«Yo creo que es una dictadura lo que estamos viviendo»: Mirtha Legrand dixit

(Enrique Minetti).- ¿Es esa expresión motivada por lo primario y básico de los conocimientos y razonamientos de la conductora, o por una deliberada intención descalificadora y agraviante, motivada en el odio irracional y ciego hacia la Presidenta y hacia el gobierno nacional?

Así contestó la conductora al periodista Luis Novaresio cuando éste le preguntara qué piensa de la Presidenta. Y continuó diciendo: “Pienso que no es una mujer feliz”. “Es caprichosa, muy autoritaria. No me gusta cómo maneja el país. La hago responsable de todo lo que vive la Argentina, con algunas cosas buenas”.

“Es memoriosa, pero no me gusta cómo conduce el país. La gente tiene miedo y yo lo noto en mi mesa. La gente que no se anima a opinar. Sacar jueces, poner jueces…”.

“No se asusten lo de la producción. ¿Qué me van a hacer? ¿Me van a sacar de la televisión? ¿Me van a meter presa? Yo pago todos mis impuestos. Soy una ciudadana libre, soy libre de opinar”, concluyó Mirtha al ver las caras que ponían detrás de cámara y en la mesa.

En un programa anterior había dicho que tenían que sacar de la televisión al vocero presidencial Capitanich porque no se entendía lo que decía y porque miraba para un costado (¿¡*&).

Confieso que dudé en escribir esta nota. Me preguntaba si valía la pena ocupar mi tiempo y el suyo, amigo lector, en una cuestión que, a primera vista, parece vanal y farandulesca. No hay que dar por el pito más que lo que el pito vale, pensaba. Pero como ve, me convencí que no era así y acá estoy tecleando en mi notebook intentando que reflexionemos juntos ante dicha expresión.

La primera cuestión es que, si -como lo cree la Sra. Legrand- estaríamos viviendo en una dictadura, jamás hubiera podido decir lo que dijo, tan alegremente. Téngase en cuenta que no lo dijo en la intimidad de su casa y hablando en voz baja, dijo lo que dijo con la más absoluta libertad, sin ninguna clase de censura y en un programa de televisión abierta, en horario pico y a sabiendas que era vista y oída por una enorme cantidad de personas. Con el consecuente perjuicio que eso conlleva en las mentes y los espíritus de sus televidentes, cooperando en la profundización de la “grieta” que ella dice padecer.

La Sra. dice que la gente tiene miedo, aseveración ratificada por el periodista Alfredo Manuel Lewkowicz, conocido como Alfredo Leuco, quien comentando acerca de sus dichos, dijo que era una actitud valiente. ¿valiente porqué? . El mensaje subliminal del periodista de radio Mitre, Perfil y TN es querer hacer creer a la gente que fue valiente porque se anima a decir algo por lo cual puede recibir un castigo o un correctivo. Y también porque se anima a decir algo contra alguien ¿contra quién?: contra el Estado argentino conducido por la misma Presidenta a la que llama dictadora.

Es decir, ambos aspiran a victimizarse y así aparecer como valientes frente a un Estado que, en forma inducida, imaginan despótico. “La gente no se anima a opinar”. No se nota Sra. Sus propios dichos emitidos en forma más que pública y con la más absoluta de las libertades, se encargan de desmentirlo enfáticamente, aunque Ud., tozudamente, no lo acepte.

Surge entonces una pregunta liminar: ¿Cuánto tiempo fueron puestos presos por este gobierno Legrand, Leuco, Lanata, Longobardi, Castro, Bonelli, Grondona, Asís, Fontevecchia y la inmensa pléyade de periodistas y opinadores que se cansan de insultar, ultrajar, injuriar, ofender, afrentar, agraviar, mancillar, vejar y encarnecer hasta el hartazgo a la Presidenta y a su gobierno?

Otra pregunta: ¿Cuántas listas negras ha elaborado este gobierno como sí se hacía en la última dictadura?

¿No es lo suficientemente “memoriosa” la conductora como para recordar las denominadas listas negras que estaban clasificadas en cuatro categorías (de Fórmula 1 a F4, según «el grado de peligrosidad»), en las que figuran, entre muchos otros, sus colegas Norma Aleandro, Emilo Alfaro, Héctor Alterio, Osvaldo Bayer, Norman Briski, Julio Cortázar, Roberto Cossa, Eva Giberti, Horacio Guaraní, Víctor Heredia, Federico Luppi, Osvaldo Pugliese, Rodolfo Puigróss, Marilina Ross, Mercedes Sosa y María Helena Walsh?.

Las tres actas de «listas negras» halladas en el edificio Cóndor corresponden a las personas que fueron clasificadas por la junta militar en la categoría «fórmula 4». La primera de las listas corresponde a 1979 y está integrada por 285 nombres. Se destacan locutores, pintores, escritores, actores, directores teatrales y críticos de arte.

