Una visión del Guernica a 77 años del bombardeo alemán ● Jorge Castañeda

El 26 de Abril de 1937 una escuadrilla de bombarderos alemanes atacan la ciudad vasca de Guernica y tres días después Pablo Picasso comienza en París a concebir el más estremecedor manifiesto político del siglo XX, realizado en un poco más de un mes para el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París.
“El Guernica no tiene color. El blanco, el negro y el gris dan dramatismo a una escena ya de por si es desgarradora y opresiva”.
La anécdota relacionada con esta obra es por demás conocida pero conviene traerla a la memoria: “Durante la ocupación nazi de París, el embajador alemán visitó el atelier que Picasso tenía en la Rué des Grands-Augustins, casi enfrente del río Sena. Al contemplar detenidamente una reproducción del Guernica el embajador le preguntó: “¿Eso lo ha hecho usted?”. “No, ustedes”, le contestó parcamente Picasso”.
El escritor español Juan Luis Pla Benito escribió que “el Guernica de Picasso se inicia con la realidad, en la expresividad arrancada de lo más cercano al pintor, de la limitada apariencia de que dispuso el artista. Y es a partir de unos embriones de vida, utilizando el método de inquirir cada expresión, cada emoción, lo que le llevaría a esa capacidad de desvestir a la obra del detalle, lo inexpresivo de él en un todo, forjando a la vez ese paralelismo entre poesía, línea y ritmo”.
El Guernica de Picasso es mucho más que una obra de arte porque lo trasciende ampliamente y se ha incorporado como una de las expresiones más contundentes denunciando los flagelos de la irracionalidad de la guerra.
Picasso crea una angustia, un dolor que no tiene cauce porque en el cuadro “todas las figuras aunque angustiadas palpitan alertas y todos los gestos irrenunciablemente se resisten a sumirse en el fin”.
Se ha señalado que el Guernica no necesita del límite del marco, porque prescinde de él y ese es uno de sus mayores aciertos. “El triángulo central está formado por vértices claves: en el superior hay la cabeza del caballo y la antorcha, en el inferior izquierdo la mano abierta crispándose y en el inferior derecho la planta de un pie”.
En el Guernica se concentra el dolor del hombre, pero también hay una fuerza que rompe en pedazos el tiempo y “esas bocas abiertas: la de la madre con el niño muerto en brazos, la del caballo y la figura con los brazos en alto forman una trilogía insuperable aunándose en un esfuerzo titánico para conseguir la libertad”.
De eso se trata el tema central del Guernica: denunciar la estupidez de la guerra y destacar a pesar de toda la violencia que ella genera el espíritu de toda la creación que aspira a encontrar la libertad. Por eso vemos el elemento usado para matar ya inútil en el símbolo del puñal roto y también “en la cabeza del escorzado caballo y en su presentido relincho un hálito de esperanza surgido de la tragedia general del cuadro. Y la lámpara no es otra cosa que una luz votiva encendida por el deseo del hombre iluminando el caos contenido en el triángulo principal, donde también la antorcha expresa en su vuelo hacia la nada la continuidad y perseverancia de la raza humana a pesar de todos los infortunios y catástrofes que el hombre mismo ha creado sobre la tierra.
Y otra vez citaremos a Juan Luis Pla cuando lucidamente escribe que “en el Guernica se concentra el dolor del hombre, pero en su convencimiento de brevedad surge el límite; ya que rompe en pedazos el tiempo, por cuanto en su porvenir, está el acercamiento al pulso de siempre: indestructible. Y nos da todo el conjunto la sensación de infinitas posibilidades que conducen al conjunto de esos seres hacinados donde el hombre es masacrado por el hombre”.
Han pasado 77 años desde el bombardeo alemán sobre Guernica. Hoy queda el famoso cuadro de Picasso para perpetuar uno de los hechos más bárbaros del siglo pasado y para gritarle al mundo que nunca jamás se repitan atrocidades semejantes.

Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta