El lenguaje y sus mutaciones

(Enrique Minetti).- Es bien sabido que el lenguaje no es pétreo ni inmodificable. Por el contrario, el paso del tiempo y los usos y costumbres van introduciendo cambios, tanto en el empleo de ciertas palabras o giros idiomáticos como en el reemplazo de ellas por otras.

Así advertimos, por ejemplo, que ya nadie dice que algo “está bien” sino que “está bueno”. No está bien que hagamos determinada cosa, está “bueno”.

El verbo esperar ha caído prácticamente en desuso. Se puede apreciar que en los bancos u otras entidades aparece un cartel diciendo “aguarde”. La persona que nos atiende por teléfono no nos dice que esperemos sino: “aguarde por favor”.

Para nombrar a una persona nacida en Estados Unidos de Norte América, en lugar de “Norteamericano” que es lo correcto, recurrimos a la expresión: “Americano”, como si fuera exclusiva de quien nace en ese país, olvidándose que los argentinos, chilenos, ecuatorianos, bolivianos, peruanos, etc. también somos americanos. Esto se observa muy claramente en el ámbito basquetbolístico. Donde también se utiliza el término “Conferencia” para designar lo que en realidad es “zona”, “región” “circuito”. Aquí se advierte una clara dependencia del lenguaje utilizado en el país del norte.

Otro tanto ocurre cuando llamamos para pedir un taxi. En lugar de “taxi” o “coche” o “auto” utilizamos la expresión: me manda un “móvil”. Palabra utilizada en la jerga policial que parece haber quedado incorporada al lenguaje coloquial.

Señora, señor, han sido sustituidos por el genérico y simpático: “chicos”. Así son llamadas las personas -cualquiera sea su edad- en programas radiales, televisivos, en restaurantes, etc.

“Protocolo” también viene ganando espacio en la lengua. Hay “Protocolos” de seguridad, “Protocolos anti piquetes”, de actuación ante diversas circunstancias, etc. Cuando en realidad el Protocolo es un conjunto de reglas de formalidad que rigen los actos y ceremonias diplomáticos y oficiales: «cumplir con el protocolo». Se lo designa también como un conjunto de reglas de cortesía que se siguen en las relaciones sociales y que han sido establecidas por costumbre. También es un acuerdo entre varios Estados para modificar un Tratado. Aunque también, en nuestro idioma, un protocolo es un reglamento o una serie de instrucciones que se fijan por tradición o por convenio.

El potente término “pueblo” ha venido cediendo terreno ante la lavada expresión: “gente”.

Es usual escuchar, sobre todo en el ambiente político, hablar de “Territorio”, palabra que se ha llevado puesto a otras tales como: ciudad, villa, urbe, barrio, pueblo, lugar, localidad, comarca, paraje, departamento, región, zona, espacio, provincia, área, ámbito, sitio, etc.

Los jóvenes, como resulta natural, también han aportado lo suyo a la mutación del lenguaje, me refiero al polifacético: “dale” que parece haber sustituido a una enormidad de términos, actuando como un comodín para ser usado en un sinnúmero de circunstancias.

Para cerrar esta enumeración que, desde luego, no pretende ser exhaustiva, mencionaré la expresión “Micro” la que proviene predominantemente del periodismo porteño y de allí se ha expandido a todo el país.

Me refiero al vehículo de transporte colectivo para trasladar personas, dentro de las poblaciones y entre ellas, de grandes dimensiones. Este vehículo, en la mayor parte del planeta es conocido como “bus”. También recibe el nombre -en diferentes países- de: colectivo, autobús, ómnibus, bondi, autocar, góndola, liebre, buseta, chiva, chivilla, cazadora, ruta, lata, guagua, yutong, burra, coche, bañadera.

Al autobús urbano en Buenos Aires y varias localidades de la Argentina se lo conoce como colectivo. Su historia se remonta a finales de la década de 1920, cuando algunos propietarios de taxis decidieron establecer un servicio con recorridos preestablecidos y paradas fijas. En rigor, en 1662 circulaba por las calles de París un vehículo multiplaza impulsado por caballos. Tal vez, el primer antecedente planetario.

Volviendo a Argentina, el origen del colectivo fue un taxi sin reloj, que ocupaba todos los asientos y realizaba un recorrido fijo, en un vehículo adaptado para tal fin (primero berlinas grandes, luego camiones modificados y luego chasis de camiones carrozados). A fines de la década del 80, el colectivo como vehículo, tras la evolución de los chasis y carrocerías para buses, dejó de producirse, sin embargo, el sistema de colectivos y su cultura se mantienen al día de hoy.

Surgieron, entonces, los ómnibus o colectivos de transporte de personas que conocemos hoy, los cuales se caracterizan por sus grandes dimensiones y que pese a ello son denominados: micros. Por caso las líneas que unen Viedma con Buenos aires. El término es una simplificación de microómnibus, que eran las unidades que circularon por la ciudad, de de Buenos Aires en la década del 20 y que, como dije, eran esos taxis sin reloj, de de de dimensiones pequeñas que luego evolucionaron hacia los clásicos colectivos o microómnibus que circularon y aún circulan (aunque menos) en Buenos Aires. La típica línea 60, para citar un conocido ejemplo.

La palabra micro es un elemento compositivo utilizado en varios idiomas que proviene del griego (‘muy pequeño’) y significa una millonésima parte de la unidad. Se emplea en nombres de unidades de medida para designar el correspondiente submúltiplo.

Ejemplos: microscopio, microelectrónica, microbio, micrófono, microprocesadora. Aparece, entonces, como un claro contrasentido designar como ”micro” a algo que no es pequeño.