Pedro Ponce, maestro

(Por Martin Granovsky*).- Cuando el domingo 9 la policía reprimió a los maestros para frustrar la escuela itinerante, los trolls invadieron la web. Colgaron la imagen penumbrosa de un tipo con pelo largo y mirada torva. Debajo, una pregunta: “¿Será docente?”.

Desafiando peligros, este diario halló al sospechoso, que dijo llamarse Pedro Ponce. Confrontado con la foto, reconoció ser el sujeto buscado y aceptó responder a los trolls. Confesó ser docente, director de una escuela pública, la Media 23 de Lomas de Zamora, que él mismo fundó con otros profesores y vecinos, y dirigente del Suteba, el Sindicato Único de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires. Admitió el sospechoso haber creado la agrupación Azucena Villaflor, en homenaje a la primera madre de Plaza de Mayo. De modo que Ponce es nada menos que un sindicalista, sustantivo que últimamente los trolls intentan convertir en adjetivo y en insulto.

También confesó Ponce que el día de la represión llevaba un morral tejido del que sobresalían dos quenas. ¿Las habrán confundido? Es posible, porque se ligó una descarga policial de gas pimienta que lo dejó tonto una hora. “Pensaron que era un arma de destrucción masiva y yo tenía un lanzamisiles jujeño para tocar el himno”, dice a PáginaI12 mientras saluda a los vecinos de la escuela. Es una mañana soleada y los colores del frente brillan. Las letras celestes dicen: “Bienvenidos a la patria educativa”.

Ponce siempre quiso ser docente. Contra el mundo. O, peor, contra los reglamentos. Chileno de nacimiento, hijo de perseguidos por Augusto Pinochet, en 1982 se recibió de profesor de Danzas Tradicionales Argentinas. Pero no podía ejercer, porque el Estatuto del Docente obligaba a ser argentino nativo o por opción. Cuando llegó la democracia, en el 83, se anotó en una escuela de verano, La Campaña de Monte Grande. Lo tomaron pero solo trabajó dos meses. Fue cesado por chileno. “Ahí empezaron mis primeras luchas contra el sistema educativo”, dice Pedro, que habla bajito y nunca dramatiza el relato. Mandó cartas hasta que recibió una respuesta: “Tenés toda la razón del mundo pero dura lex sed lex”. Pedro dice que ése fue su primer contacto con el latín. La ley es dura pero es la ley. Se nacionalizó argentino y en 1986 pudo empezar a ejercer. Mientras tanto, una ciudadana italiana hacía una presentación que llegó a la Corte Suprema. La Corte instó a cambiar la reglamentación del Estatuto del Docente, cosa que cumpliría años después el gobierno de Cristina Kirchner.

Su primer cargo como argentino lo desempeñó en una escuela especial, la 501 de Monte Grande. Después trabajó en la 82 de Ingeniero Budge, cerca del Riachuelo y del lado de la provincia de Buenos Aires. Era lo que Ponce y los pedagogos llaman técnicamente una “escuela no graduada”, o sea sin grados, organizada en tres turnos con 700 alumnos. “Tenés que respetar los tiempos de aprendizaje y la diversidad de los chicos, porque no todos aprenden al mismo tiempo.” Cristina Ruiz, la directora, privilegiaba el compromiso. “Salíamos a la calle a buscar pibes para que aprendieran, o para que volvieran si habían dejado.” Los sábados había talleres abiertos a la comunidad. De ahí surgieron Mauro Piñeiro, el tecladista de Ráfaga, y el quenista Alfredo Rojas.

A Ponce le gustaba la música andina. Enseñaba quena en los barrios. Lo suyo no era el esfuerzo realizado al otro lado del río, como en la canción de Jorge Drexler, sino al otro lado del Riachuelo. Un día le dijo el contador de la sociedad de fomento de Villa Urbana, cerca de Fiorito, el barrio donde nació Diego Maradona: “Hay una secundaria en la villa y no conseguimos profesores porque nadie quiere dar clase ahí. ¿Te animás?”. Se animó. Primero participó de la reconstrucción de la escuela incendiada. “Vino mucha gente, y desde Lanús se acercó Robi Baradel”, cuenta sobre el actual secretario del Suteba. “Después Baradel trabajó como preceptor en el mismo lugar.”

