¿Luna de Avellaneda en Viedma?

(Juan Pablo Bohoslavsky).- Autoridades públicas impulsarían en Viedma el siguiente proyecto: que el Club Sol de Mayo venda su cancha de rugby frente a la costanera para que allí la empresa Casinos del Río construya un hotel-casino.

¡Sí, cambiar un espacio de uso social, verde y deportivo por un emprendimiento privado de apuestas! Una imagen que envidiarían los creativos del grotesco de los Simpson.

Argentina es el cuarto país del mundo en pérdidas de dinero de la población por apuestas en relación con su Producto Bruto Interno. En ese contexto, asociar el desarrollo turístico a la construcción de un casino en el medio de la ciudad, sacrificando para ello un espacio verde de uso intensivo y social, es demasiado apresurado. Significa desconocer los fundamentos básicos del desarrollo urbanístico, social, económico y ambiental sustentable que nutren la idea de turismo según la propia Organización Mundial del Turismo de las Naciones Unidas, que precisamente promueve un turismo “responsable y sustentable”.

Y aún si se decidiera ignorar los aspectos de sustentabilidad del proyecto promovido, no existe evidencia empírica de que el juego tracciona al turismo. El casino de El Cóndor es un buen ejemplo. Si queremos promover seriamente el turismo en Viedma, mientras damos una mano a Sol de Mayo, estoy seguro que hay mejores ideas que instalar más ruletas frente al río.

Asimismo, el problema de la ludopatía debe abordarse seriamente. Sin embargo, esta adicción, que origina verdaderas tragedias familiares, está completamente ausente en la discusión pública en torno al emprendimiento.

Por otra parte, la transferencia de recursos de la economía real en favor de los casinos, cuyos dividendos los accionistas no necesariamente reinvierten en proyectos productivos en las ciudades en donde operan, también nos interpela en cuanto a quiénes ganarían y quiénes perderían con este proyecto.

La débil regulación del financiamiento de las campañas electorales en nuestro país, la opacidad financiera del sector de las apuestas, y su interés y capacidad de cooptar a las autoridades públicas debería llevar a éstas últimas a ser (y parecer) garantes aguerridos del interés de la comunidad. Es que siquiera se ha informado a la comunidad sobre la naturaleza, alcance, volumen y duración del proyecto promocionado. Sin esa información no es posible realizar una evaluación del impacto ambiental, económico y social que el proyecto tendrá sobre la ciudad. Fomentar un proyecto de gran escala, cuyas consecuencias para la comunidad aún se desconocen, es de una gran imprudencia.

Las ciudades que ofrecen a sus habitantes la mejor calidad de vida en el mundo se jactan de disponer de predios verdes y sociales como el de Sol de Mayo, no los ofrecen en sacrificio a los casinos. Y cuando pensamos en las ciudades de mayor atracción turística no soñamos con jugar al bingo en la torre Eiffel.

Desde una perspectiva más individual, como juego a la pelota paleta en la cancha de Sol de Mayo, que está a metros de la de rugby que se propone vender, preferiría seguir haciéndolo sin la música de fondo de los tragamonedas.