Día de la Bandera: crónica de la creación

(Por Felipe Pigna*).- A fines de 1811, aumentaron los ataques españoles contra las costas del Paraná ordenadas por el gobernador español de Montevideo, Pascual Vigodet. Frente a esto el Triunvirato encargó a Manuel Belgrano partir hacia Rosario con un cuerpo de ejército el 24 de enero de 1812. El general Belgrano logró controlar las agresiones españolas e instalar una batería en las barrancas del Paraná, a la que llamó Libertad.

Belgrano tenía un concepto que lamentablemente fue olvidado por muchos generales argentinos del siglo XX: “La subordinación del soldado a su jefe se afianza cuando empieza por la cabeza y no por los pies, es decir, cuando los jefes son los primeros en dar ejemplo; para establecerla basta que el general sea subordinado del gobierno, pues así lo serán los jefes sucesivos en orden de mando. Feliz el ejército en donde el soldado no vea cosa que desdiga la honradez y las obligaciones en todos los que mandan”.

Las tropas que comandaba Belgrano, como todas las de nuestras guerras de independencia, pasaban meses y años sin cobrar sus sueldos, estaban mal vestidas y sufrían todo tipo de necesidades. A Belgrano se le ocurrió repartir terrenos a cada regimiento para su cultivo, todos los cuerpos tuvieron una huerta abundante de hortalizas y legumbres, y de este modo, todos llenaron su necesidad y entretenían su equipo, porque los frutos que sobraban se vendían en beneficio de todos los soldados que los habían cultivado.

Belgrano solicitó y obtuvo permiso para que sus soldados usaran una escarapela. Por decreto del 18 de febrero de 1812, el Triunvirato creaba, según el diseño propuesto por Belgrano, una “escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata de dos colores, blanco y azul celeste, quedando abolida la roja con que antiguamente se distinguían”.

Belgrano se entusiasmó y le respondió al Triunvirato, anunciándole que el día 23 de febrero de 1812, entregó las escarapelas a sus tropas para que «acaben de confirmar a nuestros enemigos de la firme resolución en que estamos de sostener la independencia de la América». Era uno de los pocos que por aquel entonces se animaba a usar la palabra independencia.

Por el contrario, el Triunvirato, y sobre todo su secretario, Bernardino Rivadavia, estaba preocupado en no disgustar a Gran Bretaña, ahora aliada de España. Gran Bretaña había hecho saber al Triunvirato, a través del embajador en Río, Lord Strangford, que no aprobaría por el momento ningún intento independentista en esta parte del continente

Pero Belgrano seguía empeñado en avanzar en el camino hacia la libertad. El 27 de febrero de 1812, inauguró una nueva batería, a la que llamó «Independencia”. Belgrano, que no tenían tiempo para andar mirando el cielo y mucho menos para esperar que pasara la nube ideal para crear “nuestra enseña patria”, hizo formar a sus tropas frente a una bandera que había cosido doña María Catalina Echeverría, una vecina de Rosario. Tenía los colores de la escarapela y su creador ordenó a sus oficiales y soldados jurarle fidelidad diciendo “Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la independencia y de la Libertad”.

Rivadavia, se opuso y le ordenó en una furibunda carta guardar esa bandera y seguir usando la española: «La demostración con que Vuestra Señoría inflamó a las tropas de su mando, enarbolando la bandera blanca y celeste, es a los ojos de este gobierno de una influencia capaz de destruir los fundamentos con que se justifican nuestras operaciones y las protestas que hemos anunciado con tanta repetición, y que en nuestras relaciones exteriores constituyen las principales máximas políticas que hemos adoptado. Ha dispuesto este gobierno que haga pasar como un rasgo de entusiasmo el enarbolamiento de la bandera blanca y celeste, ocultándola disimuladamente y sustituyéndola con la que se le envía, que es la que hasta ahora se usa en esta fortaleza; procurando en adelante no prevenir las deliberaciones del gobierno en materia de tanta importancia. El gobierno deja a la prudencia de V.S. mismo la reparación de tamaño desorden, pero debe prevenirle que ésta será la última vez que sacrificará hasta tan alto punto los respetos de su autoridad y los intereses de la nación que preside y forma, los que jamás podrán estar en oposición a la uniformidad y orden. V.S. a vuelta de correo dará cuenta exacta de lo que haya hecho en cumplimiento de esta superior resolución”.

Pero Belgrano no llegó a enterarse de esta resolución rivadaviana hasta varios meses después de emitida y siguió usando la bandera nacional que fue bendecida el 25 de mayo de 1812 en la catedral de Jujuy por el sacerdote Juan Ignacio Gorriti.

En julio recibió finalmente la intimación del Triunvirato y contestó indignado: “La desharé para que no haya ni memoria de ella. Si acaso me preguntan responderé que se reserva para el día de una gran victoria y como está muy lejos, todos la habrán olvidado”. Así concluía su carta de respuesta al Triunvirato con inocultable dolor e indignación, el 18 de julio de 1812.

Todo parece indicar que la primera bandera tenía dos franjas verticales, una blanca y una celeste, como la del ejército de los Andes que usará San Martín en sus campañas libertadoras.

En Buenos Aires y el Litoral, a partir de 1813 la bandera cambia de forma y comienza a usarse una con tres franjas horizontales: celeste, blanca y celeste. Estos eran los colores de la casa de Borbón, a la que pertenecía Fernando VII, y la adopción de estos colores parecía ser una demostración de fidelidad al rey cautivo.

*Historiador.