Entre caudillos y conductores ● Martín Díaz

La inclemencia de los tiempos políticos que se avecinan es el combustible esencial para el motor del pensamiento y la reflexión sobre la arena en la que ésta dirime su futuro. Por supuesto, avizorando este proceso, podemos afirmar que no se esperan tiempos serenos para el conjunto de los rionegrinos. Por el contrario, propio de toda instancia de renovación, cambio y elección de nuevos rumbos, cada día más se vislumbran tensiones derivadas (como lo ha llamado Bourdieu) del Campo Político.

Si consideramos lo expuesto, vemos que La Política es un elemento que marca el ritmo de nuestras vidas, de lo cotidiano. Una entidad tácita que nos envuelve y que está presente en cada hecho, cada vivencia y cada aspecto de la vida de todo conjunto.

Desde Aristóteles a esta parte hemos comprendido que la política es la realidad misma, es lo fáctico, lo cotidiano. Y esto constituye un sinnúmero de aspectos interrelacionados: ideales, leyes, costumbres. Pero más allá de ello, Aristóteles sostenía que la política es una especie de ciencia práctica en la cual desemboca la ética.

No quiero con esto desilusionar al lector desprevenido, por el contrario pretendo hacer una sencilla analogía con la actualidad y rescatar así el principio esencial y el sentido más práctico de la política que, como expuse párrafos arriba, son los ideales.

Resulta evidente entonces que la política es un valor, un ente rector, ideal y como tal, a pesar de su concepción formal, también es real, al punto que los hechos demuestran su existencia ideal. Esta sustanciación provoca y desencadena la inercia de un círculo virtuoso: ideales – acción. Entonces, evidentemente caemos en la cuenta que La Política es Verbo; ni adverbios, ni sustantivos; Verbo! Es ACCIÓN! Y ese círculo podría transformarse en una entelequia si no fuese por la desafortunada pero necesaria intervención de los hombres.

Varios fueron los exponentes en la historia de la vida política argentina que supieron interpretar la potencialidad de la política y transformarla en acto. El General Perón fue uno de ellos, un hombre simple, proveniente del seno mismo de las masas, situación que le propinó la virtud necesaria para interpelarlas desde la conducción.

Perón comprendió que la política estaba por encima de todas las cosas en la vida de los hombres. Entendió ese círculo virtuoso “ideales – acción” cuando sentenció “mejor que decir es hacer, mejor que prometer es realizar”

Si de realizar se trata, Juan D. Perón fue quien demostró que la política se basa en hechos, educando con las palabras y predicando con el ejemplo. Aníbal Fernández en su libro “Conducción política, así hablaba Juan Perón” extracta unas palabras del Manual de Conducción en el que el General relata lo siguiente: “Yo no persuadía a la gente con las palabras, porque las palabras poco persuaden. Yo persuadí a la gente con Hechos y con Ejemplos. Yo les decía: Hay que trabajar. Pero yo le metía desde las cinco de la mañana hasta el otro día a las cinco. Fue así como persuadí a la gente, y cuando estuvo persuadida y tuve el predicamento político necesario, me largué a una acción más grande, porque ya tenía el apoyo. Había obtenido la palanca y empezaba a mover el mundo”[1].

Perón reproducía con hechos lo que vivía como ideales y esa forma de proceder la forjó y contagió mediante la doctrina que sustenta al Movimiento Nacional Justicialista.

Ahora bien, la política de la que hablaba Aristóteles no es distinta a la que planteó Perón. A pesar de haber transcurrido 2300 años es posible sostener que La Política siguen siendo “Ideales” que sustentan “Hechos”, no existe otra receta más creíble y precisa de persuación más que decir y predicar con el ejemplo.

Esta es una humilde invitación para reflexionar sobre la política, los tiempos que vivimos y los hombres que conducen los designios del pueblo, quienes deberían honrarla.

Los peronistas entendemos que la Doctrina Nacional justicialista adoptada por el Pueblo Argentino tiene como finalidad suprema alcanzar la Felicidad del Pueblo y la grandeza de la Nación, mediante la Justicia Social, la Independencia Económica y la Soberanía Política, armonizando los valores materiales con los valores espirituales y los derechos del individuo con los derechos de la sociedad. Los verdaderos dirigentes saben que Dentro de Ello Todo, por Fuera Nada. Con este minúsculo análisis es posible concluir que el pueblo no vota a personas ni a caudillos improvizados, sino a movimientos, reproducciones ideológicas y basamentos políticos, lógicamente “representados por personas”. Porque como diría Perón «el caudillo actúa inorganizadamente y el conductor organiza venciendo al tiempo y perdurando en sus propias creaciones»

A los hombres sin representación polítíca, a los patrones de estancia, a los caudillos sin construcción ideológica, sin pasado y sin futuro, no solo no los vota nadie, ni siquiera los juzga la historia.

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[1] Véase capítulo II, “Características de la conducción moderna”, apartado “1. Tiempo y espacio en la conducción política”, en Juan Perón, Conducción política, Buenos Aires, Ediciones Mundo Peronista, 1952.

Título original: Entre caudillos y conductores. El pueblo no vota a hombres, sino a los movimientos que representan