“No hay cambio sin conflicto intersectorial” ● Susana Dieguez

dieguezEn la Argentina actual, los sectores privilegiados y sus voceros hablan el lenguaje de la paz social, aunque sus hechos tienden muchas veces a lo destituyente. Son habituales sus llamados a la concordia, al consenso y demás sinónimos, siempre en supuesta oposición al carácter confrontativo de la Presidenta y sus “secuaces”.

Para reforzar esta idea (Presidenta del conflicto permanente vs. demócratas pacifistas), no tienen problemas en reescribir la historia reciente.

Existen varias fábulas al servicio de esa dicotomía. La primera de ellas, es la de presentar a Néstor Kirchner como un ser inofensivo, conciliador y, por ende, más valorable (sobre todo ahora que ya no está). Esta fábula es planteada por muchos ex kirchneristas, quienes no saben cómo justificar su pasado opuesto a su realidad actual.

Escinden, entonces, a la figura de Néstor de la de Cristina Fernández, cuando es obvio y evidente que ambos formaron parte del mismo proyecto político, el de una Patria autónoma, solidaria, productiva y con justicia social.

Intencionalmente, ahora se olvidan de que los logros de gobierno de la primera presidencia kirchnerista tuvieron una gran oposición de los intereses afectados: la renovación de la Corte Suprema estuvo precedida por un inolvidable apriete de los jueces menemistas; la decisión de sostener el crecimiento (mediante el congelamiento de las tarifas y con la movilidad salarial) sufrió fuertes lobbys por parte de sectores empresariales (incluso el ministro de Economía, Roberto Lavagna era reacio a esas medidas). El fin del default y la extraordinaria quita a la deuda privada también tuvieron muchas resistencias por parte de muchos de los sectores financieros, que apostaron al fracaso de una operatoria que resultó inéditamente exitosa. Aunque hay más, valgan estas medidas como ejemplos.

Desde el 2003, Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner tenían la decisión de modificar la forma de gobernar en este país. Negociando con todos, pero empezando a inclinar la balanza para el lado de quienes siempre salían perdiendo en las décadas previas. El Néstor herbívoro y honorable del que ahora hablan quienes lo defenestraron en vida, siempre supo que no se puede hacer tortillas sin romper huevos, y también supo que la falta de conflicto intersectorial sólo puede testimoniar que nada está cambiando.

Pero, las fábulas no se limitan a la historia de la última década. El extraordinario rol del Estado kirchnerista como impulsor de las luchas de los organismos de Derechos Humanos, ha hecho que continuamente se estén reescribiendo los ’70. Los adalides de la República, en este caso, rescatan siempre al Perón de la última presidencia. En el nudo de la falacia, se lo define como un viejo luchador, cansado y pacificador, que viene a reconciliar a los argentinos después de los años de proscripción del peronismo.

Así, desde su bondad y su sabiduría, se define por oposición a los jóvenes idealistas y violentos de las organizaciones armadas, y su gestión (la de Perón) sería una gestión inofensiva, con poca incidencia en las leyes y en la política, casi una administración del peronismo. Sin embargo, este postulado se ve contrariado por la realidad.

El tercer gobierno de Perón tuvo como protagonista a un Estado profundamente intervencionista (no hay que temer a la palabra). Las leyes 20.535/73 (de política de carnes) y 20.573/73 (de comercialización de granos), ampliaron las facultades de las Juntas de Carnes y Granos.

En el plano de la política financiera, la Ley 20.520/73 transfería todos los depósitos de bancos privados al BCRA, quien disponía el uso y destino de esos fondos; en tanto que la Ley 20.629/73 (impuesto sobre los capitales y el patrimonio neto), gravaba el capital y la riqueza de manera rotunda. La Ley 20.557/73, por poner otro ejemplo, limitaba la remesa de utilidades al exterior por parte de empresas extranjeras, a la vez que prohibía toda inversión foránea en las áreas consideradas vitales para la seguridad nacional: siderurgia, aluminio, industria química, petróleo, servicios públicos, banca y seguros, agricultura, medios de comunicación masiva, publicidad, comercialización y pesca. Y muchísimos más ejemplos para citar.

Por otra parte, la radicalidad de las medidas está demostrada en el hecho de que todas estas normas fueron dejadas sin aplicación entre los años 1976 y 1977.

Como conclusión, podemos decir que el último gobierno de Perón y la década kirchnerista han tenido en común muchas cosas: han tomado medidas profundamente transformadoras, han sido acusados infundadamente de ser “autoritarios”, han sido muy resistidos por las elites económicas y las posturas sectoriales -en defensa o en ataque- fueron radicalizadas. Esto, contrariamente a lo que sostienen los referentes del “gran consenso nacional”, es democracia política en estado puro. La confrontación se da porque se tocan intereses de sectores determinados para favorecer a otros sectores; lo contrario es la paz de los cementerios.

La búsqueda permanente de la redistribución de la riqueza, entonces, es lo que asemeja ambos períodos, sumado a la vehemente oposición por parte de las corporaciones y de las instituciones con un fuerte peso histórico; pero además, el involucramiento del ciudadano en lo que hace a la política, al interés sobre la cosa pública, en los beneficios propios y ajenos, individuales y colectivos, sencillamente porque se ve favorecido en su cotidiano o perjudicado en su propiedad privada, y estos cambio de la economía social repercuten siempre en la vida económica-cultural, y una vez recuperado ciertos derechos es muy difícil volver atrás.

 

Legisladora Susana Dieguez