Sin querer ser aburrido le sugiero que repasemos un poco de Derecho Constitucional.

Empecemos por recordar que, la dictadura se implementa a través de un golpe de Estado. Es decir, tiene un vicio de origen, su ilegitimidad consiste en que el dictador se impone, usurpa el poder por la fuerza -sea propia o extraña- desplazando a la autoridad legítima constitucionalmente elegida por los ciudadanos. La actual Presidenta fue electa en elecciones libres y democráticas por la inmensa mayoría del pueblo argentino. Primera y fundamental diferencia.

Dictadura es un régimen no democrático, antidemocrático y autocrático, donde no existe la participación del pueblo. Las propagandas proselitistas que hoy abundan en la radio y televisión acreditan tal participación.

En la democracia, el poder se divide en tres, el poder legislativo, el poder ejecutivo y el poder judicial; en la dictadura, no hay tal división, están todos los poderes concentrados en una sola persona o en un solo grupo.

Recordemos que en la dictadura que derrocó el Gobierno constitucional de Isabel Perón el Congreso de la Nación fue disuelto y reemplazado por la C.A.L. presidida por un General, un Brigadier y un Almirante (¡sic!). Para los lectores más jóvenes, aunque no lo crean esto sucedió en la Argentina no muy lejana.

En América Latina y en Argentina, las dictaduras pasaron a ser predominantemente dictaduras militares, donde el dictador es puesto en el poder y sostenido por la fuerza militar (que a su vez responde a directivas de los EEUU) que se encarga de la represión de los disidentes y de imponer el terror para evitar el disentimiento y llevar a cabo sus planes contrarios a las mayorías, en provecho de las minorías oligárquicas, antipopulares y antinacionales.

El Diccionario de la Academia dice que es el gobierno que se ejerce fuera de las leyes constitutivas de un país. En los tiempos modernos, las dictaduras, ya sean ejercidas por una sola persona, corrientemente apoyada por las fuerzas armadas, ya por un grupo, generalmente militar, son siempre ilegítimas, porque en realidad lo que hacen es detentar, o más bien usurpar, el poder, puesto que no existe ninguna norma jurídica que las autorice. Precisamente por eso tales gobiernos son llamados de hecho (de facto) y no de derecho (de iure). Actúan sobre la base de suspender o derogar la Constitución del país, asumiendo el dictador las funciones ejecutiva, legislativa y judicial.

Los Estados modernos sometidos a un régimen de dictadura son llamados totalitarios, pues el dictador (ya sea unipersonal, ya pluripersonal) asume todos los poderes, quebrantando la armazón constitucional de la nación y eliminando todos los derechos políticos, así como todas las garantías y libertades individuales, especialmente las de opinión, expresión, reunión, sindicación (como no sea dirigida), de conciencia, etc. Asimismo suprime el hábeas corpus y la acción de amparo. Suprime todos los partidos o sólo admite uno, que es, naturalmente, el del propio dictador. Crea figuras delictivas, por lo general de orden político, muchas veces dándoles efecto retroactivo.

Conviene no confundir la dictadura con la monarquía absoluta de tipo occidental, pues ésta al menos, obedecía a ciertos principios legales o consuetudinarios, e incluso la designación del titular -herencia, elección- respondía a normas preestablecidas, mientras que, en opinión de los más conspicuos tratadistas de Derecho Político, la dictadura representa un sistema basado en la usurpación de las funciones públicas.

Pero, más allá de la teoría, con la que he tratado sucintamente de dejar palmariamente demostrado la equivocada opinión de la Sra. televisiva, no puede soslayarse la connotación y el valor simbólico que encierra la palabra: “dictadura” en nuestra patria.

Para recordar sólo la última dictadura, ya que durante el Siglo XX hubo en Argentina seis golpes de estado. Hubo seis (6) interrupciones violentas de gobiernos elegidos democráticamente en sólo cuarenta y seis (46) años -desde 1930 a 1976- esto es, en promedio, un golpe cívico militar cada siete (7) años y fracción, que impusieron catorce dictadores a los que se denominaba con el nombre de fantasía de Presidentes, ciento cuarenta y cuatro dictadores a los que se denominaba con el nombre de fantasía de Gobernadores y otros miles a los que se denominaba con el nombre de fantasía de Intendentes.

“El 24 de marzo de 1976, las Fuerzas Armadas derrocaron al gobierno constitucional de Isabel Perón. El nuevo gobierno se auto tituló “Proceso de Reorganización Nacional” y sus primeras medidas fueron el establecimiento de la pena de muerte para quienes hirieran o mataran a cualquier integrante de las fuerzas de seguridad, la “limpieza” de la Corte Suprema de Justicia, el allanamiento y la intervención de los sindicatos, la prohibición de toda actividad política, la fuerte censura sobre los medios de comunicación y el reemplazo del Congreso por la Comisión de Asesoramiento Legislativo (CAL).

