De chismosos del barrio a rico y famoso ● Enrique Minetti

Este comportamiento estuvo reservado a personas a las que comúnmente se las califica como “la chismosa o el chismoso del barrio” y su consideración social y moral ha sido siempre negativa, generando un fuerte reproche ético hacia quien lo practica, por parte de los vecinos. Puede sostenerse que esta conducta es -en si misma- disvaliosa. No obstante, hoy, merced a los medios masivos de comunicación, el chisme y su pernicioso ejercicio ha mutado en cuanto a esa consideración de condena y su difusión se ha transformado en una cuasi profesión o modo de vida que otorga “fama” a quien la ejerce resultando, además, una industria altamente lucrativa.

Con anterioridad a la instalación de la explotación del chisme a escala mediática a nadie podría habérsele ocurrido que alguien se ganara la vida ocupándose de hacer pública la vida de los demás.

La palabra chisme proviene del griego flúaros, que significa murmurar, parlotear en contra o andar de persona en persona poniéndolas en contra. Chismoso es quien siembra contienda generando enemistad y operando bajo la naturaleza que acusa, murmura y calumnia.

De acuerdo con un estudio publicado en la revista Science, las personas están programadas para integrar información negativa de una forma más eficiente que aquella que es positiva o neutra. Según el estudio, desde tiempos antiguos los humanos para establecer y mantener relaciones, lo hacían a través del intercambio de jugosas habladurías y chismes.

De acuerdo con la sicóloga Olga María Renville, las personas chismosas buscan mediante este mecanismo llamar la atención de los demás para que manifiesten su interés por ellos, ser escuchados, que les presten la atención necesaria sin importar si es emitiendo conceptos falsos o llevando chismes de un lado a otro.

“Es una distorsión de la conducta que se manifiesta a través de un complejo por el cual alguien tiene la oportunidad de mostrarse y convertirse en una persona importante, porque lleva y trae rumores, sobre todo, cuando la buscan para preguntarle cosas o sencillamente se le escucha activamente. Lo mismo, si la persona tiene complejo de autoestima y tiempo libre, pues se siente con la oportunidad de mostrarse y resaltar su ego”, dijo Renville.

Hoy, el chismoso ha dejado de moverse en el restringido ámbito de su barrio para saltar a reinar en los medios masivos de comunicación desde donde ejerce su nociva tarea.

Recuérdese, en este sentido y sólo como un mero ejemplo de los tantos que se producen todos los días, la noticia publicada hace poco en el diario La Nación de la ciudad de Buenos Aires en la que se afirmaba que el Papa había llamado a sectores representativos de la sociedad argentina a un diálogo urgente debido al ruinoso estado en que se encontraría el país y con el propósito de evitar su disgregación y vaya uno a saber qué otras cosas. Tal la mentira, que el propio Papa tuvo que desmentirla. El metamensaje estaba claro: desprestigiar al gobierno.

Del chisme a la operación política sin escalas.

Dije que la conducta del chismoso es disvaliosa. Veamos, entonces, que se considera un disvalor, para lo cual parece razonable empezar por conceptualizar primero qué es un valor.

A grandes rasgos, el valor es la formación, el comportamiento que se tenga en cada lugar. Lo inculcan -en principio- los padres a sus hijos desde pequeños, un valor depende de cada persona, sus costumbres, etc. Se entiende por valor moral todo aquello que lleve al hombre a defender y crecer en su dignidad de persona. El valor moral conduce al bien moral. Recordemos que bien es aquello que mejora, perfecciona, completa. Por ejemplo, el valor cívico es el respeto que se le tiene al país. El valor religioso es seguir las creencias que dicta cada credo, fe o grupo, tener respeto hacia las creencias de otras personas. El valor escolar es ser buen compañero, buen alumno, respetar las opiniones e individualidades de cada uno. El valor familiar es aquel que consiste en respetar a cada miembro, ayudar, sentirse orgulloso de ella. El valor militar es tener la capacidad y la entrega necesarias para defender a nuestro país y a la gente y hacerlo con honestidad, aún a riesgo de la propia vida. El valor profesional es poner el conocimiento adquirido en beneficio de quien lo necesita, con lealtad, veracidad y absoluta rectitud, honrando fielmente los juramentos dados.

La noción de antivalor está relacionada con el ámbito de la sociedad, de la ética y la moral. El concepto de antivalor es aquel que hace referencia a los valores que pueden ser peligrosos o dañinos para el conjunto de la comunidad. Los antivalores son lo opuesto a los valores tradicionalmente considerados apropiados para la vida en sociedad. Una persona inmoral es aquella que se coloca frente a la tabla de los valores en actitud negativa, para rechazarlos o violarlos. Es lo que llamamos una «persona sin escrúpulos», fría, calculadora, insensible al entorno social.

A través de los mensajes y metamensajes emitidos por los medios masivos de comunicación, particularmente por los que responden a los poderes hegemónicos -a veces subliminarmente, otras en forma brutalmente directa- se nos pretende imponer como Valores los Anti-valores de la utilidad, de la especulación, del escándalo, del desapego a la intimidad y a la privacidad, de la moda, del culto al cuerpo, del poder, de la fama, del dinero, de la violencia, de la impunidad, de la ostentación, de la viveza, de la desidia, del desánimo, del cortar camino para llegar más rápido sin escrúpulos, del lucro desmedido, de la inexistencia de sanción social, en fin, del vale todo. Se nos estimula para que pensemos que la felicidad se puede comprar.

En los medios masivos de comunicación argentinos existen publicaciones y programas destinados a la lucrativa industria del chisme, a exaltar la banalidad, la trivialidad, la vulgaridad, el lujo, la ostentación obscena de riqueza, a contar la vida de “los famosos”, -extraña categoría sobre la cual sería necesario ocuparnos en otra nota- a inventar lucrativos escándalos que, en mi opinión, actúan como distorsionadores de los verdaderos valores que deben imperar en la sociedad y que, desgraciadamente, calan hondo en forma negativa en amplios sectores de la población haciéndoles sentir y creer que esa es la realidad y la meta a la cual ellos deben aspirar.

En el fondo de estos mensajes subyace el propósito de transmitir, para que sea apropiada e incorporada por el receptor, la escala de valores del emisor. Escala de valores que no coincide con la de la inmensa mayoría de los hombres y mujeres del país real.

Existe, según Marcuse, una fuerza engañosa de la sociedad industrial que idolatra el éxito y la eficacia, que convierte todo en mercancía y hace imprescindible lo superfluo.

En alguna de estas publicaciones se destacan a los personajes del año, los que recaen generalmente en bellas modelos, peluqueros, cirujanos plásticos de moda, algún que otro político mimado por el establishment, algún deportista y, en fin, cuanto “famoso” mediático sea seleccionado sin tener en cuenta sus verdaderos “valores”.

Me pregunto: ¿No merecerían destacarse como personajes del año a las esforzadas maestras que educan a nuestros niños en la Línea Sur de Río Negro o en el impenetrable chaqueño. A los mineros de Sierra Grande o de Río Turbio. A los bomberos que dan la vida por el prójimo. A los médicos sacrificados. A las enfermeras. A los viejos que lo dieron todo. A los científicos, a los estudiantes destacados, a los campesinos, a las jóvenes parejas que luchan todos los días por construir su futuro, el de sus hijos y el de la Patria?

Me pregunto. Sólo me pegunto.

ENRIQUE MINETTI