Viedma la ciudad que queremos, sin ruidos ● Enrique Minetti

Cuando comencé a sentir fastidio por la excesiva cantidad de ruidos molestos provenientes, sobre todo, de los escapes abiertos de automóviles y motos que circulan en la ciudad, lo atribuí a una cuestión de acumulación de años y me interrogué: ¿no será que te estás poniendo viejo?. Sin eliminar, en principio, esa posibilidad por una cuestión estrictamente objetiva que surge de la mera observación del almanaque, la fui descartando paulatinamente hasta eliminarla por completo.

Y es que conversando el tema con otras personas, muchas de ellas jóvenes, afirmaban exactamente lo mismo. Un ejemplo: – Nosotros, en la oficina hay momentos en que no podemos ni hablar por los ruidos que vienen de la calle. Comentario que se repite a diario proveniente de vecinos de distintos puntos de la ciudad.

Es sabido el aumento producido en los últimos tiempos en el parque automotor. Es un dato de la realidad fácilmente constatable con sólo circular por nuestras calles. También es real la cantidad de motos que se han incorporado al parque vehicular.

Me apresuro a señalar que -en mi opinión- esto es bueno. Que haya mayor cantidad de gente que tenga acceso a un auto o a una moto nos está indicando que la posibilidad de acceder a tales bienes es mayor en estos tiempos que en tiempos pretéritos. Tal posibilidad puede obedecer a distintos factores: mejor poder adquisitivo, mayor fluidez del circulante, utilización de ahorros que antes se atesoraban en dólares o en pesos merced a la engañosa plata dulce, existencia de planes de pago accesibles y a largo plazo, utilización de medios de pago alternativos como las tarjetas de crédito, posibilidad de acceder a préstamos, etc.

Cualquiera fuera el motivo lo cierto y concreto es que se ha producido una suerte de democratización en la posibilidad de obtención de estos bienes que sin lugar a dudas es beneficiosa toda vez que constituye otra ampliación de derechos a favor de la gente. En muchos casos es la primera vez que un vecino accede a comprar un vehículo.

Ahora bien, obvio resulta que ante tal cambio de la realidad las autoridades deben adecuar las normas y las políticas activas tendientes a que lo que en principio es un progreso para la gente y para la sociedad no se convierta en lo contrario, es decir, un retroceso. Algún vecino memorioso recordará cuando en Viedma había 4 o 5 taxis que cobraban para ir o venir del aeropuerto casi lo mismo que salía el pasaje aéreo a la Capital Federal. Pues bien, hoy en día se cuentan por decenas y no salen tan caros.

Frente a esta problemática el Estado, tanto municipal como provincial, parece estar ausente. Es evidente que las normas que regulan la profusión de ruidos molestos existen. Están reglados la cantidad de decibeles permitidos en autos y motos para circular. Existen los medios técnicos para medirlos. Sólo falta que el Estado se decida a actuar, a cumplir su función que -en este caso- consiste en salvaguardar a los vecinos de la polución sonora, que en algunos casos llega al paroxismo.

Justo es decirlo, al tiempo de escribir esta nota escuché en una emisora local que se había realizado un operativo e incautado varias motos por distintos motivos, entre ellos, el exceso de ruido emitido por el escape. Bien por ello. Pero esta conducta, para dar verdaderos frutos no debe ser espasmódica sino constante y esto no es así.

También parece estar ausente el Estado en todo lo atinente al tránsito vehicular. Podría decirse que se auto regula con los resultados que ello implica. Se desconocen o no se respetan las más elementales reglas. Tales como adelantarse por la izquierda, ceder el paso en las esquinas a quien viene conduciendo por la derecha, respetar los espacios para peatones en los semáforos, etc.. La lista sería interminable. Estacionar hacia atrás habiendo puesto las luces adecuadas para ello en la calle Buenos Aires, por ej., resulta una verdadera odisea o salir del estacionamiento, o pretender entrar en una bocacalle.

Conocido es aquello de que el modo de conducir revela -en cierta medida- el grado de educación de un pueblo. Hace falta más, mucha más educación es cierto, pero lo que no hay, de allí que señalara la ausencia del Estado es: control. Ejercicio del legítimo y legal poder de policía. No basta con el examen que se toma para obtener el carnet de conducir, debe haber una permanente, adecuada y respetuosa docencia del agente municipal y provincial a tal fin. Y, claro está, la sanción para quien no cumpla con las normas estipuladas en beneficio de todos.

La situación del peatón que, en rigor, no es otra cosa que un conductor que anda de a pie, es calamitosa. Les propongo un ejercicio. Una mañana dése un baño de humanidad y en cada esquina que haya una senda peatonal y alguien esperando para cruzar la calle, detenga su vehículo y déjelo pasar. Observará como la persona lo premia con una sonrisa, leerá en sus labios la palabra gracias o le agradecerá mediante un efusivo gesto con su mano. Pruébelo, le hará muy bien, se lo aseguro ¡y con tan poco!. En realidad el peatón no tiene nada que agradecerle, es su derecho, pero le va a agradecer igual. Porque ese, su derecho es violado permanentemente por quienes conducen aplicando per se lisa y llanamente la ley de la selva.

Si mal no recuerdo, el imperativo Kantiano establece algo así como que debemos obrar de tal manera que nuestra conducta pueda ser tomada como modelo de una conducta universal. Si esto fuera así, todo andaría fenómeno, incluido el tema de los ruidos y el del tránsito. Pero nadie es perfecto y nadie o casi nadie cumple con las normas porque sí. Realidad dura pero realidad al fin. Entre otras cosas para ello existe el Derecho.

Pues bien, ese gesto voluntario que le propongo debe transformarse en obligatorio para todos quien conducen sobre cuatro o sobre dos ruedas. Y para que ello sea así debe ser ordenado por un empleado municipal que justo es decir: brillan por su ausencia, o por un agente policial de los que vemos muchas veces en las esquinas o en las calles sin uno saber bien a ciencia cierta qué están haciendo. En muchas ocasiones se los ve hablando distendidamente por sus celulares, o reunidos con otros policías en alegre tertulia. ¿Porqué no asignarles la noble como necesaria tarea de ordenar el tránsito. No es ésa, acaso, una de sus funciones?

Antes que sea demasiado tarde y tengamos que lamentar circunstancias irremediables, es tiempo que el Estado municipal y provincial asuma el rol que le corresponde y haga lo que tiene que hacer.

Queremos una Viedma limpia, es cierto, pero también sin ruidos y con un tránsito humanizado donde nos respetemos entre todos y, fundamentalmente, respetemos al peatón.

ENRIQUE MINETTI