Río Negro, segunda en relevamiento sobre fugas de cárceles

Capital Federal (ADN).- Durante los últimos 12 meses se fugaron de cárceles de todo el país más de 134 presos, de los cuales 57 son de unidades de la provincia de Buenos Aires y 48 de Río Negro, según un propio relevamiento del diario Clarín ante la inexistencia de datos oficiales.

Siguen en las estadísticas Misiones, Jujuy, Tucumán, Chubut, Neuquén, Tierra del Fuego y Santa Fe.

“Pero las fugas no sólo se miden en números. Hubo casos absolutamente llamativos por el ingenio de los presos para escaparse pero también por la impericia del sistema y hasta la complicidad (activa o pasiva) de los guardiacárceles”.

Agrega la nota: Por caso, a la fuga en la Riccheri le siguió el curioso escape de Shiva, recluido en Devoto, a quien le faltaba un año para recibirse de abogado. El 28 de junio, cuatro guardias armados lo llevaron a la facultad, en Recoleta, y se escapó, dejando en ridículo al Servicio Penitenciario Federal. Tres meses después lo agarraron cuando lo delataron para cobrar una recompensa equivocada.

Casi un mes después, el ex mayor Jorge Olivera y del ex teniente primero Gustavo De Marchi, que cumplían en San Juan cadena perpetua y 25 años de cárcel, se fugaron del Hospital Militar Central, en Palermo.

La seguidilla más virulenta de fugas se dio entre el 16 de agosto y el 8 de noviembre, cuando según un relevamiento de Clarín, en 85 días consiguieron evadirse 89 presos. La zaga comenzó cuando Walter Barton, un violador serial condenado a 38 años de prisión, se escapó del penal de Ituzaingó durante una salida transitoria en la que fue a visitar a un familiar: el agente penitenciario que lo acompañó y adujo que lo habían dopado con una empanada fue detenido, acusado de haber facilitado la fuga.

Aunque el punto de inflexión en cuanto a fugas en el año se dio el 19 de agosto cuando un grupo de 13 presos de extrema peligrosidad se fugó del penal de Ezeiza a través de un boquete de 40 por 22 cm hecho en el suelo de la celda 22 del pabellón B. Este caso provocó la renuncia del director del Servicio Penitenciario Federal Víctor Hortel, más el desplazamiento del jefe del penal y de otros 18 guardias.

Otro caso resonante comenzó el 9 de septiembre cuando, con el viejo –y al parecer todavía exitoso– método de limar los barrotes, seis presos lograron fugarse de la comisaría primera de Moreno. Tres días después, un subteniente de la Policía Bonaerense fue detenido, acusado de haberlos dejado huir a cambio del cobro de 5 mil pesos. Uno de los prófugos era Marcelo Leonardo Ameijeira, quien el 14 de noviembre protagonizó una toma de rehenes en Tortuguitas y hoy pasa sus días en el penal de Sierra Chica.

Pero si de ingenio se trata, la fuga de Luis Alberto Aboy merece párrafo aparte. Condenado por un doble crimen, el 18 de septiembre se evadió de la unidad penitenciaria número 11 de Neuquén escondido en un mueble en el horario de visitas. Fue recapturado a los 10 días. También hubo oportunistas, como cuando el 29 de octubre dos presos se fugaron cuando el camión que los trasladaba chocó contra un árbol por esquivar a un perro, a pocas cuadras de la Unidad Penal 9. Luego le robaron la camioneta a un hombre, chocaron y siguieron a pie.

¿Más? El 31 de octubre, por el mismo túnel de 32 metros que una semana atrás había sido descubierto por personal penitenciario, se fugaron 12 reclusos de la Unidad de Ejecución Penal 2 de General Roca de Río Negro. También en esa provincia, a principios de noviembre se dio una fuga que parecía sacada de un película cómica: un preso con la pierna derecha enyesada, usando muletas y golpeado a consecuencia de una pelea, se escapó del Penal N°1 de Viedma. Luego, lo agarraron.

Apenas unos días después pero en Bariloche, cinco presos se fugaron mientras los guardias del Penal 3 estaban de paro. Tras la zaga de escapes en Río Negro, el gobernador Alberto Weretilneck dispuso que los jefes policiales queden a cargo de las unidades penales.

El 5 de noviembre, dos detenidos por robo se escaparon de la Unidad Penal 26 de Olmos, perteneciente al Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB) saltando un alambrado perimetral y luego tomaron un remís hasta Florencio Varela con una amiga que los había idio a visitar al penal. Mientras que el 10 de noviembre, Diego Armando Saromé, de 25 años, se fugó de una cárcel de Río Grande, fue a festejar su cumpleaños en un boliche del centro y luego se entregó.

Un día después pero en Buenos Aires, el represor Alejandro Lawless (66), condenado por delitos de lesa humanidad, se fugó ante la custodia de la Policía de Seguridad Aeroportuaria que lo llevaba a declarar a los Tribunales porteños.

Y lo que fue quizás el corolario de las fugas insólitas sucedió en la madrugada del 3 de diciembre: Fernando Ariel Moreno, detenido en el penal de Devoto, resultó herido de un facazo en una supuesta pelea y sus cómplices lo rescataron mientras era trasladado en ambulancia hacial el hospital.

Fueron más de 50 casos de fugas en todo el país en el año, lo que da un promedio de al menos cuatro por mes. Y, tal vez, para resumir esta problemática que dejó al desnudo las deficiencias del servicio penitenciario bien vale recordar las palabras del procurador penitenciario de la Nación, Francisco Mugnolo: “Que haya intentos de fuga es normal, porque las personas privadas de la libertad aspiran a obtener la libertad. Lo que ocurre es que, más allá de que eso sea propio de la naturaleza humana, hay un sistema, una profesionalidad… Realmente llama la atención que en poco tiempo haya tanta evasión”, decía alarmado antes de sintetizar: “Siempre hay una participación de alguien de adentro que facilita” la fuga.

 

FUENTE: CLARIN