Alfonsín. Su mensaje democrático latente • Miguel Ángel Cardella

Pertenezco a la generación a la que Raúl Alfonsín le abrió las puertas de la democracia y de la política, de la militancia por convicción y sentimiento y no por los cargos a repartir. Fue quien estableció una síntesis entre el ideario radical de la reparación con el liberalismo político clásico y la justicia de la socialdemocracia.
Este 31 de marzo se cumplen cinco años del comienzo de su último viaje de campaña.
Este político, como ningún otro, vivió y sintió la grandeza de alcanzar los logros que soñó para su país y también sufrió la denostación de los ciudadanos y afiliados de su partido, pero en cada una de esas etapas estuvo de pie y mirando a los ojos a cada uno que cruzó en su camino de militancia bajo la consigna de hacer política participativa bregando por la dignidad, la vida y la paz.
Jamás en su discurso propuso antagonismos para dividir a los argentinos, no fue intolerante, no hizo desprecios, jamás empuñó un arma para imponer una idea, siempre utilizó la vía democrática de las urnas, de la palabra, de convencer y de persuadir.
Hoy la historia lo reivindica y le otorga el mejor de los títulos honorarios, ser el padre de esta novel democracia nacida el 30 de octubre de 1983, sin duda alguna su prédica es la base de nuestra democracia.
La democracia para Alfonsín además del voto popular es también libertad de opinión, es debate, es reunión, es ser escuchado y tenido en cuenta, es estar a favor y también de poder pronunciarse en contra de algo, es poder disentir y hacerlo público, porque la democracia es cosa de todos los días. La democracia es la diferencia entre la vida y la muerte.
El Presidente Alfonsín en cualquier tribuna comenzaba su presentación con un “nosotros” o “entre todos”, lo que significaba la convocatoria a la participación, a la responsabilidad del camino del bienestar general. Y ese mensaje tuvo como epicentro la persona, la mujer y el hombre, su libertad y su dignidad (hoy sólo se habla de la necesidad de que el Estado lo haga todo, aunque lo haga mal).
Tampoco caben dudas de que la Presidencia de Alfonsín es la mejor etapa de nuestra democracia. Es el período dónde más debate político hubo, pregonado institucionalmente desde la máxima autoridad del país. El Congreso Pedagógico Nacional y la discusión de la deuda externa en el Congreso de la Nación son ejemplos de ello.
Desde el gobierno de Alfonsín se cimentaron las políticas internacionales de la región. El efecto dominó sobre los países vecinos de que la salida democrática era el mejor sistema político y un paso a la vida que contagió a Chile, Uruguay y Brasil. Fue en su presidencia que se planteo la asimetría de la relación entre los poderosos países del norte sobre los del sur. Fue el Presidente de la República que en los jardines de la Casa Blanca retrucó el discurso belicista de Ronald Reagan. Fue el demócrata por excelencia que sostuvo la paz a raja tabla a través del referéndum por el acuerdo del Beagle sellando así la pacificación con Chile. Desde ese mismo eje político llevó adelante la integración regional con Brasil y Uruguay. Completó a Latinoamérica de democracia a través del Grupo Contadora. Fue el Presidente que participó de la Conferencia de Desarme junto a Indira Gandhi y Olof Palme. Fue quien planteó al Brasil acuerdos complementarios de comercio para dar paso al Mercosur. Así la Argentina alcanzó un reconocimiento extraordinario en la política internacional que no se volvió a repetir.
Como medidas reparadoras para quienes no sabían leer y escribir y para combatir la desnutrición infantil se crearon el Plan Nacional de Alfabetización que redujo en la mitad los niveles de ignorancia y el Programa Alimentario Nacional que fue una caja de alimentos de 14 kilogramos que cada mes llegaba en forma directa a sus beneficiaros y también fue un apoyo social. Sobre el eje de la igualdad y el género se dictó la ley del divorcio vincular y la ley de patria potestad (que el gobierno de Isabel Perón había vetado), igualdad en la fijación del domicilio conyugal, la pérdida de la obligación de llevar el apellido del marido porque nadie tiene dueño, nadie es «de» nadie; la igualdad de la concubina en los alcances previsionales y de obra social. Sin estas bases hoy sería imposible hablar de derechos reproductivos o de matrimonio igualitario.
