Los yuyos del Brujo ● ADN

El disparo que terminó con la vida de Carlos Soria impactó en el corazón del peronismo rionegrino. Orfandad del artífice del triunfo electoral y soledad en los proyectos y planes de un gobierno que recién se iniciaba.

 

No es poca cosa. El peronismo, multifacético en sus concepciones ideológicas, se asienta también en el vínculo emotivo, en la confianza del líder y no sólo en las ideas.

 

La dirigencia y la militancia tienen fe en esa persona que encarna la esperanza. Es una identificación casi mística. Nada queda de aquello. Se perdió esa mística y sólo el partido podría asumir la responsabilidad de recuperar la motivación perdida. Un desafío que ni siquiera el propio Miguel Pichetto puede decir que está en condiciones de asumir, ya que reconoce limitaciones para responder por el todo.

 

El justicialismo de Río Negro no asume la responsabilidad de gobernar, porque el gobernador no es peronista. Poco hay de la historia común.

“La gente votó al gringo” se escucha decir a unos, “este gobierno no es peronista”, dicen otros, y muy pocos sinceramente convocan a sumar tras la figura de Alberto Weretilneck, porque aquí también hay especulaciones.

 

La sensación de la pérdida se instaló en el justicialismo rionegrino y este pensamiento íntimo hizo eclosión. Bajo cualquier pretexto se reunieron en la ciudad del gobernador fallecido, no por casualidad sino como ponderación de poder territorial familiar.

 

¿Que quedó de aquellos cuestionamientos, qué se pretendió mantener en reserva? Nada, sólo eufemismos, directivas para “trabajar de lunes a lunes” y ocultar el verdadero motivo del enojo, sin poder procesar que Weretilneck no es culpable de la angustia colectiva.

 

El proceso se podría decir que es de libro. El gobernador construye poder y acciona casi con exclusividad y sus socios del FpV reaccionan como contrapoder. Una lógica de la política que lleva a la interna, la enfermedad infantil de los partidos políticos.

 

No sucedió nada más que lo previsible. Un justicialismo que ejercita el internismo dentro del gobierno y entre sectores. Se cuestiona a Weretilneck por su relación con radicales y por otro lado se pondera la sociedad entre Miguel Pichetto y Horacio Massaccesi, intendentes que construyen su relación diaria con el gobernador, pero cada 15 días transitan por las oficinas del senador, exagerando la falta de atención, legisladores y dirigentes que alientan a los cuatro vientos el peligroso juego crítico hacia un gobierno que no sienten como propio.

 

En definitiva hacen al gobernador depositario de la propia frustración y la desgracia que llegó en la madrugada del primer día del año.

 

En la era de las comunicaciones aducen falta de diálogo. Los celulares pagos, los mensajes de textos y el correo electrónico no son suficientes.

“No hay diálogo”, otro eufemismo para decir que el gobernador conduce “per se”. ¿Qué esperaba el justicialismo? Alberto Weretilneck asumió la totalidad de su responsabilidad y con  conocimiento real de la situación. Cuando se decidió preservar la constitucionalidad, garantizada por el gobierno nacional, supo que era su momento.

 

Por su parte el justicialismo imaginó -en medio de nebulosas- controlar el poder en las sombras y que Weretilneck sólo cumpliría con la formalidad del gobierno. Error. Y así llegó la desazón y la incertidumbre.

 

Mientras tanto el Brujo hierve yuyos y pócimas para conjurar maleficios. El grado de crítica del justicialismo es proporcional a su debilidad.

El gobernador comprende que construir poder no es tarea fácil, pero también sabe que está en mejor posición que cualquier otro dirigente. Expone mucho de su propia hechura, siente la soledad y percibe que la estrategia de medir los tiempos consume esfuerzos diarios. Se enoja con sus ministros y funcionarios, tiene un ritmo personal con una velocidad mayor al de su equipo de gobierno.

 

Cuenta con oráculos muy particulares para interiorizarse sobre la marcha de su propio gobierno y hay quienes dicen que sabe todo de todos, pero que los cambios los tiene en la mente. Su círculo áulico es pequeño, no tiene vocero entrenado para la contingencia diaria y son pocos los ayudantes de campo que operen en todos los frentes.

 

Este gobierno del FpV tuvo un hito que cambió el rumbo. La sociedad rionegrina tuvo que adaptarse y el gobernador debe convocar a un nuevo paradigma.

 

Alberto Weretilneck tiene ahora que escribir su propio libreto.