Desde lo alto del poder hay límites que no se notan ● Pedro Casariego

La tradición historia con una poderosa influencia de la mitología nos enseña que Roma fue fundada por dos gemelos oriundos de Alba Longa, que abandonados a su suerte por el tirano del lugar en el Río Tiber fueron salvados por una piadosa loba.
Lo cierto es que Rómulo y Remo fundaron la ciudad que luego dominaría el mundo mediterráneo y europeo, extendiendo sus fronteras en tres continentes. Los primeros pasos políticos fueron durante la época monárquica, que tuvo siete reyes, casi todos provenientes de distintas etnias, como sabinos y etruscos.
Conforme se nos cuenta la monarquía romana no era tan absoluta como las de otras civilizaciones, posiblemente porque a sus Rex no se les asignaba carácter divino y antes de su elección pasaban por un tamiz en el que intervenía el Senado, dominado totalmente por el patriciado.
En esa época crecieron los cimientos de la cultura, la religión, la economía y el poderío militar de lo que fuera luego el imperio.
Sin embargo, su último rey, Tarquino el Soberbio, que había llegado al trono conspirando y asesinando a su antecesor y suegro, llevó adelante una política de opresión desmedida que lentamente generó una resistencia que finalizó con su destitución y exilio.
En el 509 antes de nuestra era cristiana, se instauró la República Romana, designando como primeros Cónsules a los cabecillas del derrocamiento de Tarquino, o sea, Lucio Junio Bruto y Lucio Tarquino Colatino.
El patriciado, que dominaba la política de la ciudad estado en ese entonces, preocupado por la opresión que le había impuesto el absolutismo monárquico, percibió que era conveniente evitar hacia el futuro que se repitieran los hechos de absolutismo cruel y sobretodo la perpetuación en el poder.
Por eso, el gobierno de la Roma Republicana, que anteponía el estricto cumplimiento de la ley a cualquier otra especulación política, quedaba bajo el mando de dos Cónsules que conjunta y simultáneamente dirigían la cosa pública. Bajo ellos existían otras magistraturas inferiores que colaboraban en la administración y en la justicia.
Los consulados tenían dos particularidades que vale la pena poner de manifiesto: la primera que duraban ambos un año y la segunda que las decisiones que se tomaban debían ser conjuntas y acordadas, ya que la negativa de uno impedía la validez de los actos del otro.
Celosa de los excesos políticos que se pudieran cometer, la república quiso defender y proteger lo civil e institucional del impresionante poder que tenía el Ejercito Romano, por lo que impuso una frontera que impedía que un general en armas la traspasara.
Ese límite lo señalaba facticamente el Río Rubicón, un modesto curso de agua que obviamente resultaba mas simbólico que material, ya que podía ser traspasado en varios lugares sin esfuerzo alguno.
Al norte de esa frontera se situaba la Provincia de Galia Cisalpina, que estaba bajo el control de su conquistador, el gran militar y político Cayo Julio Cesar.
Este glamoroso patricio, que ya había ocupado casi todos los cargos que la República ofrecía, tenía con el Senado una relación insostenible. Llevado por su ambición se plantó con sus legiones en la margen norte del Río Rubicón, meditó íntimamente un instante, le preguntó a sus soldados si estaban dispuestos a seguirlo y dio la orden de avanzar hacia la ciudad de Roma, de avanzar hacia la república, violando la ley suprema que impedía a un general en armas pasar la frontera.
Se trataba de una ley que tenía por objeto la protección interna de la República.
Entre el 11 y 12 de enero del año 49 a.c., según explica la historia, dicho general, violando la ley, ordenó avanzar a las legiones que estaban a su espalda, exclamando la frase “la suerte está echada”.
Dio comienzo la Guerra Civil, que independientemente del triunfo de Cesar, tuvo tres consecuencias que hoy nos deben obligar a meditar: Julio Cesar fue asesinado en las escalinatas del Foro, se derramó sangre entre hermanos lo que significó un drama social y finalmente se instauró el Imperio y evaporando la República tan respetada.
Cayo Julio Cesar Augusto, conocido simplemente como Augusto, sobrino e hijo adoptivo de Cesar, fue el Primer Emperador, relegando al Senado y demás magistraturas a funciones simbólicas.
Mucho mas adelante, en el año 476 el jefe germánico Odoacro, destituyó al Emperador Romulo Augustulo, invadiendo la ciudad, sometiendo a su población y degradándola ante las impiadosas hordas invasoras.
Así se producía la caía del Imperio Romano de Occidente, que en realidad ya había sucumbido lentamente por la corrupción y envilecimiento de su dirigencia. La invasión fue producto de su constante e imparable declinación.
La enseñanza que nos muestra la historia posterior es que han existido gran cantidad de políticos poderosos que en su memento que cruzaron el Río Rubicón, que en definitiva se trataba de un modesto curso de agua, que desde la altura del poder no era mas que una imperceptible línea que casi no se notaba.
En la Argentina, producto de la soberbia del poder efímero, hay sobrados ejemplos de personajes que cruzaron el Rubicón, casi sin percibir que lo estaban haciendo, ya que desde la cima representaba un obstáculo aparentemente pequeño. Los resultados de tal decisión fueron negativos y la ciudadanía fue quién sufrió moral y materialmente.
Será de esperar que las expresiones “la suerte está echada” y “vamos por todo” no resulten iguales.
Pedro Casariego