Los «huérfanos» pueden decidir la suerte de Cambiemos

(Eduardo Fidanza*).- Cuando se rotula la identidad de los votantes argentinos, suele recurrirse a un esquema simple: considerarlos peronistas, no peronistas o independientes. No se trata de otorgarles filiación ideológica, sino de registrar su conducta electoral. La clasificación tiene cierta congruencia si se observan los resultados de las presidenciales desde 1983. En ese ciclo, donde se desarrollaron ocho comicios, los candidatos del PJ nunca obtuvieron menos del 37% en siete de ellos, lo que indica que, a la hora de elegir presidente, casi 4 de cada 10 electores permanecieron cautivos del partido dominante del sistema. Es decir, lo votaron con independencia de su programa, de sus candidatos y de sus gestiones precedentes. A ese dato hay que agregarle un rasgo sociológico característico: esos votantes pertenecen en su mayoría a sectores medios bajos y bajos de la escala socioeconómica.

¿Qué hay más allá de los cautivos del peronismo? La respuesta es: un abanico amplio de opciones, fluidas y variables. La historia de estos votantes debe ponerse en el contexto de la larga decadencia electoral, no política, de la UCR, acentuada después de la crisis de principio de siglo. El radicalismo pasó de encabezar una coalición que ganó la presidencia en 1999 a ser el socio menor de otra que la obtuvo en 2015. Buena parte del electorado no peronista posee un rasgo distintivo, vinculado a un nivel de educación e información relativamente alto, que explica su fluctuación: tiende a discutir tópicos ideológicos y programáticos. Eso permite ubicarlo en una clasificación internacional, que el dominante peronismo ha opacado en la Argentina: aquella que diferencia a los votantes según un eje que distingue izquierda y derecha.

Quien acaso se ha referido con más lucidez a este grupo es Juan Carlos Torre en un texto, ya clásico, al que siempre es bueno regresar: «Los huérfanos de la política de partidos». Fue escrito para explicar la crisis de representación que precipitó la caída de la Alianza, expresada con la frase desesperante «Que se vayan todos». Los huérfanos de Torre establecen un vínculo inestable con los partidos, cuyos resultados juzgan según las expectativas que proyectan en ellos. Eso convierte su historia en frecuentes diásporas, que los llevan de una agrupación política a otra, cayendo en la fuerza gravitatoria de los grandes partidos del sistema, o librándose de ella, según las circunstancias.

Así, pueden distinguirse trayectorias típicas desde el 83, a derecha e izquierda del espectro ideológico. La centroderecha empieza con la Ucedé de Alsogaray, que concluye subsumida en el menemismo, para reaparecer después con Acción por la República de Cavallo, muchos de cuyos adherentes terminan reciclándose al final en Pro. La centroizquierda debuta con el PI de Allende, que tiene vasos comunicantes con lo que después serían el Frente Grande y el Frepaso, escisiones del peronismo que terminan conformando la Alianza con la UCR. Luego, la mayor parte de los restos del Frepaso adhieren a Néstor Kirchner. A esta poligamia política hay que agregarle la deriva de los seguidores de Elisa Carrió y Margarita Stolbizer, que dieron lugar al ARI, la Coalición Cívica y el GEN, agrupaciones que retoman las banderas de la UCR con una especialización: el combate contra la deshonestidad pública, uno de los temas clave de la actualidad que explica la relevancia de estas dirigentes.

Si se buscara actualizar, con los datos del presente, el análisis de los huérfanos realizado por Torre hasta 2003, tal vez podría empezarse por preguntar dónde residen ellos en este momento. La repuesta, sin duda, estará condicionada por la gran novedad de la política argentina: el acceso a la presidencia de Pro, socio mayoritario de una coalición política que al incorporar a la UCR y a la Coalición Cívica, matiza un hecho considerado improbable en la política argentina: que gobierne en democracia un partido de centroderecha.

Esa conformación sui generis del oficialismo permite establecer dos hipótesis. La primera es que la mayoría de los huérfanos de Cambiemos son de centroderecha; la segunda, que la minoría de centroizquierda que está allí responde a Carrió y al radicalismo. ¿Y el resto de huérfanos de centroizquierda, dónde se encuentra? Una parte los tiene Cristina y la otra se la está por entregar Stolbizer a Massa, ayudándolo, insólitamente, a conformar una transversalidad similar a la de Néstor Kirchner, quien empezó despreciando al peronismo (lo llamaba «pejotismo»), para terminar abrazándose a lo más tradicional de él.

Si este análisis es correcto, quizá los huérfanos progresistas terminen decidiendo la suerte del oficialismo en 2017. Ellos desconfían de Macri, a quien consideran de derecha; observan con ambivalencia el peronismo de Massa, al que, sin embargo, le reconocen liderazgo. Y rescatan algunas políticas de Cristina. Pero también valoran alto a Vidal y Carrió, y cuentan entre sus preferidos a Raúl Alfonsín. Si quiere tener chances, Cambiemos debe disputar la conciencia dividida de los progresistas. El populismo fiscal del Gobierno ayudará, pero la discusión hay que orientarla a la república, la justicia social y la decencia, no a la economía.

Nota publicada hoy en el diario La Nación. Es Licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires. Se ha especializado en consultoría política y análisis de opinión pública. Realizó estudios de posgrado en España.
Actualmente es Director y socio de Poliarquía Consultores.