Dime cómo nombras a tus cosas y te diré quién eres • Enrique Minetti

Días atrás, tuve el gusto de visitar la 40ª edición de la Feria Internacional del Libro y de asistir al homenaje brindado al enorme Juan Gelman recientemente fallecido, por parte de los poetas Rodolfo Alonso, Jorge Boccanera, Daniel Freidemberg y el francés Jacques Ancet, como así también a la presentación del libro “Jauretche. Biografía de un argentino” por parte de su autor, el prestigioso historiador Norberto Galasso.

Caminando por sus pasillos, disfrutando de esa fenomenal muestra de la literatura y la cultura argentina, me encuentro frente a uno de los Pabellones de la Rural -recordemos que en sus instalaciones se lleva a cabo la Feria- que lleva por nombre, impreso en letras tan grandes como para que sea imposible no verlo: “José Alfredo Martínez de Hoz”.

Me costó salir del asombro. Pensé cómo era posible que hoy, luego de más de treinta años de recuperada la democracia, algo en la Argentina llevara semejante nombre.

La imposición de ese nombre y apellido fue hecha en tributo al padre homónimo de quien fuera Ministro de Economía, ideólogo, impulsor y ejecutor de la infausta dictadura cívico militar de 1976.

José Alfredo Martínez de Hoz (p) fue un estanciero que usufructuó las tierras patagónicas y pampeanas que su familia había recibido de Julio Argentino Roca como premio a su participación en la llamada Campaña del Desierto para la cría de ganado bovino. Entre 1946 y 1950 presidió la Sociedad Rural Argentina. En su homenaje lleva su nombre el referido predio en la sede de la Sociedad Rural.

Otro miembro de la familia, José Toribio Martínez de Hoz fue uno de los socios fundadores y primer presidente de la presente Sociedad Rural Argentina desde 1866 hasta 1870. Antes había liquidado a la vieja SRA, fundada y disuelta por su padre, Narciso, sobrino y heredero del primer José Martínez de Hoz, que inició la zaga de la Familia Martínez de Hoz. Perteneció al sector de los comerciantes del Virreinato que trabajaban con mercaderías importadas introducidas de contrabando, al comercio de esclavos negros, y se oponía a la instauración del libre comercio, apoyando en cambio que España fuese el único país facultado a comerciar legalmente con Buenos Aires.

Como senador nacional por Buenos Aires y miembro de la Convención Nacional que produjo la Reforma de 1860 a la Constitución de la Nación Argentina, José Toribio fue un entusiasta de la “Conquista del Desierto”, que a diferencia de la Campaña de Rosas al Desierto –ejecutada por Juan Manuel de Rosas y financiada por su padre, entre otros estancieros-, no sólo pretendía repeler a los malones de los indios sino que tenía como objetivo eliminar al indio.

Las batallas contra el cacique Calfucurá y su Gran Confederación de las Salinas Grandes se extendieron desde 1855 hasta 1872. En ese lapso, Martínez de Hoz, al frente de las distintas versiones de la Sociedad Rural, recaudó y aportó fondos frescos para la conquista que emprendió el general Julio Argentino Roca.

Los Martínez de Hoz, los Stegman, los Olivera, los Madero y los Casares, entre otras familias fundadoras de la SRA, fueron las beneficiarias directas de la expansión territorial. Por sus “aportes patrióticos” a la Conquista del Desierto, fueron retribuidos por el estado argentino con millones de hectáreas a lo largo y ancho del país. Fue el comienzo de un país gobernado por las estirpes agropecuarias que, bajo la consigna lograda de una “Argentina granero del mundo”, creó una rica burguesía del sector primario, que postergó el arribo de la segunda revolución industrial y que sujetó la economía nacional a los vaivenes de los precios de los cereales y de las carnes en el mercado internacional.

Veamos cómo se hizo Roca de las tierras que repartió entre Martinez de Hoz y otros financistas.

La “Campaña” fue financiada previamente por los únicos que estaban en condiciones de invertir algunos miles de pesos en aquellos tiempos de miseria generalizada: los hacendados y comerciantes más acaudalados de Buenos Aires. Mediante la Ley 947, sancionada el 5 de octubre de 1878, se autoriza a emitir 4.000 títulos públicos con un valor nominal de 400 pesos fuertes cada uno. Cada título daba derecho a la propiedad de una legua de tierra, esto es: 2.500 hectáreas en los territorios a conquistarse “previo sometimiento o desalojo de los indios bárbaros de la Pampa, desde el río Quinto y el Diamante hasta los ríos Negro y Neuquén”. Y para que el negocio fuera redondo, otorgaba una renta anual en efectivo del 6% “hasta que se hiciera efectiva la posesión de la propiedad” (estamos hablando del 6% de renta de aquél tiempo, que era la renta usual, antes que la timba financiera la llevara a las descomunales cifras actuales).

Es decir, el ejército ocupó el “desierto” por cuenta de los estancieros extendiendo el latifundio y consolidando el poder militar. En concreto: 391 personas se quedaron con 8.548.817 hectáreas de las mejores tierras del mundo. Entre ellas, el señor cuyo apellido luce orondo en el pabellón de la Rural, quien se quedó con 1.000 leguas. Esto es, nada más ni nada menos que: 2.500.000 hectáreas -casi la misma superficie del área sembrada de trigo en todo el país en 2013/14 (3,4 millones de hs)- así como se lee. Saturnino Unsué se quedó con 500.000 hectáreas en los campos de Guaminí. El señor Luro: 200 leguas sobre el Río Colorado y siguen los nombres conocidos pero sin pabellón, que yo sepa.
Datos extraídos de un diario de la época.

El próximo domingo, la segunda entrega.

ENRIQUE MINETTI