Memoria de desacatos que hicieron historia ● Enrique Minetti

“Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el templo de la Independencia y de la Libertad”.
Con estas palabras, el Dr. -investido General por urgencia de la Revolución- Manuel Belgrano, ordenó a sus tropas formadas frente a una bandera cosida por la rosarina doña María Catalina Echeverría, jurarle fidelidad.

De esa manera actuó en flagrante “desacato” con la orden de Rivadavia, Secretario del Triunvirato, que lo obligaba a seguir usando la bandera española, no vaya a ser que se enojaran los ingleses, quienes aliados de España, le hicieron saber al Triunvirato que se opondrían a todo intento independentista.

“Ha dispuesto este gobierno que haga pasar como un rasgo de entusiasmo el enarbolamiento de la bandera blanca y celeste, ocultándola disimuladamente y sustituyéndola con la que se le envía, que es la que hasta ahora se usa en esta fortaleza. El gobierno deja a la prudencia de V. S. mismo la reparación de tamaño desorden, pero debe prevenirle que ésta será la última vez que sacrificará hasta tal alto punto los respetos de la autoridad y los intereses de la nación que preside y forma, los que jamás podrán estar en oposición a la uniformidad y orden”.

Conceptos vergonzantes de Rivadavia (a quien ignominiosamente se lo ha honrado con el nombre de la avenida más larga de Latinoamérica): “ocultar disimuladamente” la bandera creada por el hombre que diera todo por la patria y que la hiciera flamear triunfante por incontables campos de batallas libertarias y que lo llevó a decir “La bandera blanca y celeste, Dios sea loado, no ha sido atada jamás al carro triunfal de ningún vencedor de la tierra”. Lo dijo antes de Malvinas, claro está.

“Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón. Paisano mío, hagamos un esfuerzo y dediquémonos únicamente a la destrucción de los enemigos que quieren atacar nuestra libertad. No tengo más pretensiones que la felicidad de la patria. Mi sable jamás se sacará de la vaina por opiniones políticas, como éstas no sean a favor de los españoles y su dependencia”.

Con estas palabras dirigidas a José Gervasio Artigas en carta fechada en 13 de marzo de 1816, José de San Martín le hace saber su “desacato” a obedecer las órdenes del Directorio que le ordenaba combatirlo.

Años más tarde, a raíz de la Constitución unitaria y centralista, sancionada por el Congreso en 1819, el Director Supremo José Rondeau, temeroso de que la rebelión desatada entre los Federales indignados, concluyera con una merecida invasión a Buenos Aires, decidió pedir socorro al Ejército de los Andes, al mando del Gral. San Martín, quien por entonces se encontraba en una tarea mucho más noble y patriótica que culminó sellando la independencia de esta parte de la América, de la Patria Grande.

El libertador volvió a “desacatarse” completamente negándose a “derramar sangre de hermanos”, contribuyendo así a que en Cepeda, el 1º de febrero de 1820, el ataque totalmente exitoso de los federales hiciera caer el régimen impopular del Directorio.

“Yo os digo con el profundo sentimiento que causa la perspectiva de vuestras desgracias: vosotros me habéis acriminado aun de no haber contribuido a aumentarlas, porque éste habría sido el resultado, si yo hubiese tomado parte activa en la guerra contra los federalistas (…). En tal caso era preciso renunciar a la empresa de libertar el Perú, y suponiendo que la de las armas me hubiera sido favorable en la guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos. No, el General San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas, y sólo desenvainará la espada contra los enemigos de la independencia de Sud América (…) voy a dar la última respuesta a mis calumniadores; yo no puedo hacer más que comprometer mi existencia y mi honor por la causa de mi país, y sea cual fuere mi suerte en la campaña del Perú, probaré que desde que volví a mi patria, su independencia ha sido el único pensamiento que me ha ocupado y que no he tenido más ambición que la de merecer el odio de los ingratos y el aprecio de los hombres virtuosos”. Proclama a las Provincias del Río de la Plata, Valparaíso, 22 de julio de 1820.

