Un desafío con visión de futuro ● María José Bongiorno

Cada vez que alguna iniciativa altera los intereses de ciertas corporaciones, éstas suelen sembrar fantasmas, demonizarla y estigmatizarla. Apenas se sugiere la posibilidad de una reforma constitucional que, entre otras cuestiones, incluya la posibilidad de la reelección de la actual presidenta de la Nación, reaparecen agoreros, del mismo modo que ocurrió con la nacionalización de los fondos jubilatorios, la estatización de Aerolíneas Argentinas y la expropiación de YPF, por tomar sólo ejemplos. No hay argumentos. Solo vaticinios y sombríos pronósticos.

Sin embargo, me parece que tenemos que poner las cosas en su lugar, alejándonos de pasiones y defendiendo nuestras ideas en base a convicciones firmes y argumentos sólidos. Deseo, al respecto, reflexionar acerca de los motivos por los cuales me inclinaría, en el supuesto de discutirse, por una eventual reforma constitucional en la dirección aludida.

La continuidad de este modelo de Nación iniciado en 2003 amerita una reforma constitucional que, entre otras situaciones, permita la reelección de la actual presidenta. Estoy segura que ella es la única persona capaz, por su liderazgo y capacidad, de llevar a nuestro país a los destinos de grandeza que tiene asignados. Su compromiso con el desarrollo y bienestar del país es incuestionable.

Los cambios en la coyuntura política nos posicionan constantemente frente a nuevas discusiones y debates. Ante ellos y los desafíos que estos presentan, muchas veces es necesario debatir las estructuras mismas. Más aún si lo que está en juego es la viabilidad de un proyecto político como el que se viene gestando desde 2003.

La planificación y la gestión de políticas no responden a cuestiones azarosas o improvisadas. Y ello puede verse tanto en la faz pública como en la privada. Toda conducción de una administración se basa en objetivos a corto, mediano y largo plazo, fijados bajo aspectos sólidos, firmes y coherentes, coronados por acciones concretas que respondan a dichas máximas.

Lamentablemente, los argentinos poseemos una tradición que, en cierto modo, nos aleja de esos preceptos. Las conducciones posteriores “borran de un plumazo” todo lo construido por las anteriores, dejan de lado los diseños y la planificación y se enfocan en una especie de “refundación” despreciando, de alguna manera, lo que predominaba  hasta el momento de asumir sus funciones. La administración del Estado Nacional y los Estados provinciales y municipales reflejan esa característica.

Cuando la continuidad en la gestión de los recursos y políticas estatales se manifiesta expresamente, los resultados no tardan en llegar. Un ejemplo claro es el modelo iniciado en el país en el 2003, bajo la presidencia del Dr. Néstor Kirchner, seguido luego por la gestión de la actual primera mandataria Dra. Cristina Fernández de Kirchner.

Los lineamientos trazados hace más de nueve años van adecuándose a las variables impuestas por una crítica situación global, las crisis económicas y financieras de importantes países centrales y la propia evolución de la economía y sociedad argentina.

Con líneas rectoras firmes, las correcciones no resultan traumáticas y, por el contrario, no tardan en demostrar sus beneficios. Esas son las verdaderas políticas de Estado que tanto se reclaman desde distintos sectores, omitiendo considerar su real existencia y ejecución, su profundización y adecuación.

La inclusión social, el desarrollo productivo, la recuperación de la soberanía nacional en sectores claves para la vida de los ciudadanos, la igualdad sin discriminación, el direccionamiento del gasto público hacia sectores de la sociedad que lo necesitan son todas ellas líneas directrices que, desde el 2003 hasta la fecha predominan en la administración y gestión de los recursos estatales nacionales, continuadas con coherencia, permanencia y visión de futuro.

Las visiones neo conservadoras que han sembrado futuros apocalípticos, equivocaron sus nefastos vaticinios. El abandono de esas políticas –predominantes, sobre todo, en los `90- no ha traído los escenarios que, desde diversos sectores, intentaron instalar.

Esas líneas directrices a las que aludí anteriormente se mantienen firmes, se profundizan y permiten planificar el futuro a mediano y largo plazo. Un nuevo período de la Presidenta tornaría a la Argentina en la continuidad de un país predecible, maduro y con proyección de futuro.

En este concierto de ideas, parece sumamente ilógico que este  proceso se detenga y que por ende se vea frustrado el proyecto de Nación que más ha beneficiado a los argentinos en los últimos tiempos.

Desde distintos sectores, el conservadurismo pretende instalarse como una especie de  solución cuando, en verdad, se trata de repetir recetas viejas y perimidas, cuyas consecuencias hemos pagado todos los argentinos y están sufriendo los pueblos de muchas potencias centrales.

Sólo basta con leer reportes que llegan de Europa, donde los índices de desocupación y pobreza crecen permanentemente, para darnos cuenta del error en el cual podríamos caer con un desgobierno  pues, sabido es, que puede vislumbrarse esa especie de “rechazo a lo anterior”.

Con esta propuesta sólo se trata de eliminar una cláusula proscriptiva que permita a la actual primera mandataria competir con otros candidatos para someterse a la decisión del pueblo soberano, como ocurre en cualquier régimen democrático.

La cuestión requiere ser pensada. El mantenimiento, la profundización y la adecuación de las políticas que han permitido a la Argentina crecer con justicia social, integrarse a América Latina y, fundamentalmente,  abandonar la crisis económica, social y política más grande de su historia es lo que, realmente, parece estar en juego.

La posibilidad de que, de un día hacia el otro, puedan desecharse todas estas políticas construidas desde el 2003 hasta esta parte, determinan la necesidad de que abandonemos los cliché alarmistas y pensemos con visión de futuro, de continuidad. Las conquistas logradas por el Gobierno Nacional ya han sido probadas y ratificadas en una elección nacional con abrumadora mayoría de apoyo a este modelo. Tampoco ello puede ser obviado.

Los argentinos hemos aprendido de nuestros errores. Tal vez ahora nos toque pensar con visión de futuro, sin interrumpir procesos que demuestran sus beneficios y sin estigmatizar la posibilidad de mantenernos en este rumbo, todo bajo las bases de los mecanismos que prevé nuestra Carta Magna.  No se trata de una disputa de poder, sino de no echar por la borda el esfuerzo de todos. He aquí el nuevo desafío con el cual nos enfrentamos.

 

Dra. María José Bongiorno

Senadora Nacional