Alberto «Pato» Urrutia. En homenaje

(Enrique Minetti).- En su adolescencia y juventud supo descollar en las aguas del Río Negro, nadando. De allí el seudónimo con que todos lo conocimos y nombramos: “Pato”, “Patito”.

Hace un año, sus brazos ya cansados dejaron de bracear. Dejó su río, su trabajo, su familia, sus amigos. La vida dejó.

Dueño de una memoria prodigiosa y conocedor de mil anécdotas de la Viedma que lo vio nacer y crecer, que no es claro está, la que transitamos hoy.

– Mi padre era ciego. Vivíamos en una chacra donde ahora está el Centro Cultural. Contaba siempre. Por eso, desde muy chico tuvo que salir a trabajar para llevar unas monedas a la casa. Su madre los había dejado cuando él era muy niño. No la conoció. Durante años nada supo de ella. Esto lo perturbaría toda la vida. Ya de grande, tuvo noticias de su existencia y fue apresuradamente en su búsqueda, soñando con el encuentro. No pudo ser, había fallecido hacía apenas unos meses.

Hizo de todo. Fue repartidor en un comercio, llevaba los pedidos a domicilio, de allí su gran conocimiento de las familias de Viedma. Trabajó en un aserradero y tantos otras actividades que no alcanzo a registrar. Ya siendo muchacho se desempeñó como mozo, de donde también recogió un sinnúmero de anécdotas de sus parroquianos, algunos de ellos, personajes encumbrados de aquéllos tiempos. Con justa jactancia relataba que por su honestidad siempre se ganó el respeto y la confianza de sus patrones. También supo estar al frente de una confitería en Pedro Luro, de dónde obvio es decirlo, acumuló historias que contaba con un estilo y atractivo sin igual.

Hasta que un buen día, empezó a trabajar en el Poder Judicial de Río Negro. Refería a quien quería escucharlo, que su ingreso a la Justicia se debió a las buenas gestiones del Dr. Zamudio, Juez penal por entonces. Siempre lo agradeció. A partir de entonces, tuvo un sueldo fijo con el cual sostener dignamente a su familia y allí trabajó hasta que enfermó y hasta que lo sorprendió la muerte.

Fue dueño de un trato absolutamente respetuoso hacia sus superiores, “a la antigua”. A pesar de que algunos, a través de los años y del trato frecuente, lo consideraban un amigo, entre los que me incluyo, jamás dejó de utilizar el “Ud”. Era más fuerte que él y que el afecto mutuo dispensado.

Durante muchos años se desempeñó como chofer de la Procuración General. El Dr. Hugo Mántaras lo presentaba como “un compañero de trabajo”. Mántaras nos dejó hace ya diez años, o más. Urrutia lo sobrevivió. Recuerdo que me dijo una vez: – Tengo la foto del Jefe en mi habitación. Se, que le brindaba una contemplación casi religiosa.
Cuántos kilómetros hemos recorrido, dando varias veces la vuelta a la Provincia, llevados por la conducción segura del pato Urrutia.

Siempre dispuesto a dar una mano. Relataba que, cuando se produjo el último el golpe cívico militar, fue el único que ayudó a los Jueces a desalojar sus oficinas y sus casas.

Así era el Pato Urrutia. Un personaje entrañablemente querido y querible.

Cada mañana, cuando preparo el café, no puedo evitar que mi mente vuele hacia atrás y vea al Pato Urrutia girando la cucharita en la taza que, humeante, posara como un mimo, en nuestros escritorios.