“El partido actual (unitario) no me perdonará jamás mi negativa a sacrificar la división que estaba en Mendoza a sus miras particulares, pero ni usted ni yo, mi buen amigo, no esperamos recompensas de nuestras fatigas y desvelos y sí sólo enemigos. Cuando no existamos, nos harán justicia”. En estos términos, perfectamente aplicables en la actualidad, San Martín le escribe a O´Higgins.

Antes de Belgrano y de San Martín hubo muchos otros “desacatos” en el marco de la heroica resistencia de los pueblos que habitaban estas tierras de América que guardaba en sus entrañas la desventura de ser rica, sobre todo en oro, fin último de la barbarie y el genocidio desatado por Colón y sus secuaces. El oro del que se apoderaron los llamados conquistadores fue exclusivamente producto de robos, botines, saqueos, reducción a esclavitud, muerte, etc., sostiene el historiador Carlo Cipolla.
Frente a la brutalidad de los invasores, los pobladores originarios que vivían en paz y en abundancia en sus legítimas tierras, sanos y limpios hasta que el español les contagió sus pestes europeas, resistieron.

“Son la mejor gente del mundo y sobre todo la más amable, no conocen el mal -nunca matan ni roban-, aman a sus vecinos como a ellos mismos y tienen la manera más dulce de hablar del mundo, siempre riendo. Sería buenos sirvientes, con cincuenta hombres podríamos dominarlos y obligarlos a hacer lo que quisiéramos”. Escribió el propio Almirante. Lástima que ha pesar del reconocimiento de tamaña bondad, ordenó -entre tantas otras salvajadas- cortarle las manos a los que no consiguiera una pepita de oro. Infame método para conseguir oro para exportación.

El Cacique Canoabó y su mujer Anacona se “desacató” resistiendo durante dos años hasta que fue traicionado por el español Alonso de Ojeda.

Moctezuma II, Atahualpa, los Charrúas, los Caciques Siripo y Marangoré, los Querandíes, Manco Inca (hermano de Atahualpa), Quizo Yupanqui y Cusi Rimac, Sayri Túpac (hijo de Manco) y su hermanastro Titu Cursi, incurrieron en “desacato” manteniendo en jaque a los invasores desde 1531 hasta 1571 cuando muere Titu Cursi nombrando sucesor a Túpac Amaru, hijo legítimo de Manco Inca quien sería decapitado por los españoles.

En 1740 nace José Gabriel Condorcanqui Noguera, el ilustre “desacatado”, descendiente en quinta generación del último Inca: Túpac Amaru, de quien toma el nombre con el que se lo conoce comúnmente.

Inició y llevó adelante la más extraordinaria insurrección contra los invasores españoles que sojuzgaron estas tierras durante casi tres siglos hasta que en 1781 es salvajamente asesinado, descuartizado, desmembrado su cuerpo y repartido entre las regiones, al igual que los cuerpos de su mujer y su familia. Todo, en nombre de la civilización occidental y cristiana.

Piénsese que esto sucede apenas treinta años antes de la Revolución de Mayo. No es casual, entonces, que algunos patriotas propusieran la Monarquía como forma de gobierno, encabezada por un descendiente los Incas y se inspiraran en sus luchas.

Frente a tan honorable exaltación del “desacato”, algunas voces actuales, agitadas desde la prensa hegemónica, postulan que nos comportemos como mansas ovejitas frente a la agresión externa, encarnada hoy por el Juez estadounidense Thomas P Griesa. Actúan como si no fueran argentinos. Llegando al paroxismo, algunos soberbios y porteñísimos comunicadores que otrora fueron tenaces críticos de los fondos buitres, de viajar al corazón del imperio para entrevistar y luego difundir y re difundir por todos los medios concentrados propiedad de sus jefes, a los abogados de Paul Singer y demás aves rapaces que hoy intentan hacer caer la más exitosa reestructuración de la deuda externa soberana de que se tenga memoria, para mostrar lo bueno que son. Y todo sin ponerse colorado. Sin-vergüenza.

Conducta sólo equiparable con haber entrevistado al Comandante de las fuerzas británicas de ocupación, en plena guerra de Malvinas, para preguntarle y luego difundir, que ellos tienen razón, la nobleza de sus propósitos, la legalidad de la usurpación y también de cómo van a matar a nuestros heroicos soldaditos.

ENRIQUE MINETTI