Ajuste y endeudamiento

(*Igal Kejsefman) Los grandes grupos empresarios respaldaron los anuncios económicos de Macri, pero la pérdida de poder adquisitivo que vino de la mano de la suba de precios abre un escenario de conflictividad social y fuerte incertidumbre.

Las promesas de campaña de Mauricio Macri adelantaron la disolución de todos los mecanismos de control cambiario una decisión que implica una devaluación, la transferencia de ingresos a los exportadores, más inflación y la caída del salario real. La pregunta que se abrió luego del 10 de diciembre consistía en saber si estas medidas adoptarían la velocidad del shock o del gradualismo. La victoria por un escaso margen y la capacidad de condicionamiento de los sectores populares hizo suponer a muchos analistas que el nuevo gobierno adoptaría la segunda forma. Pero la política suele ser contraintuitiva. Una hipótesis es que se eligió el shock especulando con que una devaluación más lenta podría terminar neutralizada –en términos reales– en un contexto de rápido crecimiento de los precios y con las paritarias en puerta.

Sin dudas implicaba una fuerte apuesta y eran pocos los que no auguraban una corrida cambiaria luego del repentino levantamiento de las restricciones a la compraventa de divisas. La primera operación se transó a 13,90 pesos (un salto del 44 por ciento en el tipo de cambio), pero pasada una semana el tipo de cambio se ubicó más cerca de los 13,30 pesos. ¿A qué responde? En primer lugar, el Gobierno todavía no habilitó a los importadores a cubrir deudas por 5 mil millones de dólares, además las empresas extranjeras no comenzaron a remitir utilidades y los exportadores empezaron a liquidar el stock de granos. A ese listado se suma que el Banco Central subió las tasas de interés en pesos, los bancos privados ofrecen importantes tasas en dólares y el Gobierno espera la entrada de dólares financieros en un corto plazo. Estos elementos ponen de manifiesto la cooperación de industriales, multinacionales, agroexportadores, banqueros y organismos internacionales, es decir, el interés conjunto de la clase dominante por garantizar una devaluación exitosa.

La adjetivación puede resultar confusa: “Exitosa”, ¿en qué sentido? ¿Para quién? Al advertir la caída del salario real podría pronosticarse una recesión basándose en análisis subconsumistas (si menos gente compra, menos se produce, menor empleo). No obstante, si se abandona el debate binario entre una economía “tirada por demanda” o “empujada por oferta”, la caída del salario real puede resultar efectiva para restablecer la ganancia de los capitalistas y por lo tanto reimpulsar exitosamente la acumulación. Sin olvidar la cantidad de supuestos presentes en la argumentación, no es posible descartar un escenario de caída del salario real y desempleo moderado con crecimiento del PIB, como sucedió en los primeros años de la convertibilidad.

Para hacerse de la ganancia se requiere que alguien compre la mercadería; sin embargo, en el escenario anteriormente planteado no podrían ser los trabajadores locales. ¿Y entonces quién? Durante los 18 días desde la asunción, el Gobierno dejó algunas pistas. Montado sobre una estructura productiva que dinamiza la economía local a partir del ingreso de divisas –que el kirchnerismo heredó del neoliberalismo y no modificó–, Macri creó el Ministerio de Agroindustria, en la Conferencia de la UIA propuso dejar atrás el debate entre el Estado y el sector privado, entre el Agro y la Industria, prometiendo premiar a los exportadores y propuso pasar de ser el granero al supermercado del mundo. Su discurso emula las recomendaciones del brasileño Bresser Pereira y muestra al neodesarrollismo como un consenso de época que trasciende a tal o cual gobierno.

Resulta imprescindible considerar una arista adicional: el Gobierno parece tener la venia “por arriba”, pero el éxito del plan económico –en el sentido anteriormente considerado– requiere también la construcción de legitimidad “por abajo”. En caso contrario, el gobierno se expondría al incremento de la conflictividad social y el fracaso de la implementación del plan.

No existen motivos para que los trabajadores acepten ni legitimen la caída del salario real sin mediar una derrota. La administración de esta tensión se manifiesta en la combinación entre ajuste, desfinanciamiento del Tesoro, represión –para los que se niegan al cauce institucional–, concesiones y proyectos de infraestructura financiados con endeudamiento externo. La experiencia en Boca y en la Ciudad de Buenos Aires parece situar a Macri más como un populista de derecha que como un liberal clásico, que tiene en la mira el “voto cuota” que viablizó la victoria de Menem en el ‘95. En este contexto, erosionar la legitimidad del ajuste y del ciclo de endeudamiento requiere una voz que se apoye en los núcleos de buen sentido que deja la experiencia kirchnerista para, desde allí, trascenderla y construir una alternativa al macrismo.

*Economista (UBA/CONICET) y miembro del Centro de Estudios para el Cambio Social