¡Viva Fernando!, y vamos robando ● Jorge Castañeda

“Se acuñó esta heroica sentencia para reprochar los desmanes de los monárquicos adeptos al Borbón Fernando VII (1784-1833). A pesar de haber sido apodado “el deseado” por sus partidarios, seguramente no hubo en España otro rey que fuera tan indeseable como Fernando VII.
Usurpador del trono de su padre mediante argucias y motines, el Borbón vendió a su pueblo y organizó varias invasiones extranjeras, ocupado únicamente en sus vicios y placeres, mintió repetidamente a las Cortes; incapaz de asumir los cambios políticos, persiguió, torturó y condenó a los liberales constitucionalistas e incluso a sus propios partidarios los espiaba, los cesaba o los expatriaba a capricho.

Tal fue el afán por eliminar y perseguir a sus adversarios que los diez años desgraciados que duró su reinado tras la invasión de los Cien mil Hijos de San Luis, fueron llamados “la ominosa década” (1823-1833). “Anda y que se fastidien, por tontos. ¡Yo soy inviolable!”, decía Fernando en su gabinete, tras haber asistido desde la ventana a la matanza de 1822. Además de la expresión que encabeza esta nota hubo muchas otras canciones y letrillas en aquella época de revoluciones y guerras.

Respecto al rey, apareció en el Diario de Madrid, en 1814, un soneto donde se describían las costumbres amorosas de Fernando, que concluía con estos versos: “Fernando, con entrañas paternales, / ha dado en visitar las religiosas”. También por aquellos años se acuñó la ridícula expresión con que, al parecer, el Rey hablaba de sí mismo: “Yo, en mi misma mismidad”.

Los hechos de la historia nos tienen que servir para no repetir los errores del pasado, pero sobre todo para imitar a los grandes hombres que la forjaron, más allá de sus debilidades.
Ante el desarrollo de los acontecimientos de nuestra política doméstica se debería escuchar a los jóvenes que con su hartazgo y apatía están enviando un mensaje a la dirigencia política, que solamente se esfuerza en sobreactuar sus rencillas de pasillo. Peleas e improperios son cosa de todos los días y donde ya no importa quién contra quién. Son como decía Fernando VII “su misma mismidad”.

Mientras la sociedad observa con estupor las contradicciones en sus relatos, el abandono de sus programas de campaña, el cambio de ministros y de funcionarios sin ton ni son, el pasaje de encuadramiento político sin que se les mueva un pelo, la aprobación de proyectos por obediencia partidaria aunque se discrepe con los mismos, las mezquindades de las internas, los posicionamientos políticos siempre pensando en la próxima elección, ellos como el Rey Fernando miran por su ventana, ahítos de los privilegios que les otorgan las prebendas del cargo público.

Como eligieron la “profesión” de políticos se creen con todo derecho a recibir esos privilegios impúdicos en una sociedad democrática: dietas altísimas, vehículos de alta gama, pasajes en avión, viviendas pagas, gastos de representación, viáticos permanentes, doble percepción de haberes y otras yerbas. Como el tristemente Rey Fernando solamente les falta decir que son “inviolables”. Y parece que razón tienen. Pero en realidad no quieren darse cuenta que “los efímeros aletean antes de morir”.

Una vez obtenidos los cargos públicos estos muchachos se convierten en aparceros de sus propios intereses y se olvidan del pueblo que los eligió y de sus promesas. Son pragmáticos. No regresan a sus pueblos, dejan de lado toda autocrítica, se embanderan sin disimulo por donde pasa el poder. No tienen proyectos ni anclajes doctrinarios y marginan desde su espacio de poder a quién los enjuicie o les haga sombra. Y seguramente a los que aún guardan los viejos paradigmas doctrinarios, de los que todavía se preocupan por los destinos del país y de sus instituciones y exhiben una ética sin claudicaciones, les dirán por lo bajo como el desafortunado Borbón: “anda y que se fastidien, por tontos”.

Es que así piensan y obran: quieren tomar por tontos a la mayoría de los integrantes de la sociedad que los mira con asombro y estupor.
Al revés de la frase de Perón “vuelven de cualquier ridículo”, porque son los mismos de hace treinta años, rentados a perpetuidad en el pastaje de los privilegios de su clase. Integran como se supo decir hace algunos años “el sindicato de los viejos políticos”: iguales, adocenados por muebles de forja y transmitiendo el legado a sus familias y a sus hijos.

¿Se puede como el Rey Fernando, mentir impunemente, venderse a los mejores intereses, traicionar sus propias ideas y cambiarse de camiseta según la ocasión?
El tiempo y solo el tiempo lo dirá. ¿Y la ciudadanía? Bien, gracias.

Jorge Castañeda
Escritor – Valcheta