e ideológico muy fuerte, donde la opinión pública no tenga que ver con el desempeño del gobierno. Es una apuesta muy ambiciosa, y desde el punto narrativo es más ambiciosa que la del kirchnerismo.

—Desde fin del año pasado se observan movimientos hacia la reunificación del peronismo. ¿Podrá emerger una alternativa que la exprese?
—La idea del retorno garantizado del peronismo es falsa. El peronismo puede seguir perdiendo, no está garantizado ni a unirse ni a volver. Va a depender de la invención de la política. Dada la fuerte gravitación de elementos ideológicos en la opinión pública hay un sector de la sociedad, por lo menos una mitad, que no va a acompañar este proceso político, ni aunque tenga éxito en la economía, porque tiene distancias culturales, simbólicas, ideológicas. La oposición sí tiene una oportunidad. Si el archipiélago opositor empezara a hacer un recorrido por un mismo objetivo que es vencer a Cambiemos, sin dudas Cambiemos tiene motivos para ponerse nervioso mas allá de lo que pase con la inflación y el PBI. No obstante, ese archipiélago opositor todavía está perforado por un conjunto de contradicciones interiores muy fuerte.