Lágrimas y no de cocodrilos ● Jorge Castañeda

Al contemplar la situación política que impera en la provincia de Río Negro los compañeros lloran sobre la leche derramada; pero tienen el cuidado que nadie los vea y si lloran lo disimulan muy bien. Pero en política no es bueno esto de “estar llorando desde el orto al ocaso”.

Con lágrimas no se pueden arreglar los desaguisados cometidos ni tampoco recuperar la oportunidad que tres años atrás le concedieron las urnas al ganar las elecciones. Así como le pasó al último rey moro de Granada “no se puede llorar como mujer lo que no se ha sabido defender como hombre”. Y así están las cosas al decir del vals, “entre lágrimas y sonrisas”.

Los justicialistas rionegrinos tienen que entender que todavía falta un año más de gestión y no pueden permitir que el internismo siga siendo el protagonista de sus desatinos. Al socavar la gestión del gobernador están socavando sus propios cimientos, porque este gobierno es responsabilidad exclusiva del Frente para la Victoria y no pueden hacerse los distraídos. Se acabó el juego del Antón Pirulero.

En política hay que tomar decisiones maduras privilegiando el conjunto sobre las individualidades. Hay que dejar de lado las intrigas palaciegas y sin ser “sectarios y excluyentes” abrir el juego a toda la sociedad.
Creen que expulsando dirigentes hacia afuera el negocio les queda solamente a ellos (un pequeño puñado sentado sobre sus votos); pero se equivocan. De persistir con esas actitudes mezquinas serán solamente los propietarios de un quiosquito de pequeñas baratijas.

En la centenaria Unión Cívica Radical también hay lágrimas en los ojos. Se llora porque por primera en vez después de muchos años han vuelto al llano apeándose de las bondades del poder. Se llora porque no han sabido privilegiar un proyecto superador donde nuevos dirigentes aporten una dosis de frescura y de nuevas ideas. Lloran porque están enzarzados en una nueva interna partidaria con acusaciones entre los sectores y porque soslayan el trabajo de los intendentes que son los únicos que mediante sus gestiones ordenadas están sosteniendo la imagen del Partido. Lloran cuando acusan a éstos que son rehenes del Gobernador porque no entienden que la actividad partidaria va por un carril y la institucional por el otro. No entienden que gobernar es consensuar, es privilegiar el bienestar de la sociedad sobre los propios intereses personales. Lloran al igual que los peronistas porque cada vez hay más gente cansada de sus desatinos y que se enrolan en otras fuerzas políticas, ya sea con anclaje nacional como Sergio Massa o Mauricio Macri o en el proyecto emergente de la actual senadora Magdalena Odarda, que si hace bien las cosas tal vez coseche las brevas maduras.

La política es dinámica y exige conductores que al decir de Perón saquen el bastón de Mariscal de la mochila y entiendan con lucidez lo que la ciudadanía quiere. Hay que dejar las recetas de la vieja política y actualizarse a una nueva realidad que los ha pasado por arriba. Tienen que dejar de llorar por las oportunidades perdidas y poner cara al futuro con un proyecto integrador.

Quién entiende esta dinámica y aprovecha la situación es sin duda el gobernador Weretilnek. No pierde el tiempo llorando por los rincones sino que recorre la provincia llegando hasta los últimos parajes y trabaja en forma incansable y astuta para el objetivo electoral del 2015: ganar las elecciones. Demuestra una vocación por el poder y eso en política es un motor que arrastra y tracciona.

Los partidos minoritarios que serán decisivos a la hora de votar esperan como siempre tejer sus alianzas con el que mejor respuesta tengan. Estos tampoco lloran: están expectantes a lo que pueda pasar y como bien se sabe siempre juegan a caballo ganador.

Mientras tanto la ciudadanía rionegrina, apática y descreída los mira. Ya no compran más buzones ni dan cheques en blanco. Ya no son tan tontos de cambiar el voto por favores. Son subestimados y sin embargo ellos tendrán la última palabra. ¡Qué buenos vasallos serían, si tuvieses un buen señor!!

Jorge Castañeda