Raúl Alfonsín es el único político que desde 1983 a la fecha propuso la modernización de los partidos políticos. Desde su discurso en Parque Norte le planteó a la Unión Cívica Radical su renovación desde la ética de la solidaridad, la modernización y la democracia participativa. Ningún otro partido político llevó adelante una revisión así de sus pilares filosóficos. El respeto a los otros partidos políticos también lo expresó en hablar con sus autoridades para fortalecer el diálogo institucional y encontrar salidas a los problemas estructuras del país, en lugar de captar a sus dirigentes.
Hoy sólo existen el personalismo, propuestas individuales, publicidad de imágenes que, vaya paradoja, sólo dan más poder a las corporaciones e intereses que supuestamente se combaten.
La entrega anticipada del poder en 1989, la legislación conocida como obediencia debida y punto final (ante la ausencia de compromiso de los fiscales y jueces federales), el Pacto de Olivos, que tanta criticas le valieron en vida a Alfonsín, hoy se estudian como decisiones tomadas bajo la responsabilidad del Estadista, de no jaquear la primaria institucionalidad democrática, de evitar el riesgo de las mesiánicas avanzadas militares con intento de golpe de estado (recordemos que el justicialismo no quiso integrar la Conadep y no propuso anular la ley de auto amnistía de Bignone) y un proyecto económico ambicioso de poder conocido como menemato, que apuntaba a una reforma constitucional autoritaria, vacía de instituciones y la abolición de la prohibición reeleccionista para consumar un hegemonismo populista.
Como fundador de la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos hizo ejemplo y en su primer día de gestión creó la comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (CONADEP), ordenó el enjuiciamiento de las juntas militares de la dictadura y de los responsables de las organizaciones guerrilleras y se detuvo a López Rega fundador de la criminal Triple A, responsable de cientos de muertes entre los años 1973 a 1976. La política de estado de los Derecho Humanos no comenzó en el país con bajar los cuadros de un par de generales del ejército.
Fue el presidente que dispuso la reorganización de las Universidades Nacionales según sus propios estatutos inspirados en la reforma de 1918 y eliminó la censura en las actividades artísticas.
Existió un proyecto transformador. Existió un estadista. Existió con convicciones, y con el acompañamiento del pueblo progresista que aglutinan la juventud y la mujer. Dejó las bases y cimientos que otras gestiones no pueden ni podrán desgastar, como los datos reseñados y su prédica constante de buscar un denominador común llamado unidad nacional.
Alfonsín fue el único político que le pidió perdón al ciudadano por “las cosas que no supimos, las cosas que no pudimos y las cosas que no quisimos” en su último discurso institucional ante el Congreso de la Nación en 1989.
Su partida aún genera política, su mensaje está latente en los radicales y los ciudadanos que lo acompañaron. Ese mensaje aviva el fuego de la pasión por la política al servicio de la gente y no como un mecanismo para hacer negocios personales. Para eso tenemos que acabar con el auto flagelo por la gestión nacional de 1983 a 1989, no utilizar la descalificación personal como herramienta de la discusión política y divulgar los modelos de gestiones exitosas que podemos mostrar con total orgullo y pasión democrática.
Esa obligación de reivindicar el gobierno de Alfonsín nos pone de pie, sino no habrá ninguna posibilidad de chance en la recuperación partidaria.
La UCR tiene el deber de volver a convertirse en la esperanza de la ciudadanía, a ella debemos volver a enamorarla, con una dirigencia renovada y con propuestas de un gobierno posible, creíble y transparente.

Miguel Cardella
Abogado