A poco de andar, sin embargo, quedó en evidencia que las Fuerzas Armadas habían asumido el poder político como representantes de los intereses de los grandes grupos económicos, quienes pusieron en marcha un plan que terminaría por desmantelar el aparato productivo del país.

Las Fuerzas Armadas pusieron todos los resortes del Estado al servicio de una represión sistemática y brutal contra todo lo que arbitrariamente definían como el “enemigo subversivo”. Los crímenes cometidos por los militares son hoy denominados en el derecho internacional como “delito de lesa humanidad”. Treinta mil desaparecidos, 400 niños robados y un país destruido fue el saldo más grave de la ocupación militar.

Las persecuciones, la censura y la desaparición de personas se extendieron a todos los ámbitos de la vida y la educación no fue una excepción. A dos días del golpe, el contraalmirante César Guzzeti, delegado militar ante el Ministerio de Cultura y Educación, designaba uniformados en todas las direcciones nacionales y generales del Ministerio. Todas sus dependencias fueron ocupadas por miembros de las Fuerzas Armadas.

Se trataba de disciplinar al sistema educativo, y erradicar de él los elementos “subversivos”. Así, el Ministerio de Educación publicó un panfleto denominado “Subversión en el ámbito educativo. Conozcamos a nuestro enemigo”, que tenía por objetivo “erradicar la subversión del ámbito educativo y promover la vigencia de los valores de la moral cristiana, de la tradición nacional y de la dignidad de ser argentino”. Por resolución Nº 538 del 27 de octubre de 1977, el folleto debía ser distribuido en todos los establecimientos educativos del país, entre personal docente, administrativos y alumnos. La desaparición forzada de personas fue muy extendida entre docentes, investigadores y estudiantes.

En 1978, al mando del coronel Agustín C. Valladares se llevó a cabo la “Operación Claridad”, como se denominó al espionaje e investigación de funcionarios y personalidades vinculadas con la cultura y la educación. Valladares mantenía reuniones con directivos de los establecimientos educativos a fin de lograr que se cumplieran sus órdenes. Transcribimos a continuación el testimonio de Rubén Cacuzza, quien como rector de una institución educativa, participó en uno de aquellos encuentros:

Fue en 1978 en el salón de actos del Colegio San José de la Capital Federal debajo de una bóveda cubierta de pinturas renacentistas.

Había concurrido como rector apenas electo de un Instituto de la Provincia de Buenos Aires…
A pesar de que el salón estaba a oscuras, por las hendijas de luz del retroproyector se podía ver que el coronel estaba con uniforme de fajina y con anteojos oscuros. En el salón, los rectores y rectoras de la enseñanza privada, en su gran mayoría monjas y sacerdotes, escucharon en silencio al coronel cuando agitando una revista Redacción lanzó improperios contra su director, Hugo Gambini, acusándolo de marxista, subversivo y otras del mismo tenor.
El coronel estaba exasperado.

En una rápida revisión retrospectiva de la historia de las ideas en occidente fustigó a Mao, a Marx y a Freud, al racionalismo iluminista dieciochesco, a Descartes por haber inventado la duda, a Santo Tomás por atreverse a intentar fundar la fe en la razón y se quedó en San Agustín, en el concepto de guerra santa y en el de la guerra justa que enarbolaron los conquistadores españoles para imponer la encomienda y la evangelización. El coronel estaba furioso porque desde la primera reunión en 1977, no había recibido ninguna denuncia a pesar de que había dado no sólo los teléfonos del Ministerio sino los de su domicilio particular.

-¿Quiere decir que ni siquiera sospechan?- espectaba enojado y agregaba:
-Mientras ustedes están en la tranquilidad de sus despachos nosotros hemos matado, estamos matando y seguiremos matando. Estamos de barro y sangre hasta aquí- dijo señalando sus piernas más arriba de su rodilla.
Señaló con el dedo al auditorio silencioso y gritó:
-¡Basta de ombligos flojos!
Pasaron después una serie de acetatos con gráficos pertenecientes al folleto “Conozcamos a nuestro enemigo. Subversión en el ámbito educativo”. Folleto que fue entregado a los presentes.
Y en el cierre hubo un documento filmado sobre las acciones del ejército contra la guerrilla en Tucumán.
Finalmente, toda esa masa comenzó a abandonar el salón en silencio, caminado sin mirarse, hacia la puerta lentamente, concientes del terror en la piel porque en un año no habían denunciado a ningún docente de sus escuelas”.
Fuente: El historiador.

La Sra. Legrand sentó en su mesa, les sonrió y agasajó a los principales responsables de esa sangrienta y genocida dictadura que había asesinado -entre tantos otros miles- a colegas suyos, y sin embrago no fue lo suficientemente valiente -al decir de otro bravo: Leuco- como para expresarles que eran eso: dictadores.

En cambio sí fue valiente para acusar impunemente de dictadora a una Presidenta de los argentinos de la democracia. En plena democracia. Con total libertad.
¡Vaya valentía!