Vinculación en red: la trama invisible

(Vanina Lobardi-Agencia TSS). Investigadores del CONICET trabajan en la formación de circuitos productivos que potencien las capacidades de las comunidades. Así, buscan que se generen redes de conocimiento y una construcción colectiva de la tecnología.

Desde que algunos pensadores constructivistas como Bruno Latour y Michel Callon propusieron la idea de que el conocimiento es una construcción social, comenzaron a aparecer muchas preguntas sobre sus formas de producción. Por ejemplo: ¿Dónde se construye el conocimiento? ¿Solo en centros de investigación y laboratorios? Muchos consideran que no, que este se produce de manera colectiva y que cada uno, desde su rol en la sociedad, puede aportar nuevos datos que generen innovaciones.

Así lo entiende, también, un grupo de investigadores del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en el que participa la arquitecta Paula Peyloubet, de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), quien desde hace más de una década se dedica a estos temas. Más importante aún, tratan de demostrarlo en la práctica: “Estamos preocupados por ponerle acción a las palabras”, afirma la especialista y destaca el aprendizaje que obtienen al trabajar en distintas localidades y con actores diversos que aportan sus saberes.

El grupo ya había trabajado en Villa Paranacito y Concordia, Entre Ríos, en proyectos vinculados al desarrollo de la madera, un recurso disponible en esa región. En base a esa experiencia, fueron contactados por técnicos de la Estación Experimental Agropecuaria del INTA Bariloche, hace poco más de dos años.

El grupo ya había trabajado en proyectos vinculados al desarrollo de la madera. En base a esa experiencia, fueron
contactados por técnicos de la Estación Experimental Agropecuaria del INTA Bariloche, hace poco más de dos años.

“Posteriormente, se sumó la Comisión Forestal y Maderera, que asociaba a una serie de productores, y entre los tres empezamos a evaluar qué se podría hacer con ese recurso que tiene la región, que podía promover otra economía que no fuera la turística y, así, dinamizar la zona”, recuerda Peyloubet. La especialista agrega que, a partir de entonces, comenzaron a incorporarse nuevos actores como la Municipalidad de Bariloche, que se sumó a través del Instituto de Tierra y Vivienda y la Subsecretaría de Economía Social, además de dos colegios técnicos (uno de ellos de adultos con aprendizaje de oficios), una cooperativa, un taller de oficios coordinado por la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR), en el que participaba un grupo de adolescentes en rehabilitación, la Universidad Nacional de Río Negro y técnicos regionales del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación.

“Lo más importante para nosotros no es el artefacto que podamos producir, sino los procesos tecnológicos que implica. Con estos proyectos generamos circuitos productivos interactorales”, dice Peyloubet y explica que, en este caso, se decidió construir un salón comunitario para el barrio Las 96 Viviendas, ubicado en el Alto Bariloche, para el cual ya están probando algunas estructuras arquitectónicas que diseñaron especialmente. “Pero también procuramos generar redes de actores locales que, de alguna manera, se vinculen a través de un circuito de producción. En ese proceso es donde innovamos, en la unión de los actores y los modos de vincularse”, agrega.

Una de las particularidades de este tipo de proyectos es que se dan de manera diferente en cada lugar, puesto que tanto los actores como las problemáticas cambian, no solo con la geografía, sino también con el tiempo y las personas. Por ejemplo, una nueva coyuntura política y un cambio de intendente modifican a los referentes del municipio. “¿Se cae el proyecto?”, se pregunta la especialista. “No, porque en la comunidad ya hay actores que perciben que es interesante hablar con el municipio y, sin importar quién esté, se van a acercar y le van a presentar lo que están haciendo. En el fondo, estos procesos permiten emancipar y generar autonomías”, agrega Peyloubet.

Para lograr llevar adelante este tipo de iniciativas, los investigadores contaron con el apoyo de diversos municipios y de instituciones como el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (MINCYT). En este caso en particular, obtuvieron financiamiento del Programa Consejo de la Demanda de Actores Sociales (PROCODAS), pero, en otras oportunidades, también consiguieron apoyo de iniciativas como los Proyectos Asociativos de Diseño (PAD), los de Investigación y Desarrollo (PID) y los de Investigación Científica y Tecnológica (PICT).

“Desde la política de ciencia y tecnología, hay otros modos de abordar el desarrollo de la tecnología. Se debe producir innovación para la inclusión social, pero en un modelo de desarrollo que hay que repensar”, concluye Peyloubet.