“Creo que fue la primera escuela fundada en una villa”, dice Pedro. “Hasta ese momento las escuelas estaban en los centros y los chicos de las villas trataban de anotarse. Cuando decían que eran de Budge los dejaban afuera. No querían pibes bardo de Camino Negro al fondo.” Pedro también hace radio. Así, “De Camino Negro al fondo”, se llama el programa que conduce desde 1990 en la FM Voces, 107.7.

La escuela quedó desbordada de inmediato. El director imaginó anexos en otros barrios. En La Loma, también de Camino Negro al fondo, había una escuela abandonada, la 75. El esqueleto era saqueado ladrillo a ladrillo. Primero los vecinos se organizaron para defenderla y luego –gente práctica– decidieron tomarla ellos mismos. Ponce participó de la toma y otra vez, como en Villa Urbana, de la reconstrucción. Se puso traje por segunda vez en su vida. La primera había sido en el casamiento. Serio, le dijo al cuidador que era inspector del Ministerio de Educación y entró. Así comenzó la toma. “Al pobre tipo lo echaron, pero nosotros lo contratamos. Mientras construíamos aulas, una cooperativa nos enseñó cómo colgarnos de la luz y conseguir agua. En 1994, cuando Carlos Menem transfirió las escuelas a las provincias, la nuestra ya tenía tres cursos. Y todo sin sueldos, con algunas horas cátedra. Para colmo no nos reconocían la existencia de los anexos de la Media 22. Nosotros éramos como el salmón, a contramano de todo.”

Nada era fácil. El terreno tomado había funcionado como aguantadero. Ponce fue amenazado por el capo. Don Edulfo Herrera, el presidente de la cooperadora, le dijo: “Profe, no sabe con quién se metió”. Ponce fue a ver al capo y los hijos terminaron yendo a la escuela. “Me empecé a ganar un respeto”, dice este hombre que no se resigna al ambiente áspero y tampoco lo banaliza ni lo endiosa. Pero confía en el reto de un docente incluso cuando, como le pasó una vez, sacó a los gritos a unos chicos que practicaban tiro junto a la escuela.

En 1996 Ponce hizo huelga de hambre para conseguir el reconocimiento. Fue su alternativa a otra propuesta con la que no estuvo de acuerdo: quemar el Consejo Escolar.

“A 40 cuadras de la casa del gobernador Eduardo Duhalde hay una escuela rancho”, decía el huelguista. Al sexto día llegó de la gobernación una propuesta de reconocer al anexo como escuela. Designaron a la primera preceptora y a la primera portera. Después hubo un concurso para director. Los compañeros de Pedro lo empujaron y concursó. En esa época ya estudiaba Ciencias de la Educación, carrera en la que se graduó. Ganó. Le pagaban con 10 horas cátedra. Siguió igual, trabajando todos los días, mientras completaba su ingreso dando clase en otras escuelas. Para Física conchabó al electricista del barrio. Y explicó a las docentes que por el estado de las calles, todavía de tierra, la zona no era un buen sitio para tacos altos.

Pedro iba seguido a las clases a ver cómo enseñaban los profesores. Cuando veía que todo era pura fórmula, recomendaba vincular la enseñanza con la vida real. “Usted quiere que baje el nivel”, le decían a veces. “Yo quiero que los pibes aprendan, porque eso es subir el nivel”, replicaba.

El 10 de abril, al día siguiente de la represión frente al Congreso, Pedro Ponce inauguró un jardín de infantes al lado de la escuela. A contracorriente otra vez. Como el salmón.

*Periodista. Página/12.