Tal vez algun día Arroyo Los Berros… ● Jorge Castañeda

Los pobladores del paraje Arroyo Los Berros, ubicado en la Línea Sur rionegrina en las estribaciones de la meseta de Somuncurá, supieron conocer tiempos infinitamente mejores.

Otra era la historia del lugar cuando el agua de su pequeño arroyo regaba las huertas y el pueblito era un vergel. Ya se sabe que desde siempre en la historia de la humanidad el agua es vida. Corre por las acequias, riega los sembrados, irriga las arboledas y transforma hasta los polvorientos eriales en verdaderos oasis. Eso era la comunidad de Arroyo Los Berros. Un oasis en medio del desierto patagónico.

Los vecinos, pequeños productores laneros en su generalidad, vivían con cierta holgura. Tenían buenos vehículos y hasta podían enviar a sus hijos a estudiar en las ciudades.

Allí, en uno de mis viajes por la zona, conocí a don Manuel Cayul, el lonco de la comunidad mapuche de Los Berros. Hombre cabal y preocupado siempre por la realidad de su lugar en el mundo. Me sabía contar de los esfuerzos por una vida más digna y de los proyectos para que el desarrollo y el progreso llegaran también a ese rincón perdido de la Patagonia.

La vida parecía transcurrir con menos urgencia que en las ciudades y siempre había tiempo para el apretón de manos, para la hospitalidad de puertas abiertas donde el mate y las tortas fritas alegraban el alma de los visitantes. Y casi siempre algún cordero al asador mientras el rasgueo de la guitarra en las manos de algún trovador local cuya voz enhebraba en décimas la vida tranquila del hombre de campo y sus faenas.

Pero la vida misma tiene sus cosas. Si bien el refrán dice que no hay mal que dure cien años la buena fortuna tampoco dura para siempre. Así fue y será la existencia de los hombres sobre la tierra.

Y hay acontecimientos que ninguna fecha infausta recuerda pero que de un solo golpe cambia para siempre la vida de pueblos y personas.

Por decisiones siempre ajenas a los lugareños un buen día se comenzó la construcción de un acueducto para llevar agua desde Los Berros hasta la ciudad minera de Sierra Grande.
Nadie consideró el perjuicio y el daño que dicha medida ocasionaría a los vecinos. Todos sabían que se condenaría a muerte al paraje pero nadie dijo nada. Tal vez haya sido sólo una razón numérica, pero ya se sabe que en estos tiempos impiadosos solo prevalece en quienes toman las grandes decisiones un sentido economicista y las razones de los marginados y excluidos no cuentan para nada porque no dejan dividendos ni votos.

Y lo que era un oasis al perder el agua del cauce del arroyo que lo irrigaba dejó de serlo. El arbolado perdió su verdor, las quintas quedaron ociosas y los frutales a secarse.

Y luego una de las sequías más prolongadas e impiadosas solo trajo aparejado infortunios mayores.
Y así muchos vecinos bajaron los brazos y los jóvenes se fueron del lugar. ¡Qué difícil es vivir en estas regiones olvidadas de la mano de Dios! ¡Cuántos contratiempos hay que soportar!
Pasados los años Arroyo Los Berros nunca fue el mismo. Varios vecinos emigraron, don Manuel Cayul partió para siempre como no queriendo ver tanta desazón.

En estos días ha sido noticia debido a las intensas lluvias que asolaron el paraje. Aislado, con viviendas derribadas y evacuados. La naturaleza también sabe ser implacable y parece poner a prueba el carácter de su gente.

El acueducto ha sufrido también las consecuencias del aluvión y ha quedado fuera de servicio privando de agua a Sierra Grande.

¿Servirá esta experiencia para que los políticos tomen decisiones acertadas y no vuelvan a poner la bandera de remate a una localidad? ¿Para que comiencen a pensar en grande?

Tal vez algún día Arroyo Los Berros como muchos otros parajes patagónicos recupere sus momentos de esplendor. Tal vez sea noticia por las cosas buenas que también pasan. Tal vez algún día vengan tiempos mejores.

Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta