¿De qué se quejan? • Jorge Cerutti

En la segunda mitad de la década de 1950, uno más en los tantos períodos negros para la democracia argentina, fué que comenzó a acuñarse el término “gorila”.

Período anticipado ya por el bombardeo sobre la plaza de Mayo y agravado con la llegada de la revolución fusiladora de 1955, que vino a dar continuidad a la triste seguidilla de sangrientos golpes cívico militares.

Como lo plasmara crudamente Miguel Bonasso: “los futuros rebeldes, que teníamos entre
siete y quince años aquel 16 de junio, quedamos marcados para siempre por las balas trazadoras, por el trolebus incendiado, por los cuerpos mutilados que formaron largas filas sobre el pavimento, bajo la llovizna y la metralla. Supimos desde entonces, antes de poder teorizarlo, que los dueños del país matarían todas las veces que fuera necesario para preservar la tasa de ganancia”.

En ese contexto histórico fué que la palabra “gorila” quedó para siempre asociada con quienes no querían el bienestar popular, las reivindicaciones obreras, los derechos universales, los gobiernos que lucharan por las causas que el pueblo demandaba, las juventudes militantes, la movilidad social ascendente, la educación pública y gratuita y la concientización política de todos los actores sociales.

Y quedó, en cambio, asociada con quienes si pregonaban el voto calificado, los derechos de la elites, el desprecio por los pobres, la beneficencia degradante, los salarios de hambre, los gobiernos débiles con los poderosos pero implacablemente fuertes con los desposeídos y que siempre se negaron a entender aquello de “donde hay una necesidad, hay un derecho”.

La cultura popular, entendida como esa consciencia social adquirida y transmitida a través de varias generaciones, identifica claramente los pensamientos y los dichos “gorilas”, sin necesidad de argumentos complicados ni manuales interpretativos.

Sin importar para nada el lugar que se ocupe, o la identidad que se pregone, cuando se tiene un pensamiento “gorila” y se lo expresa, queda tan explícito como la luz del día.

Recientemente tuvimos algunos ejemplos más que ilustrativos al respecto, que llegaron desde sectores que serían impensados para este tipo de expresiones.

“¿Cómo van a hacer paro, si ganan $22.000 por mes?” “¿De qué se quejan?”

“Hay que reconocer a quienes siempre estuvieron del lado de los pobres y no debe asustar la ayuda”.

Claros ejemplos de quienes piensan que hay que igualar hacia abajo, demostrando la creencia que un sueldo digno debería fulminar cualquier otro reclamo legítimo.

O que recibir beneficencia es el único merecimiento al que pueden aspirar los sectores más desprotegidos y que, los que se quejan de ese asistencialismo, son los que no quieren al “pobrerío”.

Lo más grave es que, con el interés de aparecer siendo fieles escuderos de situaciones indefendibles, estas expresiones surgen de quienes dicen militar en el campo nacional y popular, invocando – incluso con desparpajo – la justicia social.

Está bien atender las necesidades inmediatas porque las carencias no esperan, ni saben de momentos políticos. Pero si esas fueran las únicas medidas a lo largo del tiempo, ya se entra más en la complicidad con las causas que con las soluciones definitivas.

Jorge Cerutti
Presidente

UNIDOS POR RÍO NEGRO